Junio
2017
Las
epidemias de obesidad y diabetes de México
Se está hablando, cada vez con
mayor preocupación, de estas nuevas epidemias con efectos devastadores sobre la
población, aunque no parece que muchos lo tomen en cuenta por desgracia enajenados
en sus pensamientos por las rutinas de la vida cotidiana.
Las autoridades de salud
pública las manejan de manera combinada, ya que señalan la estrecha asociación
que existe entre una y otra enfermedad, lo cual ha sido demostrado a través de
varios estudios.
Lo grave es que detrás de las
mismas tenemos hábitos que se han formado de manera arraigada entre la
población, sin importante la edad y el nivel social de los habitantes de este país,
lo que hace muy difícil su erradicación en el corto y mediano plazo.
La alimentación de la mayoría
de la población es excesiva, desinformada, caótica e insalubre: los cientos de
puestos de alimentos de la informalidad y la proliferación de las cadenas de
alimentos rápidos en la economía formal son parte hoy del paisaje urbano que nos
rodea.
Además, los intentos para
combatir ambas epidemias se chocan con una fuerte inversión publicitaria de las
empresas que induce, a través de los diversos medios, a la población a consumir
los productos alimenticios industrializados y las bebidas azucaradas
embotelladas de sabores cautivantes.
En un reciente encuentro sobre
el tema, el director del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y de Nutrición
comentó que entre el 50 y el 85 por ciento de la población ingiere una cantidad
excesiva de azúcar y entre el 56 y 92 por ciento lo hace de grasas. Estos altos
porcentajes nos dan una idea de la gravedad del problema.
A pesar de que se han hecho
las normas más estrictas en materia de etiquetado de los alimentos todavía la
inmensa mayoría de la población no asocia el contenido de los alimentos con los
problemas de salud presentes o futuros. Esto lo percibe cualquiera cuando
observa a su alrededor a los compradores en los supermercados tomar los
productos de los anaqueles sin preocuparse a mirar el contenido de las
etiquetas.
El país es uno de los grandes
consumidores de refrescos embotellados azucarados, después quizás de Estados
Unidos, a pesar de las abismales diferencias en el ingreso: basta ver a los
obreros de la construcción que se desplazan a determinada hora del día con sus
botellas de gaseosas en la mano para consumirlas en las aceras de las calles y
avenidas de la gran urbe acompañados con algún otro escaso alimento (frijol,
atún, chiles y tortillas, por lo general).
La caída en el nivel de
ingreso (salarios bajos y temporales) deja también a la población de menores
recursos sujeta a hábitos de consumo alimenticio que son muy poco sanos. Las
enormes colas que se forman ante los puestos callejeros en torno a bancos,
escuelas, hospitales, dependencias públicas. terminales de autotransporte y
centros de transferencias son una muestra cotidiana de una ingesta alimenticia
mala y desordenada.
Las epidemias se complican
porque las industria alimenticia y refresquera con una directa responsabilidad
en la magnitud del problema, ha buscado hasta ahora soslayarlo y atribuirlo, no
a sus productos, sino a los excesos en que incurren los consumidores. En
algunos casos, los menos han reducido el contenido de los azúcares y grasas de
los productos que venden introduciendo el concepto de ligth (ligero) en sus
presentaciones.
El impuesto a las bebidas
azucaradas, parece que ayudó a reducir en alguna medida el consumo de los
refrescos a pesar de que es frecuentemente atacado por los representantes de la
industria con ánimo de desacreditarlo y eliminarlo.
A pesar de que el debate está
abierto sobre los malos hábitos de consumo de la población, en las escuelas
elementales que es el espacio ideal para formar nuevos hábitos persiste el acceso de los niños a los alimentos con alto contenido en
grasas saturadas y azúcares, ya sea en el interior de los planteles donde se
los venden como en los puestos de los alrededores.
Las cifras estadísticas son
alarmantes, el 33% de los niños menores de 11 años tiene sobrepeso y obesidad y el 56.3% de los adolescentes entre los 12 y los 19 años según la encuesta nacional de salud y nutrición (Ensanut de 2016).
En algunas instituciones como
el IMSS, según señaló recientemente su director general, se ha procurado el
retiro de los alimentos con azúcar refinada, grasas saturadas y sodio de las
guarderías como medida preventiva. Este tipo de medidas debería generalizarse a
dichas instancias de carácter público.
En muchos países, según los
expertos, se toman medidas desde edades muy tempranas para evitar la creación
de hábitos nocivos entre la población como la restricción de azúcares en la
alimentación de los menores de 6 meses en Francia que puede estar detrás de un
consumo mayor de agua embotellada durante las edades posteriores.
El avance de las políticas y
de las medidas están siendo superadas por el crecimiento del problema. Este,
aunque predominantemente urbano se está extendiendo a las zonas periféricas
menos pobladas, por lo que en pueblos de Morelos, a pocos kilómetros de la ciudad
de México, ya se pueden identificar epidemias de diabetes entre la población.
Los costos para atender la
obesidad y la diabetes se han incrementado sensiblemente en la mayoría de las
instituciones de salud pública y las proyecciones de estos van al alza, lo que
va a requerir aumentar los presupuestos de las instituciones de salud pública
del país durante los próximos años.
La magnitud que alcanza ahora
el problema demanda, según la mayoría de los responsables de las instituciones
de salud pública, construir una respuesta global que ataque causas y efectos
incluyendo tratamientos adecuados (dietas, ejercicio y medicación) de manera
inmediata.
La Secretaría de Salud declaró ya desde 2016 una emergencia sanitaria en el caso del sobrepeso y obesidad que muestra la población del país.
La Secretaría de Salud declaró ya desde 2016 una emergencia sanitaria en el caso del sobrepeso y obesidad que muestra la población del país.
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