lunes, 11 de junio de 2012

Estambul bajo la mirada de dos famosos creadores








                                                                     


Junio de 2012




Estambul bajo la mirada de dos famosos creadores



Por Jorge Castañares





La ciudad de Estambul es el trasfondo de dos de las películas de Nuri Bilge Ceylan, el reconocido director de cine turco, Nubes de Mayo (2000), Distante o Lejano (2002) y Tres Monos (2008) mismas que me conducen al libro autobiográfico de Orhan Pamuk (7 de junio de 1952), Estambul, Ciudad y Recuerdos (2003), que es un homenaje del Premio Nobel (2006) a su ciudad natal, un recuento memorioso de su vida y una búsqueda sobre si mismo, el carácter, la formación y la construcción de su propia obra literaria.



En Distante (en algunos países se distribuyó como Lejano), la ciudad se cubre bajo un manto de nieve, mientras que los personajes Mehmet y Yazu viven sus propias soledades, en medio de vistas al Bósforo (en turco: “garganta”, estrecho que comunica al Mar Negro con el Mar de Mármara y en cuya orilla se encuentra Estambul), las grandes mezquitas, los parques , el distrito comercial (Beyoglu), los cafés (parte importante de la vida diaria de los residentes), los baños públicos, las calles estrechas y ascendentes de los barrios de la clase media, los gatos, los puentes, los muelles y el distante tránsito de los barcos y vapores de las líneas urbanas que mueven a los habitantes de una orilla a otra.(Estambul está en Europa pero cruzando el Bósforo está Asia).



Mehmet, el personaje principal, vive sus desencuentros con su ex esposa, su madre, hermana y con el pariente lejano, que por razones laborales tiene que hospedar durante unos días en su propia casa. Al final su cara denota una sonrisa triste, quizás alivio por la partida definitiva de ellos o porque no tiene otra salida que aceptarse tal cual es. La ciudad, una presencia constante, se convierte en cómplice y testigo de su soledad.



En Tres Monos (2008), que le valió el premio al mejor director en Cannes, el cineasta narra un incidente de auto que altera la vida de una familia turca, en particular, la relación de una pareja madura con un hijo adolescente, que lleva a la protagonista femenina a sufrir la violencia y rechazo sexual, ambas características del mismo contexto social donde la religión permea la vida diaria del país. Sin embargo, al final los personajes se vuelven a reencontrar en medio de la adversidad en un proceso de mutua aceptación de sus debilidades. El desenlace parece ir en contra de lo esperable en una sociedad tradicionalmente “machista”. La ciudad resulta un espacio a veces presente, otros lejano, pero siempre es un referente en las relaciones entre los personajes (trabajo, escuela, el despacho del político).



En esta última obra, en contraste con la nieve y el frío de la primera, las escenas se desarrollan en un Estambul y sus alrededores que sufren el calor y el bochorno de los meses de verano. La estación determina en este caso que las imágenes sean en tono amarillo, rojo, verde o naranja, hasta que súbitamente con la lluvia se regresa el paisaje a sus colores naturales. Es la lluvia, que Orhan Pamuk confiesa en sus memorias, manifiesta su llegada con el olor a algas y mar, que inunda las calles y callejones de la ciudad.



La primera obra, Nubes de Mayo, es un homenaje a la naturaleza y a la vida del campo de los padres de un director de cine, quien regresa a su lugar de origen para filmar una película y en la cual, por falta de recursos, los actores serán los propios residentes del lugar. Es claro el contraste con las películas anteriores: la armonía, la simplicidad y la tranquilidad del campo se contrasta con Estambul, de la cual en palabras de uno de los personajes, todo mundo quiere salir para mejorar de vida.



En fin, el director Nuri Bilge Ceylan, en dos de las películas antes descritas, nos deja también a través de la lente y de las imágenes que proyecta, un homenaje a la ciudad de Estambul, lugar donde nació al igual que Orhan Pamuk, pero siete años y cinco meses después ( 26 de enero de 1959).



En la obra de Pamuk, (autor de libros como El astrólogo y el sultán, Me llamo Rojo, El Libro Negro, Nieve y El Museo de la Inocencia, entre otros) la ciudad, que corresponde a su infancia y sus años adolescentes, es una ciudad triste, de calles y callejones sucios , contaminada por el humo de las casas, en decadencia, sumida en una profunda amargura (“la melancolía se parece también a ella”) por la pérdida de su pasada grandeza (el Imperio Otomano, cayó desde 1918, y después de un periodo de turbulencia fue sustituido en 1923 por la República de Turquía, cuya capital pasó a ser la nueva ciudad de Ankara), cuya población muestra incluso en los colores de sus mismas vestimentas, aunque justo en tales elementos el autor encuentra una gran e inagotable belleza.



En su obra, vale la pena, enfatizar la explicación de lo que para Pamuk es el término amargura, al que constantemente hace referencia, como algo que citando al sociólogo francés Lévi Strauss, deviene parte de una cultura;•no proviene de afuera, sino, de un sentimiento que los propios habitantes han desarrollado; cuyo origen está en la pobreza y en la sensación de derrota; ésta permite conformarse con poco, iguala a todo mundo y lo vuelve modesto y sin pretensiones; y finalmente, esta misma concepción hace que la pobreza, sea aceptada como destino y parte de la vida diaria de los habitantes de la ciudad.



En su libro el escritor nos describe el paisaje urbano, que ha capturado a través de pinturas, grabados o fotografías las miradas de propios y extraños desde hace muchos siglos, lo exótico , lo pintoresco, y lo que asocia el viajero del Occidente con el Oriente: los palacios de los sultanes, las mezquitas (Solimán, Santa Sofía, del sultán Amhet), los minaretes, las torres (la famosa Torre de Leandro), lo que resta de las viejas murallas y fortalezas, las abigarradas construcciones del Cuerno de Oro, los grandes puentes como el Gálata, las casas de madera (habitadas en el pasado por la nobleza y alta burocracia del Imperio otomano: visires, grandes visires, bajás y jedives), que ya no existen más porque fueron quemadas, se cayeron víctimas del abandono o fueron derruidas para construir nuevas edificios, de pésima arquitectura, demandados por el crecimiento de la población. Tal parece, según Pamuk, que los incendios de las mansiones de madera, de enteras manzanas y barrios era una constante en la ciudad desde principios del siglo pasado y que ello continuo durante parte de la vida del escritor. Estos, no sólo eran accidentes sino también consecuencia del mismo deseo de destruir todo lo que tenía que ver con un pasado decadente y de emular, de alguna manera, al mundo occidental.



El escritor regresa obsesivamente, una y otra vez, ya sea a través de su memoria, los grabados del alemán Melling, las descripciones del poeta romántico francés Nerval, del escritor francés Gautier, de Flaubert o las fotografías de Ara Güler a visitar los lugares donde ha pasado la mayor parte de su vida: la plaza Taksim, el barrio de Nisantasi (donde nació), el barrio de Cihangir (donde vivió), la calle comercial del distrito de Beyoglu, de Gálata y otros sitios, para encontrar en los mismos las fuentes que alimentarán las imágenes, la fantasía y el recuento memorioso que incorporara en sus libros. Sus frecuentes recorridos por la ciudad, a toda hora del día y de la noche (la pálida luz de los faroles y el gusto de asomarse a las ventanas para ver a las familias reunidas bajo un halo de luz anaranjada), planeados o al azar, lo llevan a conocer más de cerca el palpitar diario de los habitantes, que pertenecen a todas las clases sociales incluso las más pobres y marginadas.



En la descripción de esta antiquísima y poblada ciudad de más de 7 millones de habitantes (integrada con minorías provenientes de diversas partes de Asia y el Medio Oriente: bizantinos o rumíes, griegos, armenios, kurdos, sirios, judíos, persas, etcétera), sólo las aguas del Bósforo y del Cuerno de Oro (la bahía del mismo estrecho) distraen a Pamuk del imponente conjunto urbano, mientras que en contraste tiene escasas menciones a las manchas de verde, las cuales se limitan a solitarios cipreses, plátanos (árboles de varios metros y muy longevos y no los que conocemos con ese nombre en este continente) y árboles de Judas, que se destacan en algunos jardines privados, cementerios (los que inexplicablemente llaman la atención de múltiples viajeros célebres) , parques o paseos públicos.



En la opinión del escritor, el invierno resulta ser su estación preferida y en contraste con Nuri Bilge, la ciudad está contemplada desde los colores blanco y negro, porque incluso las maderas de los edificios con el paso del tiempo se pintan de estos colores; de negro y blanco son los grabados más hermosos de la ciudad; y de negro y blanco son las fotografía de la carpeta Lost Istambul del célebre fotógrafo Ara Güler.



El invierno, en el recuerdo de Pamuk, la nieve caía por algunos días y dejaba a la ciudad cubierta por otros, era la estación donde al contrario de que se recordara por ser un momento grato la vida se le complicaba a la gran mayoría: “se cortaban los caminos, rápidamente se formaban colas frente a las tahonas…” y otras más como que la gente debía volver de sus trabajos entre el barro y la nieve. Sin embarga, el escritor resalta como positivo del invierno que la población se una en un sentimiento de comunidad en torno a la nieve y sus problemas, tanto que la ciudad llega a mostrarse desierta durante dichos días. Estas escenas parecen no haber cambiado mucho, ya que son las mismas que se observan en la película Distante de Nuri Bilge.



Finalmente, en la obra de muchos de los autores turcos más célebres (poetas, novelistas, periodistas, etcétera, con largas o breves residencia en el extranjero) nos recuerda Pamuk hay una continua insistencia al occidente, ya sea en valores, modos de vida, cultura (primero la francesa ahora la estadounidense) y educación, como medios para escapar de la tradición del pasado, observar las cosas con otros ojos y ser modernos o actualizados. Esta búsqueda es motivo tanto del éxito o fracaso de los autores, ya que algunos se quedan entre ambas mundos, sin lograr ser totalmente de una u otra parte. Sin embargo, no está por demás referirse que a solo a unos pasos, es decir en Grecia, nació la cultura occidental hace algunos siglos o cuando menos lo que es más apreciado de la misma: la democracia, la libertad, el respeto a los derechos humanos y la convivencia civilizada.



El libro de Pamuk está ilustrado con muchas de las fotografías en blanco y negro de Ara Güler, famoso fotógrafo de origen armenio pero de nacionalidad turca y grabados de artistas europeos que vivieron en siglos pasados en Estambul.



Por último, una reciente lectura de El Museo de la Inocencia, una novela que se desarrolla en Estambul, me ha hecho repasar muchas de las referencias autobiográficas de lugares y personajes que Pamuk ya había señalado en su obra memoriosa, aunque ahora ambientada bajo otros nombres y dentro de una trama que en parte se inspira en la ficción.



En el recuento precedente tenemos las miradas de dos creadores compenetrados con su ciudad, conocedores de su pasado y presente, que viven con intensidad sus tristezas y amarguras, que comparten su melancolía, pero que a pesar de ello, la encuentran un lugar como ninguno otro en el mundo, de tal manera que no se imaginan poder vivir mucho tiempo lejos de la misma sin perder la fuente que nutre su misma existencia y reconocida obra. Sin lugar a dudas, una experiencia que vale la pena valorar para muchos de nosotros que sólo nos sentimos realizados cuando viajamos al exterior y conocemos aquella maravillosa ciudad donde nos gustaría vivir.


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