lunes, 23 de mayo de 2016

Fouché según Stefan Zweig

Ciudad de México, mayo del 2016.


Fouché según Stefan Zweig


Stefan Zweig (1881-1968) es un escritor austriaco, autor de notables biografías María Antonieta, María Estuardo, Tolstoi y en particular de Joseph Fouché. Zweig emigró con su mujer a Brasil, huyendo de los nazis y ambos se suicidaron, por causas que no han sido aclaradas totalmente.

La biografía personal que escribió El Mundo de Ayer es un conmovedor testimonio de la caída de lo que era la cultura y la vida europeas con la terrible llegada del nazismo y del fascismo y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.

La biografía de Fouché junto con El príncipe de Niccoló Machiavelli, El Gatopardo de Giussepe Tomasi Lampedusa y las Memorias de Giacomo Casanova son lecturas obligadas de los estudiantes de ciencias políticas y de los que se lleguen a incorporar en la vida política.

El escritor* se basa en el libro de Louis Madelin y en otras fuentes para describir de manera precisa al personaje de Joseph Fouché (1759-1820), nacido en Nantes, en la región de la Loire Atlantique, en la confluencia del río homónimo y del Erdre en el occidente de Francia.

El autor de la biografía nos describe que el personaje tuvo una formación religiosa y educativa dentro de la Congregación del Oratorio (fundada por el santo italiano San Felipe Neri), donde realizó también su función educadora de manera tranquila hasta que la abandonó atraído por los drásticos cambios que estaban provocando la Revolución.

A partir de esa decisión, se incorpora como representante de su región al trabajo de la Asamblea Nacional que es el órgano deliberativo que acompaña al llamado Directorio, en cuyas manos está el ejercicio del poder ejecutivo, después de que el rey Luis XVI es depuesto y decapitado.

El Directorio le encargará su primera responsabilidad, enviándolo a combatir a los rebeldes que se oponen al gobierno en la ciudad de Lyon, tarea que realiza con sangre fría, ejecutando a miles de opositores al nuevo régimen, destruyendo y confiscando propiedades, mostrando de manera ostensible su rechazo a todo lo que tenga que ver con la religión y librando, para sorpresa de sus enemigos, los severos señalamientos que su funesta labor levanta entre los miembros de la misma asamblea.

Después de convertirse en el autor de la masacre de Lyon, el Consulado le encomendará la labor de policía del nuevo gobierno, luego perfeccionará dicha función, gracias a la construcción de una amplia red de espías y delatores que lo hará un hombre temido, durante el Primer Imperio bajo Napoleón Bonaparte y a su caída, por poco tiempo, hará lo mismo durante el reinado de Luis XVIII, monarca de la familia Borbón que los países vencedores le imponen a Francia, quien tampoco se siente capaz de prescindir del famoso personaje.

Durante todo el lapso señalado, Joseph Fouché mostrará de manera sorprendente sus amplias habilidades y astucias para permanecer y sobrevivir a los violentos cambios que se suceden en Francia a partir de la Revolución y del ascenso y caída de Napoleón Bonaparte.

El comportamiento de Fouché nunca es de protagonista, sino de observador; su gran habilidad es de convencer y presionar detrás de bambalinas para hacer que los otros se plieguen a sus propósitos, desaparecer de la escena cuando todos esperan su presencia y dejar que los reconocimientos se les atribuyan a sus competidores.

Fouché no siempre estará en el poder, se le desplazará por algunos años, después del Consulado y durante el Segundo Imperio, por diferencias con Napoleón Bonaparte, pero regresará de sus exilios para asumir su cargo con mayor autoridad y temor de sus propios jefes.Sin embargo, la distancia como apunta Zweig permite a los políticos dejar los espacios de poder y saber cómo piensa la gente y a los artistas renovar su creatividad que el trabajo diario les hace perder.

El protagonista en su vida pública se comportará como un hombre austero, nunca mostrará la gran riqueza que va adquiriendo en los cargos gracias al pago de favores y reconocimientos, después de estar hundido en la pobreza, no es gran comedor, ni bebedor y nunca viste con ostentación.

Napoleón Bonaparte no lo quiere, pero lo necesita dada la información que ha acumulado desde su puesto de jefe de la policía. Sin embargo, tampoco Fouché le tiene aprecio, ya que a pesar de reconocerle sus dotes militares ve en él a un autócrata, obsesionado con la guerra y al país privado de los recursos que la extensión del imperio demanda cada vez con mayor urgencia.

Joseph Fouché va a sobrevivir a muchos de sus contemporáneos; ve a Robespierre guillotinado por órdenes de la Asamblea, ve a Barras desplazado por su protegido Napoleón Bonaparte; a Lafayette regresar a su largo retiro después de ayudarlo a presionar al Senado de negarle otra oportunidad al Gran Corso, y a Napoleón Bonaparte, abdicar y salir dos veces en exilio.

Joseph Fouché no es un hombre que recibe sólo órdenes de sus superiores, ya que sin el consentimiento de Napoleón Bonaparte negocia directamente con los gobernantes extranjeros, con el canciller austriaco Metternich y con el jefe militar inglés, el duque de Wellington para llegar a un arreglo que permita el regreso de la paz a Europa, pero al conocerlo el emperador lo tacha de traidor. Sin embargo, el estallido de la cólera imperial no lo lleva a prisión o a perder la cabeza, sino a que el emperador lo envié en exilio y le conceda varias prebendas, entre ellas el título de duque de Otranto.

A la caída de Napoleón Bonaparte, Fouché va a colaborar con el  nuevo rey Luis XVIII, a cuyo hermano había enviado a la guillotinada y cuya profunda religiosidad contrasta con el ateísmo que despliega el personaje de manera muy visible, persiguiendo todo lo que tenga que ver con la iglesia. Sin embargo, está de acuerdo en que las habilidades de Fouché lo ayudarán en sus primeros años, que se interrumpen momentáneamente por el inesperado regreso de Bonaparte, pero que derrotado éste en Waterloo, le permitirán recuperar nuevamente el poder real con la ayuda de los gobernantes extranjeros.

Al paso del tiempo, el rey Luis XVIII va a ser presionado por la Corte y en particular por su sobrina, la duquesa de Angouleme, hija del decapitado Luis XVI, para correr de manera definitiva a Fouché del cargo que le había asignado, pero de nuevo escapa con vida de las intrigas de sus múltiples enemigos; va en exilio primero en Austria y luego en Italia y finalmente, muere a los 61 años, olvidado por los nuevos hombres que se reparten el poder en Francia.

El autor de la biografía concluye que a Joseph Fouché podía haberle ido mejor si hubiera dejado discretamente el gobierno, pero que como muchos políticos, no supo reconocer cuando era el momento adecuado para abandonar el poder.

Joseph Fouché va a pasar a la historia por sus muchas habilidades y astucias, su flexibilidad de carácter (pocos principios, pocos remordimientos), su olfato para conocer hacía donde se movía la mayoría de los hombres de poder, su larga sobrevivencia en medio de las terribles persecuciones políticas de esos años y el poder que construyó desde su posición de jefe de la policía en Francia y más allá de sus fronteras.


En cuanto a la importancia del personaje, me viene en mente que en El Cuarteto de Alejandría, el autor Lawrence Durell, describe que Menlik Baja, el primer ministro de Egipto en los años previos a la segunda guerra mundial mandó traer de Francia un busto en mármol de tamaño natural de Fouché, cuya presencia le resultaba de enorme inspiración para hacer su difícil trabajo en esos turbulentos años.

*Stefan Zweig, Fouché, Le livre de Poche, Traduction d´Alzir Hella, Editions Grasset, 1969.

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