Ciudad de México, mayo del 2016.
Fouché según Stefan Zweig
Stefan Zweig (1881-1968) es un
escritor austriaco, autor de notables biografías María Antonieta, María
Estuardo, Tolstoi y en particular de Joseph Fouché. Zweig emigró con su mujer a
Brasil, huyendo de los nazis y ambos se suicidaron, por causas que no han sido
aclaradas totalmente.
La biografía personal que
escribió El Mundo de Ayer es un conmovedor testimonio de la caída de lo que era
la cultura y la vida europeas con la terrible llegada del nazismo y del
fascismo y la destrucción de la Segunda Guerra Mundial.
La biografía de Fouché junto
con El príncipe de Niccoló Machiavelli, El Gatopardo de Giussepe Tomasi Lampedusa
y las Memorias de Giacomo Casanova son lecturas obligadas de los estudiantes de
ciencias políticas y de los que se lleguen a incorporar en la vida política.
El escritor* se basa en el
libro de Louis Madelin y en otras fuentes para describir de manera precisa al
personaje de Joseph Fouché (1759-1820), nacido en Nantes, en la región de la
Loire Atlantique, en la confluencia del río homónimo y del Erdre en el
occidente de Francia.
El autor de la biografía nos
describe que el personaje tuvo una formación religiosa y educativa dentro de la
Congregación del Oratorio (fundada por el santo italiano San Felipe Neri),
donde realizó también su función educadora de manera tranquila hasta que la
abandonó atraído por los drásticos cambios que estaban provocando la
Revolución.
A partir de esa decisión, se
incorpora como representante de su región al trabajo de la Asamblea Nacional
que es el órgano deliberativo que acompaña al llamado Directorio, en cuyas
manos está el ejercicio del poder ejecutivo, después de que el rey Luis XVI es
depuesto y decapitado.
El Directorio le encargará su
primera responsabilidad, enviándolo a combatir a los rebeldes que se oponen al
gobierno en la ciudad de Lyon, tarea que realiza con sangre fría, ejecutando a
miles de opositores al nuevo régimen, destruyendo y confiscando propiedades,
mostrando de manera ostensible su rechazo a todo lo que tenga que ver con la
religión y librando, para sorpresa de sus enemigos, los severos señalamientos
que su funesta labor levanta entre los miembros de la misma asamblea.
Después de convertirse en el
autor de la masacre de Lyon, el Consulado le encomendará la labor de policía
del nuevo gobierno, luego perfeccionará dicha función, gracias a la
construcción de una amplia red de espías y delatores que lo hará un hombre
temido, durante el Primer Imperio bajo Napoleón Bonaparte y a su caída, por
poco tiempo, hará lo mismo durante el reinado de Luis XVIII, monarca de la familia Borbón que
los países vencedores le imponen a Francia, quien tampoco se siente capaz de
prescindir del famoso personaje.
Durante todo el lapso señalado,
Joseph Fouché mostrará de manera sorprendente sus amplias habilidades y
astucias para permanecer y sobrevivir a los violentos cambios que se suceden en
Francia a partir de la Revolución y del ascenso y caída de Napoleón Bonaparte.
El comportamiento de Fouché
nunca es de protagonista, sino de observador; su gran habilidad es de convencer
y presionar detrás de bambalinas para hacer que los otros se plieguen a sus propósitos,
desaparecer de la escena cuando todos esperan su presencia y dejar que los
reconocimientos se les atribuyan a sus competidores.
Fouché no siempre estará en el
poder, se le desplazará por algunos años, después del Consulado y durante el
Segundo Imperio, por diferencias con Napoleón Bonaparte, pero regresará de sus
exilios para asumir su cargo con mayor autoridad y temor de sus propios jefes.Sin embargo, la distancia como apunta Zweig permite a los políticos dejar los espacios de poder y saber cómo piensa la gente y a los artistas renovar su creatividad que el trabajo diario les hace perder.
El protagonista en su vida
pública se comportará como un hombre austero, nunca mostrará la gran riqueza
que va adquiriendo en los cargos gracias al pago de favores y reconocimientos,
después de estar hundido en la pobreza, no es gran comedor, ni bebedor y nunca
viste con ostentación.
Napoleón Bonaparte no lo
quiere, pero lo necesita dada la información que ha acumulado desde su puesto
de jefe de la policía. Sin embargo, tampoco Fouché le tiene aprecio, ya que a
pesar de reconocerle sus dotes militares ve en él a un autócrata, obsesionado
con la guerra y al país privado de los recursos que la extensión del imperio
demanda cada vez con mayor urgencia.
Joseph Fouché va a sobrevivir
a muchos de sus contemporáneos; ve a Robespierre guillotinado por órdenes de la
Asamblea, ve a Barras desplazado por su protegido Napoleón Bonaparte; a
Lafayette regresar a su largo retiro después de ayudarlo a presionar al Senado
de negarle otra oportunidad al Gran Corso, y a Napoleón Bonaparte, abdicar y
salir dos veces en exilio.
Joseph Fouché no es un hombre
que recibe sólo órdenes de sus superiores, ya que sin el consentimiento de
Napoleón Bonaparte negocia directamente con los gobernantes extranjeros, con el
canciller austriaco Metternich y con el jefe militar inglés, el duque de
Wellington para llegar a un arreglo que permita el regreso de la paz a Europa,
pero al conocerlo el emperador lo tacha de traidor. Sin embargo, el estallido
de la cólera imperial no lo lleva a prisión o a perder la cabeza, sino a que el
emperador lo envié en exilio y le conceda varias prebendas, entre ellas el
título de duque de Otranto.
A la caída de Napoleón
Bonaparte, Fouché va a colaborar con el
nuevo rey Luis XVIII, a cuyo hermano había enviado a la guillotinada y
cuya profunda religiosidad contrasta con el ateísmo que despliega el personaje
de manera muy visible, persiguiendo todo lo que tenga que ver con la iglesia.
Sin embargo, está de acuerdo en que las habilidades de Fouché lo ayudarán en
sus primeros años, que se interrumpen momentáneamente por el inesperado regreso
de Bonaparte, pero que derrotado éste en Waterloo, le permitirán recuperar
nuevamente el poder real con la ayuda de los gobernantes extranjeros.
Al paso del tiempo, el rey
Luis XVIII va a ser presionado por la Corte y en particular por su sobrina, la
duquesa de Angouleme, hija del decapitado Luis XVI, para correr de manera
definitiva a Fouché del cargo que le había asignado, pero de nuevo escapa con
vida de las intrigas de sus múltiples enemigos; va en exilio primero en Austria
y luego en Italia y finalmente, muere a los 61 años, olvidado por los nuevos
hombres que se reparten el poder en Francia.
El autor de la biografía
concluye que a Joseph Fouché podía haberle ido mejor si hubiera dejado
discretamente el gobierno, pero que como muchos políticos, no supo reconocer
cuando era el momento adecuado para abandonar el poder.
Joseph Fouché va a pasar a la
historia por sus muchas habilidades y astucias, su flexibilidad de carácter (pocos principios, pocos remordimientos), su
olfato para conocer hacía donde se movía la mayoría de los hombres de poder, su
larga sobrevivencia en medio de las terribles persecuciones políticas de esos
años y el poder que construyó desde su posición de jefe de la policía en
Francia y más allá de sus fronteras.
En cuanto a la importancia del
personaje, me viene en mente que en El Cuarteto de Alejandría, el autor
Lawrence Durell, describe que Menlik Baja, el primer ministro de Egipto en los
años previos a la segunda guerra mundial mandó traer de Francia un busto en
mármol de tamaño natural de Fouché, cuya presencia le resultaba de enorme
inspiración para hacer su difícil trabajo en esos turbulentos años.
*Stefan Zweig, Fouché, Le livre de Poche, Traduction d´Alzir Hella, Editions Grasset, 1969.
*Stefan Zweig, Fouché, Le livre de Poche, Traduction d´Alzir Hella, Editions Grasset, 1969.
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