miércoles, 7 de noviembre de 2018

Una historia novelada en el marco de una guerra de conquista


Ciudad de México. Octubre de 2018



Batallón de San Patricio, de Pino Cacucci, Primera edición mayo 2018.

La novela está ambientada en el marco de la guerra de invasión de Estados Unidos a México del 1846 al 48.

El batallón mencionado se integró bajo el comando del irlandés John Riley (en algunos documentos O´Reily) por irlandeses, pero también con combatientes de otras nacionalidades y tomó el nombre del santo protector de Irlanda. En el estandarte del agrupamiento aparecía la figura del santo y la cruz irlandesa.

El mencionada Riley desertó junto con otros compañeros del ejército estadounidenses después de la guerra de separación de Texas y de su anexión a los Estados Unidos. El autor menciona entre las causas el malestar de los irlandeses por el racismo hacia ellos y los desmanes que se practicaban contra los mexicanos. Sin embargo, los militares mexicanos encabezados por el general Pedro Ampudia hicieron ofertas atractivas a los combatientes extranjeros del ejército estadounidenses para pasarse del lado mexicano: buena paga, tierras y otros incentivos.

En la novela se entremezcla la historia real con la ficción, la cual nos lleva a adentrarnos en la psicología del personaje principal: sus penas, amores, pasiones, resistencia ante la adversidad, descontento ante Santa Anna, etcétera.

El autor hizo una investigación detallada en archivos mexicanos sobre el desarrollo de los acontecimientos destacando los enfrentamientos bélicos de Palo Alto, Monterrey, la Angostura, Saltillo, Cerro Gordo y las batallas alrededor de la ciudad de México en particular el exconvento de Churubusco.

El autor no oculta sus simpatías por la causa de nuestro país, objeto de una invasión bajo supuestas diferencias en los límites fronterizos (la frontera del anexado estado de Texas la reclamaban hasta el río Bravo cuando se había establecido de común acuerdo que era el río Nueces) pero de hecho planeada desde muchos antes para  ocupar los territorios del norte mexicano por parte del presidente James Polk (1784-1850).

La defensa del ex convento de Churubusco representó la mayor hazaña del batallón, pero también el término de su lucha: los estadounidenses mejor armados y en mayor número los derrotaron y tomaron prisioneros junto con otros contingentes de tropas mexicanas, ya que en el combate participaron los batallones de  Bravos e Independencia (la defensa de la plaza estuvo a cargo de los generales  Pedro María Anaya y Miguel Rincón Gallardo, el primero es autor de la frase: “Si tuviéramos pólvora ustedes no estarían aquí” ante la pregunta del militar Twiggs).

El grupo de sobrevivientes capturados del mencionado batallón fue llevado a consejo de guerra, donde los militares estadounidenses bajo las órdenes del general Winfield Scott se mostraron arrogantes y decididos a condenarlos a muertes. A la mayoría se les condenó a morir ahorcados, pero hubo 23  que se les impuso la pena de linchamiento (50 latigazos) y con gran saña, la de ser marcados con un hierro candente en ambas mejillas con la palabra d es decir, desertor (se adujo indulto para este grupo ya que se había unido al ejército mexicano antes del inicio de la guerra contra México).

Un grupo fue ahorcado en la plaza de San Jacinto  y otro en las lomas de Mixcoac, haciendo coincidir para aumentar la pérdida de estima con el momento del izamiento de la bandera estadounidense en el castillo de Chapultec que había sido tomado por los invasores. En la mencionada plaza existo hoy una placa que registra el nombre de 71 irlandeses del batallón que pelearon por México  (los ahorcados fueron 46, 35 los muertos en el combate y 23 los indultados aunque parece que el batallón estaba integrado por 230 militares)

A pesar de que John Riley fue condenado el autor no deja muy claro el proceso que lo llevó al indulto aunque señala el feroz linchamiento y la marca de fuego en las dos mejillas (en algún otro documento se afirma que el militar exclamó que gracias a su fortaleza había sobrevivido a ello). Sin embargo, Riley se documenta en una nota escrita en junio de 1848 (un año después de su indulto) como militar mexicano que provoca admiración donde se presenta. El autor señala que Riley se trasladó a Veracruz, donde se ha descubierto un registro que señala que murió en el puerto víctima del alcohol aunque otra versión dice que regresó a Irlanda.

En 2010, en el marco del bicentenario de la independencia el gobierno de Irlanda regaló un busto de John Riley a México que se colocó también en la plaza de San Jacinto. No tengo conocimiento de donde se tomaron los rasgos faciales del personaje pero en el exconvento de Churubusco existe una litografía que discrepa un poco del mencionado busto.

El autor hace un retrato muy poco favorable de los militares estadounidenses más destacados como los generales Zacarías Taylor y Winfield Scott, el primero se encargó de las operaciones del norte y el segundo del desembarco en Veracruz y la toma de la capital. El primero era bonachón, esclavista y había emprendido varias campañas para el exterminio de los indios mientras que el segundo se comportó sin la menor compasión con los prisioneros que cayeron en sus manos.

El responsable de las operaciones del ejército mexicano y de sus derrotas tampoco recibe muchos comentarios favorables: Santa Anna es vanidoso, veleidoso, mal estratega e incluso puede haber sido traidor a su propio país si se comprueba algún día haber pactado con el gobierno de Washington la cesión de los territorios perdidos por una ridícula suma de dinero (Santa Anna fue llevada en un buque de guerra estadounidense de La Habana a Veracruz y después encabezó el ejército en las derrotas contra el invasor)

En anexos a la novela el autor anota que el tratado de Guadalupe Hidalgo que concluyó con la invasión permitió a Estados Unidos hacerse de los territorios de la Alta California y Nuevo México mientras que este país le dio 15 millones de México como compensación por los daños de guerra. Las tropas sólo se retirarían de México con la firma del injusto y depredador tratado.

Finalmente, de acuerdo al autor la guerra que el invasor nos quería hacer creer que era parte de un proceso de civilización en favor de un país de costumbres bárbaras se hizo cometiendo infinidad de atrocidades: violaciones, masacres, ahorcamientos, mutilaciones, linchamientos, fusilamientos, robos, etcétera.

Posdata:

No se dice en el libro que el general presidente José Joaquín de Herrera disolvió en 1848 lo que quedaba del batallón San Patricio y sus integrantes se dispersaron por el territorio nacional.

No se dice en el libro que su Alteza Serenísima salió al exilio en Colombia en 1847, de donde regresó brevemente 1853-55 para encabezar la presidencia a petición del partido conservador y que sería nuevamente expulsado por la revolución de Ayutla en el último año mencionado. El general regresaría años después, vivió en varios lugares, para morir tranquilo en la cama de su casa en la ciudad de México en 1876.

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