Diciembre
del 2017
Orhan Pamuk (1952, Estambul, Turquía)
El
escritor turco, Premio Nobel de Literatura del 2006 nos ha dado una obra
extraordinaria, mucha de ella escrita teniendo como fondo a su amada Estambul, megalópolis
en la frontera entre el mundo de Oriente y Occidente, fundada en 324 por el
emperador romano Constantino y bajo el dominio otomano desde 1453 con la
conquista de Mehmet II, un sultán de apenas 21 años.
El
laureado escritor estudió arquitectura y periodismo, pero dejó ambas
profesiones para dedicarse enteramente a la literatura y en algunas ocasiones a
impartir cursos de la misma en la Universidad de Columbia en Nueva York. En su
escritura reconoce la influencia de muchos autores occidentales, ya que siempre
ha sido un lector empedernido Marcel Proust, Gustave Flaubert, Jorge Luis
Borges, Italo Calvino, Vladimir Nabakov, Elías Canetti, entre otros y sin duda la
lista incluye también a novelistas turcos como Ahmet Hamdi Tanpinar, citado con
frecuencia por el autor.
Pamuk
ha sido un crítico del régimen de gobierno turco, ha hablado públicamente de la
persecución de las minorías armenias y kurdas y se ha expresado a favor de la
libertad de expresión. Fue llevado a juicio en 2004 por declaraciones hechas a
un diario europeo y luego sorpresivamente exonerado de todos los cargos dos
años más tarde. Es de religión musulmana pero no ortodoxo.
Ha
sido autor de varias novelas, la primera la publicó en 1983 (Cevdet Bey y sus
hijos) pero en particular destaco en estas notas las que he tenido oportunidad
de leer y que encuentro asociadas al entorno de su ciudad natal: Me llamo Rojo, Estambul, Ciudad y recuerdos,
El Museo de la Inocencia y Una sensación extraña.
En
2002 publicó Me llamo Rojo, premiada
en varios países, obra que combina la
creación artística, la búsqueda de un asesino y una historia de amor. La novela
está ambientada en los tiempos del poderoso imperio otomano (siglo XVI), para
cuyo sultán trabaja un grupo de ilustradores que en secreto elaboran siguiendo
sus órdenes un libro que contiene ilustraciones con la imagen del monarca
(prohibido por el Islam); se registra el asesinato de uno de los artistas el
maese Donoso y hay tres sospechosos (Mariposa, Cigüeña y Aceituna) y una
relación amorosa entre el joven ilustrador llamado el Negro y Sekure, la hija
viuda del tío cabeza del taller, misma que se retrae a un viejo poema de la
literatura otomana (la historia de Husrev y Sirin, que ha inspirado a muchos
miniaturistas). En la obra aparecen varios narradores incluyendo el propio
artista asesinado, que el autor hace que se dirija directamente al lector, en
una concesión al mundo islámico, donde dicen los estudiosos, los muertos hablan
en su viaje hacia el otro mundo.
En Me llamo Rojo los personajes se mueven,
como lo hace Negro cuando entra en Estambul después de cuatro años de ausencia por
“las calles de casas enfrentadas que se inclinaban las unas hacia las otras”,
barrios que habían ardido convertidos en “humo y ceniza, dando lugar a solares
calcinados,” en otros sitios se habían construido lujosos palacetes para los
nuevos ricos; recuerda a su madre enterrada en el cementerio del Cuerno de Oro,
visita los mercado del pollo y de los herradores y contempla nevar desde un
lugar cercano a la mezquita de Solimán. El autor nos da una obra que muestra
sus habilidades para envolvernos en una historia de misterio, de rivalidades
artísticas, pasiones amorosas, el ideal artístico concebido como una
identificación divina (el ilustrador ciego lo hace mejor que los que no lo son)
y una rica descripción de la vida cotidiana en la Estambul de la época.
En
2006 publicó en español Estambul, Ciudad
y recuerdos que es un libro de memorias de su vida de niño y de adolescente
en un barrio de clase media alta de dicha ciudad donde describe con nostalgia
los cambios que ha tenido, que en cada esquina le recuerda un pasado glorioso y
que está transformando rápidamente su rostro debido a las exigencias de la
modernidad aunque siempre, confiesa, se puede llegar hasta el estrecho del
Bósforo, cuya sola vista te hace olvidar lo desagradable que sucede en tu
entorno.
En
su libro el escritor nos
describe el paisaje urbano, que ha capturado a través de pinturas,
grabados o fotografías las miradas de propios y extraños desde hace muchos
siglos, lo exótico , lo pintoresco, y lo que asocia el viajero del Occidente
con el Oriente: los palacios de los
sultanes, las mezquitas (Solimán, Santa Sofía, del sultán Amhet), los
minaretes, las torres (la famosa Torre de Leandro), lo que resta de las viejas murallas y fortalezas, las
abigarradas construcciones del Cuerno de Oro, los grandes puentes como el
Gálata, las casas de madera, que ya no existen porque fueron quemadas, se
cayeron víctimas del abandono o fueron
derruidas para construir nuevas edificios, de pésima arquitectura, demandados
por el crecimiento de la población. Todo
ello como resultado tanto del deseo de olvidar un pasado decadente como el de
emular, de alguna manera, al mundo occidental.
El
escritor regresa obsesivamente, una y otra vez a través de su memoria, a los
grabados del alemán Melling, las descripciones del poeta romántico francés
Nerval, del escritor francés Gautier, de Flaubert o las fotografías de Ara
Güler a visitar los lugares donde ha pasado la mayor parte de su vida: la plaza
Taksim, el barrio de Nisantasi (donde
nació), el barrio de Cihangir (donde vivió), la calle comercial del
distrito de Beyoglu, de Gálata y otros sitios, para encontrar en los mismos las fuentes que alimentarán las
imágenes, la fantasía y el recuento memorioso que incorporara en sus libros.
Sus frecuentes recorridos por la ciudad, a toda hora del día y de la noche (la
pálida luz de los faroles y el gusto de asomarse a las ventanas para ver a las
familias reunidas bajo un halo de luz anaranjada), planeados o al azar, lo
llevan a conocer más de cerca el palpitar diario de los habitantes, que
pertenecen a todas las clases sociales incluso las más pobres y marginadas.
Por
último, el libro de Pamuk está ilustrado con muchas de las fotografías en
blanco y negro de Ara Güler, famoso fotógrafo de origen armenio pero de
nacionalidad turca y grabados de artistas europeos que vivieron en siglos
pasados en Estambul. La lectura de esta obra nos ofrece una mirada fresca,
esperanzadora y optimista de la vida, lo cual la hace agradable al lector. Se
trata también de una manifestación de amor por su ciudad.
En
2009 publicó El Museo de la Inocencia considerada
por algunos autores como la mejor novela de amor del presente siglo, la cual
narra la relación entre Kemal, un joven empresario perteneciente a la clase acomodada
de Turquía, Füsun, una prima lejana que trabaja como empleada en un negocio, de
poco talento, pero que ejerce una atracción especial sobre el empresario desde
el momento que la conoce y Sibel la novia occidentalizada, que tiene el visto
bueno de la familia. La relación, que recupera muchos incidentes de la misma
vida de Pamuk, transcurre entre los encuentros amorosos, los recorridos por la
ciudad y sus alrededores, las reuniones con los parientes y amigos y las citas
aburridas en la casa de los progenitores de Füsun en torno a la televisión. El
recuerdo de ella, termina casada con otra persona, lleva al personaje masculino
a conformar una colección de objetos de la vida cotidiana relacionados con la
pareja en el mismo lugar de sus encuentros amorosos. Esta recuperación de
objetos le recuerda al protagonista los momentos en que fue feliz con su amante
(la adquisición de los objetos fueron el antecedente a la escritura de la misma
novela según confesión del propio Pamuk en un artículo posterior).
La
novela que le tomó seis años para escribir está ambientada en Estambul de los
años setenta y ochenta: retrata los barrios de la gente acomodada, los
inmuebles donde se vivía, la vida social, las nuevas costumbres que se alejaban
de las tradicionales, la tensión que se produce entre la cultura islámica y los
valores laicos de la república turca fundada por Ataturk en los años veinte y los
modelos culturales de oriente y occidente.
En
la novela, narrada principalmente por el joven protagonista Kemal, se describe
una relación compleja, de fuerte dependencia emotiva y que le permite al autor
revelar las intrincadas relaciones entre las parejas, donde el amor o la
atracción se vuelve una búsqueda obsesiva de muchas necesidades insatisfechas.
Es quizás la obra más completa del autor en torno al estudio de los
sentimientos y las conductas humanas, que da cuenta de su sensibilidad y
capacidad de observación.
En
2015, se publicó en español Una sensación
extraña que es la historia de un proceso de transculturización, de gente
que sale del campo a la ciudad, que realiza múltiples actividades algunas de las cuales se van perdiendo por la modernización (venta
de boza, una bebida con algo de alcohol, vendedor callejero de yogurt, arroz
con pollo y varias más), con costumbres todavía muy vinculantes (los
matrimonios acordados) y que vive la transformación urbana de una ciudad que se
destruye para crecer en edificios de varios pisos que alojan a familias que
provienen de diferentes partes del país. El autor la describe como la historia
sobre la vida, las aventuras, los sueños y los amigos de Merlut Karatas (el
personaje principal) y una fotografía de la vida de Estambul entre 1969 y 2012
descrita desde la perspectiva de numerosas personas.
Los
barrios de la ciudad, de rasgos multiétnicos y multiculturales fueron cambiando,
según el autor, ya no sólo físicamente sino también en cuanto su composición
étnica: en los antiguos vivía población no musulmana (griegos, armenios, judíos
y sirios) y en los nuevos gente del interior, pero también minorías kurdas y
alevies (practicantes religiosos anteriores al Islam). En la actualidad, por lo
que sabemos, se trata de una ciudad mucho más homogénea aunque con un gran
dinamismo cultural.
El
personaje principal revindica el oficio de vendedor, caminar por la ciudad le
ha permitido también deambular por su propia mente y a pesar de que siempre ha
sido pobre, al final de su vida siente satisfacción ya que ha podido conciliar
sus valores personales con su conducta pública. Se trata, sin duda de un
mensaje de esperanza del autor sobre los seres humanos cada vez más dominados por
la lucha diaria por acumular riqueza material.
Finalmente,
la obra de Orhan Pamuk no nos deja de sorprender por su vitalidad, su búsqueda
del arte como un medio de transmisión de cultura, su cercanía con los
sentimientos humanos, su retrato nostálgico del mundo que se ha perdido
rápidamente con la modernidad, su rescate de la honestidad moral frente a la
pérdida de otros valores y su visión optimista sobre la capacidad de adaptación
del ser humano.
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