martes, 18 de mayo de 2010

A propósito del uso del navegador GPS

A propósito del uso del navegador GPS

Por Jorge Castañares
Mayo 2010

En días pasados, el escritor Juan Villoro, en su columna del periódico Reforma, publicó una ilustrativa disertación sobre el fracaso del uso del navegador electrónico de automóviles, conocida por sus siglas en inglés GPS (Global Positioning System), en la ciudad de México.

Este, que es un moderno medio de gran ayuda en otras metrópolis, resulta inoperante para orientarse por las calles, avenidas, viaductos, circuitos, periféricos y demás vías públicas existentes en la ciudad, por razones atribuibles, principalmente, a decisiones tomadas por la autoridad o con su tácita anuencia.

Desde hace algún tiempo, nuestras principales vialidades, ha sido sujetas a los caprichos de los funcionarios públicos locales para realizar sus más desveladas ocurrencias sexenales. El Desfile de las Quinceañeras en las escalinatas del Ángel de la Independencia, el rompimiento de un record Guinness, los desfiles del día del niño o de Reyes, la presentación de una voz cotizada internacionalmente, la feria de las “culturas amigas”, el desfile de los “alebrijes” etcétera. Todos estos eventos turísticos-culturales, pudieran muy bien realizarse en otros espacios, en condiciones más adecuadas y seguras para los participantes, pero los preclaros funcionarios insisten en utilizar las vías públicas bajo el pretexto de un mayor lucimiento. Esto, claro está, sin importar los desbarajustes que causen al resto de los habitantes.

Agréguese a esto, las disposiciones, cada vez más frecuentes, de cierres imprevistos, que se toman en los accesos principales de algunas vialidades, bajo el supuesto, argumento de descongestionar el tráfico a ciertas horas. Un desconcertado conductor, es improvisamente bloqueado por un agente en motocicleta o patrulla, que lo conmina a seguirse por la lateral o tomar otra vía, según su mejor criterio y conveniencia.

A estos crecientes males, debemos sumarle la marcada preferencia que tienen los más diversos grupos de interés locales y nacionales, por manifestar sus protestas, utilizando las principales vialidades de la ciudad. En una decisión -cuyo fundamento tiene similitud con la de los mencionados funcionarios públicos- dónde los organizadores consideran que sólo una manifestación en una vía pública importante será atendida por la autoridad correspondiente. Por consecuencia, no hay semana donde las vialidades no sean bloqueadas para dar paso preferente a los manifestantes. Desde los contingentes de campesinos desnudos agrupados en el Movimiento de los “Cuatrocientos Pueblos” a las marchas por las niños quemados en una guardería de Sonora.

En un ámbito más restringido, Villloro, comenta las decisiones, que por motivos de seguridad, están tomando los grupos de vecinos de colonias pobres, medianas y ricas, de cerrar unilateralmente calles, callejones y demás vialidades, con la anuencia o sin ella de las autoridades. Estos cierres, como no están especificados en alguna guía, causan que los conductores sean frenados bruscamente por una pluma o un gran portón de hierro manipulado por un improvisado portero, dónde sólo se puede acceder con el consentimiento de los propios vecinos.

Por último, un problema serio tiene que ver con la nomenclatura de las vialidades, ya que conforme te alejas de las delegaciones céntricas hacia las periféricas, la falta de señalización de las mismas es más frecuente. El navegador electrónico te puede llevar a una calle, por ejemplo, en Milpa Alta, que si bien existe en el mapa que está incorporado en el mismo, cuando la buscas físicamente en el sitio jamás la encuentras. En los muros de las casas sólo logras distinguir el nombre de la familia que la habita: Pérez, Sánchez u cualquier otra.

En fin, vivir en la Ciudad de México impone ciertos sacrificios, entre ellos usar el GPS con las debidas reservas o de plano orientarse, apoyándose en el conocimiento que nos brinda la experiencia, el cual nos ha permitido sobrevivir a estas y otras desventuras.

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