lunes, 12 de junio de 2017

Las epidemias de obesidad y diabetes de México

Junio 2017

Las epidemias de obesidad y diabetes de México

Se está hablando, cada vez con mayor preocupación, de estas nuevas epidemias con efectos devastadores sobre la población, aunque no parece que muchos lo tomen en cuenta por desgracia enajenados en sus pensamientos por las rutinas de la vida cotidiana.

Las autoridades de salud pública las manejan de manera combinada, ya que señalan la estrecha asociación que existe entre una y otra enfermedad, lo cual ha sido demostrado a través de varios estudios.

Lo grave es que detrás de las mismas tenemos hábitos que se han formado de manera arraigada entre la población, sin importante la edad y el nivel social de los habitantes de este país, lo que hace muy difícil su erradicación en el corto y mediano plazo.

La alimentación de la mayoría de la población es excesiva, desinformada, caótica e insalubre: los cientos de puestos de alimentos de la informalidad y la proliferación de las cadenas de alimentos rápidos en la economía formal son parte hoy del paisaje urbano que nos rodea.

Además, los intentos para combatir ambas epidemias se chocan con una fuerte inversión publicitaria de las empresas que induce, a través de los diversos medios, a la población a consumir los productos alimenticios industrializados y las bebidas azucaradas embotelladas de sabores cautivantes.

En un reciente encuentro sobre el tema, el director del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y de Nutrición comentó que entre el 50 y el 85 por ciento de la población ingiere una cantidad excesiva de azúcar y entre el 56 y 92 por ciento lo hace de grasas. Estos altos porcentajes nos dan una idea de la gravedad del problema.

A pesar de que se han hecho las normas más estrictas en materia de etiquetado de los alimentos todavía la inmensa mayoría de la población no asocia el contenido de los alimentos con los problemas de salud presentes o futuros. Esto lo percibe cualquiera cuando observa a su alrededor a los compradores en los supermercados tomar los productos de los anaqueles sin preocuparse a mirar el contenido de las etiquetas.

El país es uno de los grandes consumidores de refrescos embotellados azucarados, después quizás de Estados Unidos, a pesar de las abismales diferencias en el ingreso: basta ver a los obreros de la construcción que se desplazan a determinada hora del día con sus botellas de gaseosas en la mano para consumirlas en las aceras de las calles y avenidas de la gran urbe acompañados con algún otro escaso alimento (frijol, atún, chiles y tortillas, por lo general).

La caída en el nivel de ingreso (salarios bajos y temporales) deja también a la población de menores recursos sujeta a hábitos de consumo alimenticio que son muy poco sanos. Las enormes colas que se forman ante los puestos callejeros en torno a bancos, escuelas, hospitales, dependencias públicas. terminales de autotransporte y centros de transferencias son una muestra cotidiana de una ingesta alimenticia mala y desordenada.

Las epidemias se complican porque las industria alimenticia y refresquera con una directa responsabilidad en la magnitud del problema, ha buscado hasta ahora soslayarlo y atribuirlo, no a sus productos, sino a los excesos en que incurren los consumidores. En algunos casos, los menos han reducido el contenido de los azúcares y grasas de los productos que venden introduciendo el concepto de ligth (ligero) en sus presentaciones.

El impuesto a las bebidas azucaradas, parece que ayudó a reducir en alguna medida el consumo de los refrescos a pesar de que es frecuentemente atacado por los representantes de la industria con ánimo de desacreditarlo y eliminarlo. 

A pesar de que el debate está abierto sobre los malos hábitos de consumo de la población, en las escuelas elementales que es el espacio ideal para formar nuevos hábitos persiste el acceso de los niños a los alimentos con alto contenido en grasas saturadas y azúcares, ya sea en el interior de los planteles donde se los venden como en los puestos de los alrededores.

Las cifras estadísticas son alarmantes, el 33% de los niños menores de 11 años tiene sobrepeso y obesidad y el 56.3% de los adolescentes entre los 12 y los 19 años según la encuesta nacional de salud y nutrición (Ensanut de 2016).

En algunas instituciones como el IMSS, según señaló recientemente su director general, se ha procurado el retiro de los alimentos con azúcar refinada, grasas saturadas y sodio de las guarderías como medida preventiva. Este tipo de medidas debería generalizarse a dichas instancias de carácter público.

En muchos países, según los expertos, se toman medidas desde edades muy tempranas para evitar la creación de hábitos nocivos entre la población como la restricción de azúcares en la alimentación de los menores de 6 meses en Francia que puede estar detrás de un consumo mayor de agua embotellada durante las edades posteriores.

El avance de las políticas y de las medidas están siendo superadas por el crecimiento del problema. Este, aunque predominantemente urbano se está extendiendo a las zonas periféricas menos pobladas, por lo que en pueblos de Morelos, a pocos kilómetros de la ciudad de México, ya se pueden identificar epidemias de diabetes entre la población.

Los costos para atender la obesidad y la diabetes se han incrementado sensiblemente en la mayoría de las instituciones de salud pública y las proyecciones de estos van al alza, lo que va a requerir aumentar los presupuestos de las instituciones de salud pública del país durante los próximos años.


La magnitud que alcanza ahora el problema demanda, según la mayoría de los responsables de las instituciones de salud pública, construir una respuesta global que ataque causas y efectos incluyendo tratamientos adecuados (dietas, ejercicio y medicación) de manera inmediata.

La Secretaría de Salud declaró ya desde 2016 una emergencia sanitaria en el caso del sobrepeso y obesidad que muestra la población del país.

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