lunes, 12 de abril de 2010

Proyecto de semblanza

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Con Celia por Europa

 

Por Jorge Castañares

 

Durante la década de los setenta, había vivido en Europa por algunos años, principalmente en Italia. Así que cuando comenté en una reunión, a finales de 1990, que quería regresar a un recorrido por el   llamado Viejo  Continente, Celia se apuntó como acompañante sin mayores averiguaciones.

 

Me dio plena libertad para preparar el viaje, confiada en mi conocimiento de los lugares. Sin embargo, le advertí que no me gustaba andar de compras. Ni tampoco viajar con gran equipaje, ya que en el caso de las mujeres mi triste experiencia era que uno terminaba cargándolo. Me aceptó todas las condiciones. Yo -me  dijo- solo quiero recorrer Europa con alguien que  haya estado allí.

 

Así, iniciamos un viaje que nos llevaría por los Países Bajos, Alemania, Austria e Italia. El viaje lo hicimos en  tren haciendo escala en los lugares seleccionados. Primero llegamos a Ámsterdam, en los Países Bajos. Allí Celia consideró, en coincidencia conmigo, que era obligatoria la visita al museo  de Vincent Van Gogh, el cual tiene una colección importante de su obra aunque sus pinturas están regadas en muchos museos del mundo. Yo le sugerí no perdernos un recorrido por el Rijksmuseum, con obras de los grandes pintores de ese país. Fue un buen comienzo.

 

De Ámsterdam, tomamos el tren a Hamburgo, puerto fluvial a orillas del río Elba. Yo tenía  un interés personal en visitar la ciudad, ya que allí  vivía un viejo amigo mío y la que era entonces su esposa. Celia que no hablaba con fluidez el inglés ni conocía el alemán, pero tenía una gran habilidad de comunicación verbal y gesticular, hizo   rápidamente plática con los amigos. Después, nos dirigimos a Berlín atraídos por los cambios que allí se estaban dando. El famoso muro se derrumbaba, los  soldados patrullaban con rostros aburridos la zona y los visitantes, como nosotros, querían  husmear por todas partes en busca de algún recuerdo.

 

Celia, como era su costumbre, desplegó desde el inicio  del viaje su  inagotable dinamismo y curiosidad por todo,  ante los cuales sus amigos  terminábamos   por ser contagiados y finalmente, le dábamos las concesiones que nos pedía. Su entusiasmo nómada era, hasta cierto punto, compatible conmigo aunque hubo ocasiones que tuve que decirle hasta aquí llegué. Me sentaba, en algún café, leí una revista o simplemente veía pasar a la gente.

 

Cuando llegamos a Viena, me advirtió, que ella quería ver el  “penacho” de Moctezuma,  que se encuentra en el Museo Etnológico. Yo lo  había visto en otra ocasión y para ser sincero no lo hubiera visitado  nuevamente, pero acudí solidariamente. Otro interés, fue  la tumba de Maximiliano de Habsburgo, hacia dónde también nos desplazamos en una  tarde lluviosa. Para recuperar la iniciativa le propuse visitar los cafés más famosos de Viena. Pensé que bastaba con uno o dos. Al final, recorrimos, por lo menos,  ocho de los sugeridos por las guías.  

 

A Italia, llegamos por Venecia, en un viaje de noche, por tren. Yo,  acostumbrado a viajar con las limitaciones de estudiante, pensé que nos podíamos acomodar en el compartimiento. Celia, en esta ocasión, protestó y me hizo ver que podíamos darnos el confort de rentar una litera. Sin lugar a dudas, que su recomendación nos hizo el viaje más placentero

 

De Venecia, pasamos a Milán, Florencia y finalmente,  a Roma. Celia no  mostró protesta alguna al agotador recorrido que incluyó museos, edificios públicos, plazas, monumentos, teatros y  salas de concierto; algunos de ellos sugerencias de las guías turísticas, pero muchos otros, lugares que sólo  conoces a través de las recomendaciones de la gente local.

 

Durante todo el viaje, habíamos evitado el giro de las tiendas, como lo habíamos convenido, con la concesión obtenida  a posteriori de que en Roma, nuestro destino final, podría  hacer las compras que quisiera con entera libertad. Tenía dos amigas mexicanas, que residían allí, con las cuales Celia pronto  convino verse para  orientación y asesoría. Yo sólo contemplaba como el  diminuto cuarto del hotel se iba llenando de bolsa, cajas y demás envolturas. Pero en fin, Celia había logrado su propósito.

 

 

Mayo 2008


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