jueves, 31 de mayo de 2012

México, DF, 31 de mayo de 2012




Venustiano Carranza: su tenaz defensa de la soberanía nacional





                                                  Por Jorge Castañares








El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista (1913-1917) y luego Presidente de México (1917-1920) Venustiano Carranza jugó un papel fundamental, quizás nunca reconocido por todos, en materia de la defensa de la soberanía del país, entendida esta como la integridad de nuestro territorio, la capacidad de definir el destino de sus propios recursos, de contar con un marco legal acorde a nuestras necesidades y del reconocimiento de igualdad entre las naciones.






El desempeño de Carranza, sin duda, se dio en circunstancias particularmente difíciles tanto sobre el escenario interno como externo, lo cual hace más destacable su papel. Su valerosa defensa de la legalidad constitucional, después del artero asesinato del Presidente Madero y su Vicepresidente Pino Suárez a través de la rebelión armada, de la cual asumiría el liderazgo; sus acuerdos y desacuerdos con sus propios aliados políticos y rivales que mantuvieron el país en medio de una latente guerra civil; las intrigas de las potencias europeas y de Estados Unidos que buscaban proteger los intereses de sus connacionales ante los bandos en pugna y las reformas varadas por los nuevos gobernantes; las invasiones al territorio nacional realizadas el 21 de abril de 1914(Puerto de Veracruz) y posteriormente la llamada expedición punitiva de 1916 en represalias contra el ataque de Villa a Columbus, Nuevo México; el estallido de la Gran Guerra (1914-1918) cuando las potencias buscaron a través de diversos medios mover al gobierno a aliarse con uno u otro bando; y finalmente, el desafió que implicó aplicar el nuevo ordenamiento legal que resultó de la promulgación de la Constitución de 1917, que fue montado por las potencias con intereses en nuestro país.






Ante este complejo escenario, que se prolongó por espacio de siete años, Venustiano Carranza mostró una habilidad y visión política que en perspectiva agiganta notablemente su figura histórica y empequeñece aún más a nuestra mediocre clase política y burocracia gubernamental por sus frecuentes inconsistencias y veleidades en política exterior, dando una vez más razón a la afirmación, de que las mismas carecen de memoria histórica para tomar las decisiones adecuadas en bien del país. En nuestros tiempos ello es más evidente ante el activismo físico que a todos los niveles se despliega en foros, encuentros, participaciones en grupos, reuniones bilaterales y multilaterales, que sólo representan cuantiosos gastos y cuyos resultados son de escaso valor para los ciudadanos de este país.






El ex político porfirista (se distanció de Porfirio Díaz por su veto al General Bernardo Reyes que lo quería como gobernador de Coahuila) y luego maderista, (el Presidente Madero lo hizo Gobernador Provisional y comandante en jefe de las fuerzas revolucionarios en vario estados del noreste), se levantó en armas con su Plan de Guadalupe promulgado en la hacienda homónima el 20 de marzo de 1913, en el cual desconoció al golpista Victoriano Huerta. Los firmantes del documento lo proclaman Primer Jefe del Ejército Constitucionalistas hasta el nombramiento de un Presidente Interino y la convocatoria de nuevas elecciones. Desde este momento hasta agosto de 1914, comenzó una cruenta guerra contra el gobierno ilegítimo de Huerta, sostenido principalmente por Estados Unidos (su embajador Henry Lane Wilson había participado directamente en el complot para derrocar a Madero con la complicidad de los representantes de otras potencias siendo intermediario entre los principales implicados: Huerta, Félix Díaz y Manuel Mondragón ), que llevó a Venustiano Carranza a recorrer a lomo de caballo el norte del país: Coahuila, Sonora y Chihuahua hasta la caída de Huerta. El dictador fue vencido por su creciente autoritarismo (realizó un simulacro de elecciones para nombrarse Presidente Constitucional y ante la oposición del Congreso, lo disolvió y mandó a matar a sus cabezas más visibles), la presión del nuevo Presidente estadounidense Woodrow Wilson, quien lo considera un retroceso para el país y mal ejemplo para el Continente, y sus derrotas militares en varios frentes.






A pesar de la caída del dictador Huerta, el 15 de julio de 1914, Venustiano Carranza debió hacer frente a las intrigas que se desarrollaron en sus mismas filas al profundizarse las diferencias, más que nada de personalidades, que lo distanciaron de Francisco Villa uno de los generales exitosos de la campaña en el norte del país y de Emiliano Zapata, el líder agrario sureño, con quien nunca pudo establecer una relación de mutua conveniencia. La apertura de la Convención de Aguascalientes, el 10 de octubre de 1914, la cual se contemplaba como un foro para dirimir las diferencias y establecer un acuerdo entre las fuerzas beligerantes, no produjo el resultado esperado. A la condición impuesta por los convencionistas (los 150 generales revolucionarios), la renuncia de Carranza, este último propone, el 23 de octubre, otras, que incluyen la salida de Villa y Zapata del país y el inicio de un programa de reformas. La contrapropuesta, la constitución de la Convención como un Poder Supremo (con funciones deliberativas y ejecutivas), no fue aceptada por Carranza, quien dudaba de la capacidad de los convencionistas para disciplinar a Villa y a Zapata y de poder encauzar a las múltiples fuerzas que estaban en juego. Los presidentes emanados de la misma: Eulalio Gutiérrez, Roque González Garza y Francisco Lagos Cházaro no fueron nunca reconocidos por los carrancistas, los cuales se reagruparon nuevamente para dar la batalla. El primer jefe desconoció a la convención el 8 de noviembre, los carrancistas dejaron la Ciudad de México a sus enemigos el 18 del mismo mes (las tropas de Villa y Zapata llegaron a la capital con el presidente designado por la convención), y Carranza se refugió en Veracruz hasta octubre de 1915. Finalmente, sus generales Álvaro Obregón, Salvador Alvarado, Manuel Diéguez, Jacinto B. Treviño y Pablo González le dieron el triunfo militar que inclinó la fortuna a su favor.






A partir de la salida de Huerta del país, el Primer Jefe, tuvo que hacer frente a las intrigas de Estados Unidos y a las potencias europeas que se desplegaron en defensa de sus intereses económicos. Estos eran en muchas ocasiones conflictivos, ya que respondían unas veces a los intereses globales de sus gobiernos, mientras que en otras, a las presiones de sus inversionistas. Los Estados Unidos buscaban frenar el poder de los intereses europeos, en particular de los ingleses, los cuales competían con ellos en varios campos, aunque el petróleo era el más importante dadas las concesiones que desde el porfiriato se habían dado a Lord Cowdray, dueño de la compañía “El Águila”. Los ingleses habían sostenido abiertamente a Huerta, después de que el Presidente Wilson le negó su respaldo. Inicialmente, los alemanes, con intereses en el ramo del comercio y la banca, apoyaron con entusiasmo, a Huerta: su representante Paul Von Hintze, un militar de profesión, lo aconsejaba frecuentemente. Sin embargo, su actitud se modificó en la medida en que se mostró incompetente para garantizar la tranquilidad del país y el rápido avance de los revolucionarios. Desde antes de la caída de Huerta, las potencias extranjeras hicieron contactos con las cabezas de los grupos revolucionarios ofreciéndoles ayuda, ya sea directamente a Carranza o a algunos de sus generales como el mismo Francisco Villa y Álvaro Obregón, aunque sus posturas se modificaron conforme sus propias conveniencias. Las reformas que se iniciaron desde principios de 1915 en materia agraria (Ley del 6 de enero restitución de tierras), sobre la soberanía de los recursos naturales (decreto del 7 de enero destinado a suspender los trabajos de exploración hasta la emisión de una nueva ley) y el aumento de impuestos y regalías y el registro de los títulos de propiedad de las empresas petroleras (decreto del 19 de febrero de 1918) hicieron más perentorio el acercamiento. Sin lugar a dudas, el alcance real de estas disposiciones fue limitado por las presiones externas incluyendo la pospuesta aplicación de algunas medidas: nunca hubo un gran reparto agrario ni tampoco las empresas petroleras pararon sus planes de expansión en el país o registraron sus títulos ante el gobierno. En el caso del petróleo, se tenía también una dificultad de control real en la medida en que el general Manuel Peláez, enemigo de Carranza, controlaba militarmente el área de mayor producción de hidrocarburos, claro que bajo un respetable pago por parte de los empresarios extranjeros.






Ante la resistencia del dictador Huerta a dejar el poder, sostenido por el apoyo inglés que buscaba proteger sus importantes inversiones en el petróleo, los ferrocarriles y la banca, el Presidente Woodrow Wilson ordenó como medida adicional de presión la ocupación del Puerto de Veracruz, el 21 de abril de 1914, ante las protestas de Venustiano Carranza que lo consideraba una violación a la soberanía del país y rechazó la mediación de un grupo de países latinoamericanos, reunidos en Niagara Falls, al considerar que la ocupación estadounidense era un asunto interno. El retiro de las tropas, en noviembre de 1914, contribuyó a distender la relación con Venustiano Carranza. Sin embargo, después del ataque sorpresivo de Francisco Villa a la población de Columbus, Nuevo México, el 8 de marzo de 1916, se organizó la llamada expedición punitiva para acabar con las huestes villistas, que del conocimiento previo de las autoridades mexicanas, se rechazó como una abierta violación de nuestra soberanía. El retiro de las fuerzas estadounidenses, en febrero de 1917, fue resultado de la entrada de Estados Unidos en la Gran Guerra en apoyo de los países aliados y de la necesidad de evitar conflictos a lo largo de su frontera sureña, que implicaran el despliegue de fuerzas y material bélico.






A partir del estallido de la Gran Guerra (julio de 1914) y hasta su conclusión en noviembre de1918, las potencias aliadas (Inglaterra y Francia, principalmente) y las agrupadas en torno al Imperio alemán (el Imperio austriaco) buscaron influir en nuestro país a través de diversas acciones ejecutadas por su representante en México Heinrich von Eckardt o por agentes especiales, aunque nuestro país había declarado formalmente su neutralidad ante el conflicto. Estados Unidos buscó evitar nuevas invasiones y mantener tranquilo al país; Inglaterra mantuvo una estrecha vigilancia de las operaciones alemanas en vista del temor a un sabotaje a sus intereses petroleros. Sin embargo, Alemania buscó involucrar durante estos años a México en algún ataque a Estados Unidos con el propósito de atarlo a este lado del Atlántico, ya sea a través del famoso telegrama Zimmermann (nombre del Canciller alemán), donde se le ofrecía el regreso de los estados de Texas, Nuevo Mexico y Arizona o simplemente como se hizo en el segundo contacto llevado a cabo por un agente de sobrenombre Delmar (Anton Dilger) al servicio del alto Mando Militar Alemán, con la ayuda militar. Ambas propuestas, que implicaban también la colaboración con el gobierno japonés, fueron rechazadas por Carranza, aunque éste no cerró las puertas a la posibilidad de que Alemania contribuyera después de la guerra al desarrollo del país como se buscó también con Francia. En contraste no tuvo ningún gesto de acercamiento hacia los ingleses dado el apoyo que le habían brindado a Huerta. El rechazo carrancista no impidió que Alemania, extendiera sus actividades de espionaje y propaganda durante el periodo bélico, en particular en 1918, a veces bajo la tolerancia del mismo gobierno. La política exterior de Carranza, anunciada de manera formal el 1o de septiembre de 1918 constituiría lo que luego se conoció como doctrina Carranza, cuyos lineamientos principales fueron: el respeto mutuo entre países (sus leyes, sus instituciones y su soberanía), la no intervención en los asuntos internos; y nacionales y extranjeros son iguales ante las leyes nacionales. Esta postura hacía por demás inaceptable, como se manifestaría más tarde en la Conferencia de París, la llamada Doctrina Monroe que implicaba el tutelaje de los Estados Unidos sobre América Latina.






A pesar de que la nueva Constitución que se expidió el 5 de febrero de 1917 en Querétaro, contenía disposiciones que estaban lejos de ser del agrado del Primer Jefe, en particular la redacción final del artículo 3 (religión), del 27 (propiedad de la tierra y sus recursos), del 123 (laboral) y 130 (religión), los más polémicos, ya que rebasaban quizás su propia concepción del carácter evolutivo que debían tener algunas de las reformas, Carranza hizo frente a las protestas que los gobiernos extranjeros manifestaron como resultado del nuevo marco legal, en particular, las provenientes del gobierno estadounidenses. Esto, a pesar de que en a lo largo de 1917 se impusieron controles a las exportaciones de alimentos, bienes manufacturados y oro que agravaron la situación económica. Sin embargo, el gobierno estadounidense fiel a su tradicional política de “garrote” y “zanahoria” reconoció a Carranza el 19 de octubre de 1917, aunque su embajador Henry A. Fletcher entregó cartas hasta el 3 de marzo de 1918. Por su parte, el gobierno inglés a través de sus representantes en México (primero el encargado de negocios Thurston, luego su subalterno Conrad Cummins) conjuntamente con el apoyo de algunos inversionistas británicos fue activo en elaborar planes para hacer caer al gobierno de Carranza con la participación de sus adversarios internos. El principal inversionista británico Lord Cowdray cambiaría de opinión más tarde, quizás como resultado del interés en vender su empresa petrolera. Finalmente, en marzo de 1919, se hizo un último intento de desmontar las nuevas disposiciones constitucionales condicionando, la solicitud de recursos del gobierno carrancista a un consorcio de bancos extranjeros, a la supervisión directa de los ingresos de las aduanas mexicanas, un tratamiento especial a la inversión extranjera y la creación de un banco local controlado por un comité internacional. Carranza la consideró como un intento de restricción de nuestra soberanía y en consecuencia, rechazó el acuerdo.






A pesar de las habilidades y capacidades de Venustiano Carranza nombrado Presidente Constitucional en mayo de 1917, para un periodo de 4 años, después de su triunfo en las elecciones federales del 11 de marzo, no tuvo un gobierno tranquilo ni en el frente interno ni en el externo. En 1918, su deseo de aplicar el nuevo marco legal a los intereses extranjeros (propiedad de las tierras y del petróleo) se enfrentó a una tenaz resistencia apoyada desde Washington a través de una protesta formal y aunque realizó serios intentos de introducir cambios a los artículos 3 y 130 constitucional bajo el argumento de evitar un conflicto mayor, sus iniciativas fueron rechazadas. En 1919, logró suprimir a algunos de sus enemigos (Villa había sido reducido a la actividad de guerrillero, Zapata fue asesinado por un lugarteniente del General González y el General Ángeles llevado a un juicio amañado y condenado a muerte), y aunque buscó un acercamiento, a través de acciones y propuestas formales tanto con Inglaterra como con Francia, no tuvo respuesta. Su mandato terminó de manera sangrienta con su muerte, el 21 de mayo de 1920, en un alejado paraje de la Sierra de Puebla, víctima de su oposición al llamado grupo militar de los sonorenses (Álvaro Obregón, su general estrella, había lanzado desde el 23 de abril su Plan de Agua Prieta apoyado por varios de sus colegas más destacados). En su momento, comentó que se trataba de impedir los males del militarismo, pero quizás, como señalan otros, fue atrapado por una debilidad humana propia de los hombres de poder: su deseo de seguir mandando a través de un incondicional. Esta historia, como ya lo sabemos, es recurrente en el tiempo, aunque el nombre de los personajes cambie.








Fuentes:






Enciclopedia de México, Tomo III, 2000.






Friedrich Katz, La guerra secreta en México, Dos volúmenes, Ediciones Era, 1982.






Enrique Krauze, Puente entre siglos, Venustiano Carranza, Biografías del poder/5 Editorial FCE, 1987






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