Memoria de otros tiempos
(Una autobiografía madura)
Por Jorge Castañares
México, DF, enero de 2011
Prólogo
Este breve recuento, fundado en la memoria y en la recopilación de información sobre las décadas que se mencionan, complementa un esbozo autobiográfico anterior a mis años de vida en Europa.
Los hechos son dispersos, algunas referencias que me parecieron importantes, recuerdos, detalles, nombres y lugares, que integran un mosaico. Se trata de un proceso, sin duda selectivo, aunque está lejano de ser intencional. Tal parece, que la memoria, procede de esta manera. Por otro lado, no pretendo que sea el texto que tenemos en la cabeza, como en algún momento afirmara el escritor turco Orhan Pamuk, que le dé significado a lo que hemos hecho en nuestra vida.
En muchas ocasiones, me han dicho que mi estilo corresponde más a la crónica que a otro género, por ello me sirvo del mismo para hacer este recuento. Estas breves crónicas, me parece que son similares a fotografías, las cuales en su conjunto integran mi álbum personal.
El camino, como se podrá constatar, se ha recorrido en compañía de otros aunque las decisiones se han tomado individualmente. Estas, han tenido repercusiones, que han cambiado de alguna manera el rumbo de mi vida. Sin embargo, no han sido decisiones fáciles, las he meditado y he asumido en todo momento el compromiso que el hacerlo conllevaba. Esto me ha permitido, muchas veces, superar los fracasos y seguir adelante.
La vida, al fin y al cabo, es una o muchas oportunidades y un camino lleno de sorpresas, algunas gratas otras desagradables.
Las páginas siguientes contienen algunos ejemplos que han sido significativos para el autor en el breve instante que cubre el paso de su vida.
Por último, la intención de esta selección arbitraria y discriminatoria de recuerdos, es también aclararme algunas de mis propias decisiones, de impedir que el olvido sepulte estos momentos y al hacer la crónica de los mismos, el afán también de compartirlos con los amigos.
1.- El principio
De acuerdo a la versión de mis padres, nací el 2 de mayo de 1952, a muy temprana hora y sin mayores contratiempos, gracias a la ayuda de la tía Graciela, una hermana de mi padre, en el Sanatorio Mayans, que se ubicaba en una de las lomas sobre las que creció originalmente Villahermosa. El edificio, aún existente aunque abandonado, destaca por tener una fachada rematada por un friso donde sobresalen caras de terracota en actitud de espanto o sobrecogimiento. Sin duda, su propietario, el Dr. Manuel Mayans Victoria tenía un aspecto que daba esta impresión, como también el consultorio donde atendía a sus pacientes: un espacio donde como decorado se mostraban órganos humanos en grandes frascos de formol, vitrinas con libros de coberturas oscuras, un permanente olor a un líquido desinfectante y un estudiado desorden de papeles por doquier.
Fui el segundo hijo, después del mayor llamado Rafael Antonio, nacido en 1950, y de un tercero, Sergio quien llegaría tres años más tarde, de un matrimonio formado por mi padre Antonio Castañares Jamet, un hombre de alrededor de 44 años, que hacía algún tiempo había regresado de una larga residencia en Estados Unidos –según contaba la familia se había escapado a los 14 años por diferencias con el padre- para recibir la herencia paterna y de mi madre Enriqueta Priego Blardoni, una mujer de 20 años, que había terminado una carrera de contadora privada en el Colegio Williams de la Ciudad de México y trabajaba en la Asociación Platanera local, donde mi progenitor era socio. Sobre la larga estadía de mi padre en Estados Unidos nunca nos comentó detalles; el resto de la familia tenía sólo algunos datos dispersos: había vivido en Chicago, trabajado en una fábrica, tuvo un accidente laboral grave que le afectó los ojos, vivió largo tiempo con una dama, adoptó como nombre Anthony C. Jamet, etcétera.
Al decir de mis primos mayores, mi abuelo paterno era un rico propietario local, su finca “San José” contaba con una extensión de 3 mil hectáreas, pero además tenía otra propiedad “Santa Lucia” vecina a la cabecera municipal de Cunduacán, y una más, a orillas del río Carrizal, en la cercanía de Villahermosa. Sin embargo, era un hombre avaro, de costumbres austeras, de enorme rigidez, poco comunicativo con su familia y de fugaces amoríos. Se contaba, que la abuela, de ascendencia francesa y educada en Europa, hablaba francés y alemán, tuvo una vida matrimonial desafortunada, y al final, después de saber la existencia de una hija producto de una relación fugaz del abuelo, se encerró en sus habitaciones, para no dirigirle más la palabra hasta su muerte. Esta situación, debe haber influido en el comportamiento de mi padre, de tal manera que lo hizo abandonar, aún adolescente, la casa familiar.
2.-La casona de Atasta
Los recuerdos de mis primeros años, me regresan a la casa de la colonia Atasta - una pequeña villa en medio de muchos árboles- en ese entonces un barrio alejado de la ciudad, pero conectado por una larga y angosta vía pavimentada a cuyos lados se tenían las quintas de algunas familias conocidas. Esta había sido herencia del abuelo paterno a varios de sus hijos, ya que en ella habitaban sólo separados por un muro, un hermano de mi padre, el tío Rogelio; y en una pequeña casa, que había sido antes bodega, su hermana mayor, la tía Ofelia y su hija ya casada, la prima Ofelita Somarriba.
La casona, un tanto elevada sobre el nivel de la calle, contaba con un gran corredor frontal, mismo que para nosotros funcionaba como un mirador, ya que desde este privilegiado espacio se divisaba el movimiento de los alrededores, incluyendo las famosas carreras de caballo de San Juan, cuando el camino principal era aún un aplanado de tierra. De niño, se me hacía una enorme extensión, muchos años después me sorprendió conocer que sólo medía alrededor de dos mil 500 metros cuadrados. Sin embargo, sus árboles lo hacía un lugar muy especial, los había de muchas variedades: cedros, mangos, tamarindos, caimitos, marañón, capulines, cafetos, cocoteros, etcétera. Uno de nuestros mayores pasatiempos era subirnos a cortar los frutos maduros de estos árboles y comerlos compulsivamente hasta que nos daba dolor de estómago.
Por otro lado, la vieja casona, con sus gruesos muros, techos elevados, corredores, tapancos y ruidos extraños, era un lugar para nosotros lleno de recuerdos de sus antiguos ocupantes, los cuales se nos hacían que la recorrían, en particular a la caída de la tarde, como lo hacían en vida. Me viene a la memoria, una noche de lluvia e intenso viento, cuando atisbando desde una pequeña ventana, tuve la visión de un personaje desconocido que circulaba tranquilo por una de las banquetas laterales. Esto, se lo confesé después a mi prima Ofelita, que sin duda alguna me dijo que se trataba de mi abuelo, a quien ella había visto en varias ocasiones. La prima era una gran contadora de historias de duendes, aparecidos y leyendas locales, que nos mantenía embelesados durante las tranquilas tardes provincianas.
Durante varios años vivimos en una parte de la casona heredada de los abuelos, además de mis padres y nosotros tres, la hermana menor de mi padre, la tía Trini, quien fue la cómplice en los desacatos a la autoridad de los progenitores y nos consintió en muchos de nuestros gustos. Ella trabajaba la mayor parte del día, en un negocio de una sobrina ubicado en la calle Juárez –la principal arteria comercial de la ciudad- pero convivíamos por las noches, y principalmente, los domingos. Sus regalos de día de Reyes eran ansiosamente esperados por los tres hermanos. Fue la tía que en las familias de antaño le tocaba cuidar a los padres en su vejez y que luego se quedaba en casa a disponibilidad, pero por fortuna, pudo trabajar para escapar de dicho destino. Fue pródiga también con el hermano cuando la situación económica le fue adversa, cediéndole parte de su herencia.
Con el tiempo, mi padre construiría una nueva casa en un terreno vecino, entre un gran árbol de tamarindo y otro de caimito, donde nos moveríamos, pero permanecería la relación estrecha con la tía, quien continuaría habitando la antigua casona, de la cual nos separaba una pequeña malla de alambre a través de la cual nos comunicábamos. Por el otro lado, éramos vecinos con la familia Celorio, cuyos abuelos habían llegado de Asturias. Sus hijos crecieron junto a la familia de mi padre, como los nietos, del matrimonio de su hijo primogénito Francisco Celorio y su esposa Elena Pascual, lo hicieron con nosotros: Paco, Elena llamada por nosotros “La Cusa” (término que parece estar relacionado con muñeca en Asturias) y Fernando. En Tabasco, a pesar de que muchos españoles habían salido a la capital con la Revolución y el “garridismo”, otros se quedaron: mi padrino de bautizo era un viejo gallego, que tenía una fábrica de jabones de coco, cuyo penetrante olor lo tengo todavía presente, en las orillas del río Grijalva.
3.-Los primeros amigos
La mayor parte del día lo ocupaba en jugar con mis hermanos, con los vecinos, Fernando y Elena Celorio, o con los hijos de mi prima Ofelita, María Elena y Alberto Bustamante. Mí padre se había casado tardíamente, por lo que sus sobrinos eran mayores que nosotros pero con los hijos de éstos no había gran diferencia de edades. Nuestro pasatiempo consistía además de subir y bajar árboles, pasar de un patio a otro –las divisiones entre los patios de las propiedades vecinas eran pequeños arbustos- pensando que hacíamos excursiones en medio de una peligrosa selva, escuchar relatos de los mayores sobre aparecidos y fantasmas ambulantes y la búsqueda de tesoros enterrados por nuestros antepasados en algún lugar del patio circundante. La casona había sido ocupada por los rebeldes delahuertistas que desconocieron al gobierno de Garrido Canabal, obligando al abuelo a abandonarla precipitadamente y refugiarse en los tapancos de la ciudad. El mismo Garrido la había librado apenas, gracias a la valiente intervención de doña Carmela Greene, quien lo había escondido en la recámara de su casa.
Por esos tiempos, nuestra actividad más seria, aparte de estudiar era ayudar en los “mandados” que se requerían durante el transcurso del día, a los tendajos que estaban próximos a la casa. La tienda más completa era la de don Vicente Pérez, que se encontraba cruzando la calle. Muchos alimentos se consumían fresco, se compraban porciones reducidas y se cocinaba diariamente, aunque, se contaba con refrigerador y se tenía acceso a muchos alimentos enlatados. La mayoría de los vecinos, hombres y mujeres, sin importar las clases sociales, acostumbraban acudir todas las mañanas muy temprano en medio de la oscuridad, entre las cinco y seis, a comprar sus alimentos diarios al mercado de la colonia e incluso hasta el mismo centro de la ciudad.
Los fines de semana, la casona se alegraba con la visita de las primas mayores Aurora María y Nidia, acompañadas de sus hijos e hijas, quienes acudían a ver al resto de la familia y escapaban, durante la época de seca, del calor de los muros de la ciudad. El grupo familiar se ampliaba, los más jóvenes se integraban a nuestros recorridos y nos conocíamos un poco más.
4.- Las primeras letras
A cierta edad, comencé acudir junto con mis hermanos a una casa vecina, donde una maestra retirada, doña Carmen Zurita, casada con un señor de apellido Palavicini, de ascendencia italiana, amigo de mi padre, enseñaba a leer y a escribir a los niños de la colonia. Las clases se daban en una improvisada aula en la estancia de la casa mientras que los juegos los teníamos en el patio de la casona.
Además, de esta educación, no recuerdo haber asistido a alguna institución -llámese kinder o preprimaria como ahora se acostumbra-previo a mi ingreso a la escuela primaria. De allí pasaría directamente al primer año de la escuela en el centro de la ciudad.
Nuestro acompañante a la escuelita era un mozo, que nos cuidaba en nuestros desplazamientos diarios incluso mientras estábamos en casa, en ausencia de los progenitores. Este se ocuparía de estimular nuestra temprana imaginación con pláticas como la relativa a los patos, que se desplazaban indiferentes por el patio, tenían sexo como los humanos. Esto provocó un enorme interés en conocer como se apareaban estos animales, por los que los seguíamos estrechamente en sus desplazamientos por todos lados.
En la casa había siempre animales, ya sean caballos, perros, patos y cotorras. El caballo era todavía un medio muy usual de transporte, para distancias cortas, por lo que muchos de los trabajadores los usaban. Así, que desde muy pequeños estuvimos en contacto con ellos aunque como un medio de diversión. En caballo, acompañado en algunas ocasiones por los trabajadores, hacíamos muchos recorridos por las calles de Atasta, hasta los límites de la carretera federal, donde se encontraba un predio del tío Rogelio, que era establo y sitio de ordeña de la leche que luego consumíamos en la casa.
Durante la temporada de lluvia, de septiembre a octubre, cuyo arribo se anunciaba por el olor a tierra fresca y el canto de las aves, nuestras salidas se restringían severamente, ya que los aguaceros caían día y noche, las calles de tierra se anegaban y se hacían tremendos lodazales. Desde los corredores de la casona, veíamos caer la incesante lluvia y de vez en cuando nos escapábamos para meternos a los encharcamientos o colocar barcos de papel en el agua, que bajaba con fuerza por la pendiente de la calle. No nos escapábamos de un severo regaño cuando nuestros padres se percataban de nuestras ropas empapadas y nuestros cuerpos tiritantes por la humedad.
Nuestra formación católica, no fue tampoco, muy estricta; mi padre no era creyente pero mi madre sí, aunque no tradicionalista. En la cercanía de la casa estaba una pequeña ermita, bajo la advocación de San Sebastián, donde a veces acudíamos a misa y en ocasiones íbamos hasta la ciudad a la iglesia de la Santa Cruz, que se encontraba en el barrio donde se había criado mi mamá. Los cohetes y las campanas de los días de fiesta era otro recordatorio más de la presencia religiosa. Se nos bautizó como a todo el mundo aunque la primera comunión la hicimos de manera discreta, ya un poco mayores.
En este tiempo, tuve mi primer contacto con un difunto real. Uno de los hermanos mayores de mi padre, el tío Rogelio, que había realizado una exitosa carrera política en la Ciudad de México hasta que tuvo diferencias con algún político importante, murió después de una larga enfermedad. Tengo presente aún la escena nocturna, cuando en medio de voces conocidas, el ataúd del tío entró a la casa, y temporalmente, ocupó el espacio donde estaba el comedor. Ya estábamos en la cama, pero desde nuestra habitación y todavía paralizados por la escena, nos asomamos sigilosamente desde la puerta de tela metálica para satisfacer nuestra curiosidad. Luego, nos regresamos a la cama con la idea tranquilizadora de que al día siguiente las cosas regresarían a la normalidad incluyendo la presencia viva del tío.
Mi vida en esta etapa, como para la mayoría de los niños, como confiesa el escritor turco Orhan Pamuk, de la misma edad, en sus memorias, nos resultaba divertida, “suave como el terciopelo y con cierto aire de cuento de hadas.”
5.- Los primeros viajes
A escasos años, mi hermano mayor y yo, acompañamos a mis padres a una primera vista a la Ciudad México, que hicimos en vehículo propio, y que nos permitió percibir las distintas realidades de la geografía del país: de sus verdes costas hasta el frío altiplano montañoso. Además, de poder comparar nuestra ciudad bulliciosa donde todo el mundo nos conocíamos, a otra donde la gente era más reservada y desconocida. Fue un viaje donde cruzamos muchas de las grandes corrientes fluviales, que dilataban el tránsito entre nuestro estado y el resto del país: se hacían largas filas para que las llamadas “pangas” cruzaran a los vehículos de una a otra orilla de los ríos. En tiempo de lluvias, la mayor corriente del río amenazaba con invadir a estas plataformas flotantes, arrastrando a los vehículos que portaban. Este temprano viaje lo hicimos en un equipado jeep Land Rover, que mi padre consideraba un vehículo a prueba de cualquier terreno. De mi primera visita a la capital, recuerdo el registro del tiempo marcado por el reloj de la Torre Latinoamericana, el repique de las campanas de la Catedral y el movimiento de la gente sobre las aceras de la calle de 5 de Mayo, que me pareció inusitado.
Además de este viaje, recuerdo algunas visitas a Puebla, donde mi padre tenía familiares en el pueblo vecino de Tecamachalco; al puerto de Veracruz, donde disfrutábamos la vista de los barcos anclados en el puerto, los paseos por el malecón y la vista del mar; y los viajes de semana santa y verano a las playas cercanas donde hacíamos grupo con otros miembros de la familia tanto materna como paterna. La prima Nidia Canabal, la sobrina preferida de mi papá, tenía una casa en la playa más cercana a Villahermosa, Miramar, donde en ocasiones pasábamos algunos días. Su marido Miguel Domínguez, aviador, tenía una buena relación con mis padres, incluso era padrino de mi hermano menor. Sus hijas, Nidia y Denia, tenían edades que coincidían con las de mis hermanos. Ambos primos murieron prematuramente en un accidente aéreo en el municipio de Naucalpan, Estado de México.
Desde nuestra lejana provincia, las noticias sobre el mundo nos llegaban vía la prensa o la radio, eran sólo tema de conversación entre los adultos, y a nuestra corta edad, cosas que nos parecían muy ajenos a nuestras vidas diarias. El 1º de enero de 1959, Fidel Castro y sus seguidores entraban en La Habana, en medio de vítores, dando fin a la dictadura de Fulgencio Batista y encabezando un gobierno que prometía una verdadera democracia al pueblo cubano. Sin embargo, su acercamiento con la Unión Soviética y el radical programa económico del nuevo régimen chocaron rápidamente con el gobierno estadounidense, que decretó un embargo a la isla, aún vigente. En el gobierno estatal, el general Miguel Orrico de los Llanos, quien concluía un mandato interino iniciado en 1955, con la salida forzada del gobernador Manuel Bartlet como resultado de un conflicto estudiantil, entregaba el poder a Carlos A. Madrazo Pintado, quien gobernaría de este año hasta 1964.
6.-La escuela
A los ocho años, en 1960, comencé a asistir a la escuela primaria, en el viejo centro de Villahermosa. Esta era una institución administrada por una orden de religiosas, las que habían regresado a Tabasco después de haber sido expulsadas por el garridismo y se dedicaban a enseñar a los hijos de la gente acomodada del lugar. Allí permanecería durante dos años, hasta que mi madre se reincorporara al trabajo formal como maestra en otra escuela primaria, propiedad de la maestra Armenia Fernández, que gozaba también de prestigio local. Allí permanecería hasta que se integraría al cuerpo docente de una escuela comercial establecida por su hermana menor Betty, quien había enviudado y con dos pequeños hijos, buscaba una actividad que le permitiera independencia económica.
El regreso al medio laboral de mi madre, se debía al repentino cambio de fortuna que mi padre registró, cuando de ganadero había pasado a productor de plátano -en un terreno vecino al río Carrizal-, pero las cosas no salieron como lo había previsto. En Tabasco, todo depende del clima, las lluvias, los vientos, las inundaciones: las plantaciones sufrieron los efectos combinados de los tres elementos.
De esos tempranos tiempos, tengo un registro muy distante de algunos comentarios positivos escuchados en familia sobre la llegada al gobierno de Estados Unidos del Presidente John F. Kennedy, con algún énfasis en sus antecedentes católicos; y de la tensión provocada un año después, en noviembre de 1961, por la construcción del Muro de Berlín, entre las dos grandes superpotencias. La llamada “Guerra Fría” produciría muchos de estos incidentes a lo largo del mundo, sin desembocar en el temido conflicto nuclear.
Durante esos años, en la escuela “Luis Gil Pérez” terminaría la educación primaria en 1965, nos desplazábamos diariamente entre Atasta y Villahermosa para asistir a las clases, al principio en compañía de mi madre, quien conducía un Studebacker blanco, comprado de segunda mano, pero más tarde, por medio de un transporte público- de bancos de madera y vivos colores-, que tomábamos a unas cuadras de la casa y nos dejaba en la cercanía de la escuela, frente al viejo mercado Pino Suárez. Era una escuela mixta, a diferencia de la anterior, de niños que provenían de la clase media acomodada de la ciudad y los municipios. Estos, en algunos casos, vivían en la casa de la maestra Fernández, que era también pensión escolar. En el camino, una larga avenida de nombre, 27 de febrero, siempre nos llamaba la atención en la esquina de Peredo, a un costado del Instituto “Juárez,” uno de los personajes anecdóticos de Villahermosa: el Almirante Achirica. Se vestía de riguroso blanco y portaba varias medallas al pecho, su figura imponía y más aun cuando sabías que estaba loco.
Además, de la escuela, nuestro pasatiempo era asistir por las tardes a los cines locales, donde vería las grandes producciones estadounidenses de la primera mitad de los sesenta: Espartaco (1960), Lawrence de Arabia (1962), Mary Poppins (1964), La novicia rebelde (1965) y Doctor Zhivago (1965), que te transportaban a ambientes y personajes heroicos que te hubieran gustado ser. Esta temprana afición al cine me lleva a recordar unas vacaciones, en un modesto poblado de la costa, viendo una película de la famosa serie de Sissi Emperatriz, con la atractiva actriz Romy Schneider, proyectada en una manta, entre la arena y refrescado por la ligera brisa marina. El esplendor y las pasiones de la corte austro húngara en medio de un ambiente de arena y palmeras del trópico húmedo.
De este periodo, tengo además presente haber asistido por primera vez a un acto político cultural –motivo de la inauguración de la Ciudad Deportiva- donde muchos escolares participamos en varios bailes regionales en la gran explanada ante la presencia del entonces gobernador Carlos A. Madrazo (1959-1965) y el Presidente Adolfo López Mateos. Me tocó portar una indumentaria, que ahora puedo identificar como originaria de Cuetzalan, en la Sierra Norte de Puebla, cuyo gran penacho tenía grandes dificultades de controlar y tuve que recoger varias veces del suelo. Además, participaba regularmente en los actos que se realizaban para conmemorar las fiestas cívicas del 27 de febrero, batalla local contra la invasión francesa, y el 16 de septiembre, que no requiere explicación.
Por dichos años, se daría también mi despertar sexual, cuando inquietos sueños me despertaron una mañana con una extraña erección y humedad en la entrepierna, que me llevaría a indagar con mis hermanos alguna experiencia similar para cerciorarme de mi normalidad. Esta no sería la primera, ya que años más tarde, viviría otro producto de mi ignorancia sexual en relación al tamaño del miembro viril, mismo que el médico familiar desecharía como irrelevante. En la casa, en ocasiones convivía con los primos mayores, grupo donde la principal voz era la del inquieto primo Carlos Canabal, cuyas historias fantásticas de burdeles, prostitutas y de grandes sementales, tuvieron alguna influencia sobre mis tempranas percepciones.
Al repasar los recuerdos de mis amigos de la escuela, tengo la impresión que hubo afinidades no sólo por la convivencia que surge en las aulas sino también por compartir ciertos intereses, que en mi caso tenían que ver con la literatura y el cine. Se integraban grupos que hacíamos tareas conjuntas, participábamos en eventos culturales o platicábamos animadamente durante los horarios de recreo. Sin embargo, en el aula recuerdo mi continuo interés en participar alzando la mano para contestar las preguntas de la profesora con intención de demostrar que había estudiado o quizás también como afirma el escritor turco Orhan Pamuk sobre un comportamiento similar en su caso, un deseo “de exhibicionismo parecido a la inquietud” de querer destacar por algo que se notara, aunque nunca en el extremo que él mismo admite honestamente de “… levantar el dedo, supiera o no la respuesta”. La mayoría de las relaciones con mis compañeros concluyeron cuando dejé la escuela, con una excepción, la de mi amigo Manuel Diego, a quien continúo frecuentando de manera esporádica. Esta quizás se ha prolongado en la medida que continuamos hablando sobre temas que nos son cercanos.
Antes de terminar la escuela, falleció una de las hermanas de mi padre, la tía Ofelia, con quien mantenía cercanía, ya que sus nietos eran nuestros compañeros de juegos. Ella vivía a un costado de la casona familiar, y tenía una discapacidad, que la hacía dependiente del auxilio de los demás miembros de la familia. Por las tardes, después de mis tareas escolares acostumbraba entretenerme con ella, escuchando las historias de la familia y de algunos personajes locales. En varias ocasiones he leído que los olores son parte de nuestra memoria, lo cual está estrechamente asociado al recuerdo de la muerte de la tía: su cuerpo fue preparado con una loción cuyo aroma de gardenia, registré para siempre en mi memoria olfativa.
7.- Villahermosa en los sesenta
Durante esos años, la ciudad tuvo varios cambios físicos, ya que la gestión del gobernador Carlos A. Madrazo fue de intensa obra pública. Se amplió la plaza de armas, aunque a costa del bello edificio de finales de siglo XIX, que albergaba el palacio municipal, que había sido construido por familiares de mi padre; se hizo el malecón hacia el río Grijalva (el río corría a lo largo de la ciudad, pero no retengo alguna imagen infantil que lo haya recorrido jamás hasta ya en la madurez, para poder decir con Orhan Pamuk que las ciudades son diferentes cuando se les mira desde el agua); y que ; se construyeron nuevas avenidas que se denominaron como en Paris, bulevares; se terminaron las nuevas instalaciones de la universidad; se construyó la ciudad deportiva; monumentos como el de Gregorio Méndez, que causó polémica; la fuente de los “Niños Traviesos”; y muchas otras obras tanto en la ciudad como en los municipios. La obra material de Madrazo no estuvo exenta de polémica, ya que implicó la destrucción de algunos bellos inmuebles del siglo pasado, pero que sus nuevos propietarios habían dejado en el abandono. Mucha de la arquitectura a base de madera que se tenía en ciudad, casas, balcones, puertas, techumbres, desapareció partir de esos años, ya que el ladrillo, el cemento, el vidrio y el aluminio eran símbolos de la modernidad y progreso. La clase social a la que pertenecía tenía una opinión positiva del gobernador, aunque se acordaban de su pasado “garridista” como miembro del grupo conocido como “Camisas Negras”, el cual hacía trabajo político a favor del exgobernador Garrido.
Aparte de la escuela, muchas de las demás actividades, como era la costumbre de la vida provinciana, giraban en torno a la familia: visitas a los tíos; a los abuelos maternos, quienes vivían en una apartada hacienda cacaotera en las cercanías de la ciudad de Cárdenas; y a las fincas de los amigos de mis padres. En todos estos desplazamientos, mi madre era la conductora oficial, ya que mi padre por el accidente sufrido en Estados Unidos, tenía una vista limitada: nuestro nuevo vehículo –producto de una nueva austeridad-, era un modesto Renault R8 color rojo, que nunca nos falló a pasar de los malos caminos locales, que eran los más frecuentes en Tabasco, en particular durante la temporada de lluvias. En otras de sus iniciativas empresariales, mi padre había comenzado a deshidratar el plátano y empacarlo para su comercialización. Por desgracia, el mercado no respondió a la nueva presentación de su producto y pronto canceló este nuevo proyecto, que tuvo como otros un resultado negativo.
8.- Mis lecturas
A diferencia de muchos de mis amigos cercanos, fui adquiriendo el hábito de lector frecuente, lo que con el tiempo me hizo ser percibido como una persona “rara”, “acomplejada” o fuera de lo normal, frente al resto de mis compañeros que preferían jugar o perder el tiempo de otra manera. Le pedía en préstamo a mi tía Betty Priego, hermana menor de mi madre, algunos libros de las colecciones prestigiadas que formaban su modesta biblioteca, integradas por los autores clásicos de la antigüedad y de la literatura universal: La Odisea y la Iliada, de Homero; Las 7 tragedias de Esquilo; las 19 de Eurípides; los diálogos de Platón; las Comedias de Moliere; y algunas de las obras más conocidas de William Shakespeare como Hamlet, Romeo y Julieta, El mercader de Venecia, entre otras. Además, mi padre compraba la revista Life en español, que con sus magníficas fotografías me actualizaba sobre lo que pasaba en el mundo; y mi abuelo, era lector de dos revistas, que me entretenían durante las visitas a su rancho, las cuales en temporada de vacaciones se prolongaban varios días: Siempre¡ y Hoy, ambas dirigidas por dos prestigiosos periodistas tabasqueños.
A la vez de mis lecturas, otra fuente de información importante fue la radio: mi padre escuchaba la radio en inglés que yo no entendía pero que en ocasiones –cuando había noticias importantes - me traducía; mi abuelo escuchaba la XEW por las noches antes de dormirse; y el resto de la familia seguía las noticias a través de la XEVT, la radio fundada en 1954 por un empresario local. Por estos medios, nos enteraríamos de la invasión a la Bahía de Cochinos por anticastristas con apoyo del gobierno estadounidense, en 1961; la crisis de los Misiles entre Estados Unidos, y la Unión Soviética por los instalados en Cuba en octubre de 1962; el asesinato del Presidente John F. Kennedy el 26 de noviembre de 1963; y la caída en desgracia de extrovertido líder soviético Nikita Khrushchev, sustituido por el dúo de Leonid Brezhnev y Alexei Kosygin. El tal Nikita nos era tan familiar, que mi padre comenzó llamando a uno de mis primos pequeños, de pelo rubio, cabeza grande y ojos azules, con dicho apelativo.
Una fuente local de información muy importante fue el programa radiofónico “Tele reportaje” del locutor Jesús Sibilla Zurita, el cual se comenzó a transmitir el 14 de mayo de 1960, en un horario de seis a ocho de la mañana, donde el auditorio participaba a través de llamadas directas o de comunicaciones que enviaba para su lectura. Este se ganó inmediatamente a la audiencia estatal, de tal manera que en dicho horario, era común escuchar el programa en buena parte de la ciudad. Además, las series radiofónicas o los partidos de béisbol, deporte muy popular en Tabasco, que se transmitían a través de las estaciones nacionales, las cuales se sintonizaban localmente, eran escuchados por mis dos hermanos. Los acontecimientos sociales se seguían a través del programa de la locutora Deyanira Malpica, cuyo fondo musical era el Concierto No. 1 para piano y orquesta de Chaicovski. A Tabasco, la televisión llegó hasta 1968 -las primeras pruebas fueron con motivo de los Juegos Olímpicos- por lo que con muchos amigos capitalinos no existe la identificación cultural que proviene del seguimiento de algunos de los programas que vieron durante su niñez: El túnel del tiempo, Misión Imposible, La Pantera Rosa, etcétera.
Las noticias se podían seguir a través de la prensa local, que mi padre o familiares cercanos, llevaban con cierta regularidad a la casa. Se leían dos periódicos, el diario Presente, fundado por el periodista Jorge Calles Broca en 1959, que se podría considerar de centro derecha y otro de mayor antigüedad, “El Hijo del Garabato”, fundado en 1939, por el periodista Trinidad Malpica Hernández. Este asumía en sus editoriales posiciones críticas frente a decisiones de la clase política local, que nutrían las actitudes disidentes de algunos tabasqueños frente al poder.
En otro círculo, tanto las noticias como los “chismes” locales, se conocían y difundían con gran rapidez entre los adultos que frecuentaban diariamente un famoso café, que con el nombre de “Casino”, se localizaba en la calle Juárez en un modesto local y casi en frente del Parque Juárez, cuyas rústicas puertas raramente atravesó alguna mujer, con excepción quizás, de María “La Peruana”, otro de los personajes pintorescos de Villahermosa, atrapada en un mundo de lucidez y demencia. Su vestimenta, joyas de busetería, peinados sombreros y altos tacones correspondían a los de una actriz caída en desgracia.
9.- Cambio de gobierno
A partir del 1o de enero de 1965 hubo cambio de gobierno local. Se decía que el exgobernador Madrazo desempeñaría un importante cargo federal mientras que su secretario de gobierno, el licenciado en letras y poeta Manuel R. Mora (1965-70), llegaba al poder con todo su respaldo. Se comentaba en términos favorables sobre su esposa, la también poetisa Carmen Vázquez, quien había comenzado desde el gobierno anterior una importante labor cultural con la creación de grupos de teatro, danza y talleres literarios, que culminaron con la creación de la Escuela de Bellas Artes en 1960.
Algunos espectáculos de danza y teatro, se montaban en el teatro universitario, que estaba entonces en la calle Hidalgo. La esposa del gobernador Mora, a veces dirigía las obras, donde participaban los alumnos sobresalientes de la mencionada escuela: El mago de Oz, Sueño de una noche de verano, El cascanueces y otras modestas puestas en escena con los más brillantes estudiantes de la escuela de artes, se disfrutaron durante esos años. Elena o Elenita, dada la costumbre de mis paisanos hacer diminutivos de los nombres, mi amiga de infancia, era una de las estrellas de estas representaciones.
Tal parece, que con el paso del tiempo surgieron diferencias entre ambos políticos, que según algunos, eran producto de que el nuevo gobernador no estaba de acuerdo en dejarse “mangonear” por el anterior. En abril de 1967, algunos grupos mezclados con estudiantes quemaron el Teatro del Estado y la Escuela de Bellas Artes, en un ataque directo a dos instituciones cercanas al nuevo gobernador y a su esposa. Se llegó a hablar hasta de renuncia aunque a pesar de todos los rumores el gobernador Mora concluyó su encargo, gracias al apoyo que le brindó el gobierno federal. Su obra material fue mucho menor que la realizada por el exgobernador Madrazo, pero hubo apoyos para muchas actividades culturales incluyendo la construcción de una nueva biblioteca estatal, la cual fue estúpidamente demolida años más tarde.
En el Parque “Juárez”, el más popular de la ciudad, era frecuente cruzarse con la famosa Sanidad, otra viejecita inofensiva, pero que cuando la gente la gritaba su nombre se encaraba con la persona y la cubría de una retahíla de improperios, que terminaba por dejarla exhausta. Sin embargo, Cupido, otro de los personajes típicos, era el perpetuo enamorado de todas las damas bonitas que circulaban por las calles y parques de la ciudad, a las cuales se acercaba, les declaraba su amor mirándoles de frente o les entregaba una discreta nota, llevándose posteriormente la mano al corazón en señal de que había encontrado la mujer de sus sueños.
10.- La secundaria
A partir de 1966, aunque deseaba estudiar en la capital, la economía familiar y la existencia de una buena instancia local, me llevaron a entrar a la Secundaria estatal “Rafael Concha Linares”, donde permanecería hasta 1968. Su cuadro académico estaba constituido por muchos profesionistas, que dedicaban parte de su tiempo a la enseñanza, y buscaba repetir la experiencia exitosa del Instituto Juárez, el antecedente de la moderna universidad. A esta llegarían algunos de mis compañeros de la escuela primaria, lo cual hizo más amena mi estadía, a pesar de que el horario de clases comenzaba a las seis de la mañana, con la finalidad de aprovechar mejor las actividades escolares. Así, que todavía bajo la luz de la luna, mi hermano mayor y yo nos dirigíamos todas las mañanas a tomar el transporte público, que pasaba a unas cuadras de la casa y nos dejaba frente a la escuela. El mencionado Manuel Diego, con quien coincidí en la secundaria, me hizo recordar un incidente mentalmente olvidado, donde gracias a su entusiasta iniciativa fue promovido a presidir una sociedad de alumnos, donde el candidato original no calificaba por sus malas calificaciones, pero que por fortuna no prosperó, dado que las autoridades respaldaban a otro alumno. En su propia confesión, yo sería el presidente, pero otro realmente tomaría las decisiones, en una actualizada y modesta versión del “Maximato”.
A partir de entonces, tuve mayor libertad para realizar muchas otras actividades que me interesaban después de acudir a las clases. Por ejemplo, podía ir a alguno de los tres cines que se contaban en la ciudad: Tropical, Sheba y el moderno Tabasco, este último un poco más apartado del centro, donde disfrutaba de los westerns, de las películas de guerra y de los grandes éxitos del cine musical estadounidense. En nuestra colonia, se contaba también con un modesto cine aunque el paso de las ratas, el público poco educado y las frecuentes fallas de proyección, que provocaban la cólera del auditorio, lo hacían poco atractivo.
Además, me gustaba deambular por las calles Juárez y Madero, donde se encontraban los comercios; hojear, en un frecuentado expendio de la calle Juárez, los periódicos y revistas que llegaban al estado; y detenerme en el negocio de mi prima Nidia sobre la calle de Juárez, el cual era atendido por la tía Trini, a ver pasar la gente que transitaba por ambas aceras, en particular después de la hora de la siesta. Los negocios, de diversos giros, eran atendidos por sus propietarios: la casa de telas de don Miguel Torruco, la farmacia de los Zetina, el comercio de alimentos y bebidas de los Colón, la papelería de los Becerra, los vestidos de Lupe Barriguetti, los electrodomésticos de los hermanos Benito, etcétera. Los clientes habituales era la vieja Villahermosa de las familias conocidas: Pedrero, Cruces, Hernández, Torruco, Granier, Benito, Melo, Pérez, Becerra, Zentella, Del campo, Lastra, Fernández, Izundegui, Manrique, Reynés, Cámara, Constanse, Payró, etcétera. La tía, siempre tuvo un carácter muy social, por lo que conocía y mantenía relaciones con la mayoría de la gente, ya sea que se acercara a comprar o sólo a intercambiar un breve saludo.
En 1967, la portada de los periódicos y revistas de distribución local, daban la noticia de la muerte de Ernesto “Che” Guevara, capturado por el ejército boliviano en un remoto lugar de Bolivia; y en junio de ese año, la noticia de la aplastante derrota de Egipto y sus aliados frente a Israel, conocida en la historia como la Guerra de los Seis Días. Por otro lado, la mayoría de los medios inundaban sus páginas con dramáticas fotografías de la Guerra de Vietnam, donde los Estados Unidos habían incrementado su intervención hasta convertirse en un verdadero ejército de ocupación, con más de 500 mil efectivos en el conflicto.
Durante la secundaria, comencé a leer por influencia de mi sobrino Alberto, mayor que yo (por la gran diferencia de edad entre mi padre y mi madre), pero con un gran interés en la literatura universal a William Faulkner, cuyos ambientes y tramas sureñas le parecían cercanas a las nuestras: Mientras agonizo (1930), Luz de agosto (1932) y ¡Absalón, Absalón!(1936) . Me llamaba la atención, que sus lecturas y relecturas, siempre le aportaban nuevos elementos para elevar su estima del gran autor estadounidense, laureado con el Nobel en 1950. Esta pasión la extendía a la lectura del gran dramaturgo sureño Tennessee Williams nacido en 1911 en Mississippi), cuyas obras fueron escenificadas y llevadas al cine con gran éxito: Un tranvía llamado deseo (1948), La gata sobre el tejado de zinc caliente (1955) y La noche de la iguana (1948). La mancuerna de Williams con Elia Kazan, Richard Brooks y John Houston, dieron al cine estadounidense algunas de sus grandes películas.
Con el paso del tiempo, la figura de Faulkner se ha agigantado; es hoy considerado uno de los creadores de ficción más importantes de las letras del siglo XX, a la altura de Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce. Su influencia en la literatura incluye tanto innovadores aspectos técnicos (como su desarrollo del monólogo interior, la perspectiva múltiple, un manejo no cronológico del tiempo en el relato) como temáticos (la decadencia de las familias, el fracaso, la creación de un territorio de ficción propio (Yoknapatawpha) en el que radica un ciclo de relatos, el destino como predeterminado, la obsesión con la historia, la combinación de localismo y universalidad). La mayoría de los grandes autores latinoamericanos como Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, reconocen la influencia determinante de Faulkner en su escritura.
En general, la crítica identifica a Mientras agonizo (As a Lay Dying), Luz de agosto (Light in August) y ¡Absalón, Absalón! como las novelas más importantes de su extensa producción literaria. En cuanto a la primera, escrita en un tiempo record de seis semanas, el mismo autor la describió como un “tour de force”, narrada en el estilo que lo caracterizaría, consistente en una corriente de reflexiones proveniente de 15 diferentes voces pertenecientes a la familia Bundren y sus vecinos, los cuales emprenden un viaje accidentado a través de los campos sureños para enterrar a la madre en otro pueblo; la novela explora algunos de los temas recurrentes en su obra, los lazos familiares, las pequeñas comunidades del sur estadounidense, la religiosidad y la vida dura del campo. El inglés es coloquial sureño, por lo que su lectura en lengua original es lenta para los hispanos parlantes. Me recordó a la novela de Cesare Pavese, La Luna y la hoguera, ubicada en un contexto similar pero en el norte de Italia.
En el caso de la segunda, considerada por la crítica su obra maestra, está escrita en una prosa densa y compleja, donde el autor nos ofrece una extenuante narración del mundo sureño, “su región le obsesionaba y hasta torturaba su conciencia”; rica en situaciones, emociones, prejuicios, discriminación por el color y las severas costumbres, decadencias de familias, lucha contra un pasado adverso y optimismo en medio de la adversidad. En el relato se incluyen algunos pasajes de la cruenta guerra civil entre el norte y el sur, que marcó profundamente las relaciones familiares y comunitarias.
Por último, está su gran novela, en mi opinión la mejor en cuanto a temática, ¡Absalón, Absalón! descrita en algún texto como“… obra enigmática, ambigua, paradójica y de gran complejidad técnica.” Los personajes se encuentran ligados por el destino y los lazos familiares; la narración está conducida por varias voces (Quintin, la señorita Coldfield, el general Compson, etcétera); los temas son comunes a otras de sus obras: racismo, ambición, amor, venganza y honor; y el gran escenario es el contexto histórico y cultural de su amado sur, orgulloso de su pasado y con un presente decadente.
En una lectura reciente de un ensayo interpretativo de su producción literaria se afirma que Faulkner se movió siempre en un campo dual, paradójico, su obra es regional y universal, religiosa aunque herética, inspira el orden y la anarquía.
Además, la influencia del sobrino Alberto, muerto prematuramente a los 50 años a causa de una cirrosis hepática, fue también importante para comenzar a leer al filósofo Jean Paul Sastre: “La náusea” (1938) y “El muro”(1939) y al Premio Nobel Albert Camus “El extranjero” (1942) y “La peste” (1947), dos de los grandes exponentes del existencialismo francés, que nos mostraban en sus novelas un mundo con una visión más pesimista del hombre y su entorno. Sastre fue uno de los más destacados filósofos del siglo XX; su obra, compromiso político y actitud crítica, que lo llevó a rechazar el nobel de literatura, influyó en las principales corrientes de pensamiento. En las obras mencionadas expuso mucho de los elementos que desarrollaría años más tarde en sus ensayos filosóficos: la conciencia, el ser, su interacción, la libertad, etcétera. En el mundo que vivimos actualmente, en crisis de ideas, se añora la presencia de autores como Sartre.
Las dos obras de Camus las he releído recientemente. En El extranjero, escrita a los 29 años, la mejor de ellas, el protagonista Meursault, vive en un mundo que le es indiferente, su comportamiento es de autómata, nada tiene sentido, nada le importa. Un domingo, en la playa, comete un absurdo crimen y, a pesar de ello, después de matar al árabe, no mostrará sentimiento alguno de arrepentimiento o lástima. Más que culpable o arrepentido se confiesa aburrido. Sólo los recuerdos le ayudan a eliminar el aburrimiento. Deseaba obtener el indulto pero también imaginaba que si la petición era rechazada, todo volvería a recomenzar. En fin, el personaje es el fiel reflejo del aburrimiento, la desidia y de una vida que ha caído en el vacío extremo. Una fase coyuntural para algunos, un estado permanente para el hombre dibujado por Camus. Fue llevada al cine en 1967 por Luchino Visconti, aunque no contó con mucho éxito.
En La peste, la población de un puerto argelino Orán se ve diezmada por una misteriosa plaga que avanza rápidamente, la población se ve obligada a aislarse, nadie puede salir o entrar a la ciudad, se tiene la gradual indeferencia de los habitantes que aprenden a convivir con sus muertos y las relaciones que se tensan a consecuencia de controles especiales, que incluyen separaciones familiares, confinamientos masivos y la incineración colectiva de los fallecidos.
Alberto Camus murió prematuramente en un accidente de auto en el sur de Francia en 1960 a los 47 años. Había nacido en Argelia, en el seno de un hogar muy modesto y de escasa instrucción, pero su educación y entorno cultural eran franceses. Hace poco, la televisión francesa, mostró una película sobre su vida, que lo revela como un personaje marcado por la inquietud, con diferencias con otros intelectuales sobresalientes de la época, una mujer sujeta a frecuentes crisis depresivas, con su alma y vida dividida entre Francia y Argelia, con una gran devoción a su madre y el momento del trágico accidente en un tranquilo atardecer en la campiña francesa, donde su editor y otros personajes lo acompañaban en el vehículo.
Recuerdo también haber leído autores estadounidenses como Ernest Hemingway, “Por quien doblan las campanas” (1940) y “El viejo y el mar” (1952); John Steinbeck, “Las uvas de ira” (1939) y “Al este del edén (1952); y la obra más conocida de Truman Capote, que no tiene nada de divertida, A sangre Fría (1965), el despiadado asesinato de una familia del medio oeste estadounidense. Su excelente adaptación cinematográfica me reveló la fuerza narrativa del autor.
De los autores nacionales, sólo recuerdo la lectura de Agustín Yañez, Al filo del agua (1947), un autor que era entonces muy leído y ahora olvidado por todos; de Mariano Azuela, Los de abajo (1915), un texto que era de lectura obligatoria dado su catalogación como “novela de la revolución”; y de Octavio Paz El laberinto de la soledad (1950), el cual se leía para conocer mejor al mexicano.
A pesar de que, los tabasqueños son muy dados a cultivar el género poético, no recuerdo, a excepción de la obra del gran poeta Carlos Pellicer, entonces aún vivo, una mayor lectura de poetas nacionales: Nocturno a mi madre (1942), He olvidado mi nombre (1962), El canto del Usumacinta (1947), Cuatro cantos a mi tierra (1943), Discurso por las flores (1949), Romance de Tilantongo (1937), el Estudio sobre Curazao (1920) y algunos sonetos, son recuerdos de estos años. Del otro gran poeta, José Carlos Becerra, sabía de su existencia, dado que su familia era cercana a la nuestra y a que dos importantes obras habían sido ya publicadas, pero era aún poco conocido: Oscura palabra data de 1965 y Relación de los hechos de 1967. La imagen de la madre del poeta, Deifilia Becerra e incluso su muerte, me era cercana, por lo que encontré varios elementos de identificación en su primera obra poética.
Por último, del otro exponente de la gran vena poética tabasqueña, José Gorostiza, se tenían algunas referencias, siempre en tono elogioso, pero apenas se conocían algunas estrofas de su gran poema Muerte sin fin. Debo reconocer que hice varios intentos de lectura, pero siempre encontré dificultades para su comprensión. La magnífica tarea de interpretación realizada, muchos años después, por el riguroso escritor Arturo Cantú, me ha permitido valorar la extraordinaria riqueza de ese gran poema de las letras mexicanas, parte de la reconocida trilogía integrada por Piedra de sol, de Octavio Paz y la Vida en sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz.
Sin duda, mi educación musical era muy limitada, puesto que The Beatles eran la sensación en Europa desde 1962 y a partir del 7 de febrero de 1964, lo fueron en Estados Unidos, pero de ello sólo me enteraría años después. Por esos tiempos, disfrutaba de las canciones del yucateco Armando Manzanero, continuador de la corriente de los grandes trovadores peninsulares y del resto del país, que era la música junto a la de los famosos tríos de entonces, como “Los Panchos” y “Las hermanas Huerta”, más escuchada en las casas y en la radio. En cambio, en las grandes fiestas se tenían las orquestas y bandas de marimbas, las cuales tocaban ritmos más movidos, que invitaban a bailar a los presentes.
En la colonia donde vivía, por ejemplo, se contaba con un salón de baile conocido como el Dancing Estrella, desde cuyas ventanas de barrotes de madera podíamos observar a las parejas obreras ejecutando caprichosas contorsiones a partir de cierta hora de la tarde. Sería sólo hasta muchos años después, cuando el atractivo de las artes visuales dejaría paso al disfrute de la música en sus varios géneros.
Durante esos años, hicimos varios viajes a la capital del país, con escalas en las ciudades que estaban en el camino como Veracruz y Puebla. De la capital del país, registro haber disfrutado durante mis visitas con la familia: el Museo Nacional de Antropología, la Basílica de Guadalupe, desayunar en el Café La Blanca y asistir al gran Cine Las Américas, ubicado en la esquina de Insurgentes y Baja California. Por lo general, nos hospedábamos en el centro de la ciudad en hoteles como Canadá, París (ya no existe), Marlowe y Metropol. En el amplio vestíbulo del deteriorado París era frecuente encontrarse con algunos de los miembros de la comunidad tabasqueña residentes en la capital. Nuestras comidas eran en los restaurantes de cadenas como El Molino, Sanborns y Sears y las compras en las tiendas departamentales, que se encontraban en la misma zona: Liverpool, El Palacio de Hierro, Salinas y Rocha, o Sears.
Además, nuestras visitas a los abuelos maternos Candelario Priego y Fidencia Blardoni, se extendieron a los periodos vacacionales, cuando coincidíamos con otros primos maternos. El propósito era de hacerles compañía a los abuelos, aunque también nos involucrábamos en algunas actividades cotidianas de la hacienda, que como se hacia entonces en Tabasco, comenzaban a las cinco de la mañana: ayudar a mediodía y por la tarde el traslado de los granos que se secaban al sol; seleccionar el grano, cuyo olor tostado quedó registrado para siempre en mi memoria; recolectar los huevos en el gallinero; prender y apagar la bomba de agua; llevar el alimento a los cerdos; o apoyar a la abuela en alguna tarea doméstica. Por la tarde, después de la siesta todos nos sentábamos en el pórtico de la casa a leer las revistas o a escuchar las historias del abuelo, que había sido militar carrancista. La abuela originaria de las Canarias, era de pocas palabras, de carácter taciturno y estaba más acostumbrada a dar órdenes. El abuelo, en ocasiones, le picaba la cresta, con señalamientos que le cuestionaban sus orígenes ibéricos:
- ¿Canarias, pues no está en África?- le interrumpía durante una conversación informal.
- Pues entonces, tú eres africana, no europea- se contestaba a si mismo, sin esperar las vivas protestas de la abuela.
A determinada edad, los mayores de la familia, siguiendo las costumbres provincianas, se sentían comprometidos a iniciarte en la vida sexual, llevándote a los burdeles locales –llamados en Tabasco elegantemente cabarets-, y pagarte el servicio de una prostituta conocida. Así que, cuando mi tiempo llegó, mi hermano mayor y un primo, me invitaron una noche a uno de los burdeles, se apalabraron con una dama y cubrieron el servicio. Sin embargo, el pánico, la densa oscuridad de la estrecha pieza y el penetrante olor a humedad encerrada, fueron las emociones que habrían de prevalecer sobre el propósito principal del esperado contacto sexual, que no llegó más allá de algunas torpes y frías manipulaciones. Así fue mi primera experiencia sexual.
10.- El 68
A través de la prensa y la radio, llegó 1968 con muchas noticias negativas pero que no alteraban nuestra rutina diaria: el asesinato del líder negro Martin Luther King, en Memphis, el 4 de abril; el 5 de junio, nos conmovió la muerte violenta del político Robert Kennedy en Los Ángeles; la represión soviética de la llamada Primavera de Praga, impulsada por el llamado “socialismo de rostro humano” del dirigente Alexander Dubcek; las masivas purgas ordenadas por los fanáticos maoístas en el marco de la Revolución Cultural, que privó a China de muchos de sus mejores hombres; la revuelta estudiantil de París durante los meses de mayo y junio, que junto con una huelga general puso en aprietos al gobierno del General Charles de Gaulle; y algo más cercano, el movimiento estudiantil que se desarrollaba con manifestaciones, desalojos violentos y detenciones múltiples, en la Ciudad de México, que culminaría en la tragedia de Tlatelolco. En contraste, en Tabasco las protestas estudiantiles fueron pronto manipuladas por los intereses políticos locales, limitando el alcance de las demandas a la obtención de algunos beneficios para los grupos beligerantes.
En retrospectiva, se han aclarado muchas dudas en torno a la protesta estudiantil, pero en su momento, en particular desde la distante provincia, circulaban una multitud de versiones: era una revuelta organizada por grupos de izquierda afines a Fidel Castro; había provocadores internacionales, de origen desconocido, detrás de las protestas; los estudiantes estaban azuzados por líderes mañosos y violentos; y algunos grupos políticos, dentro del PRI, estaba usando a los estudiantes para golpear al presidente Díaz Ordaz. Los eventos de las XIX Olimpiadas- las primeras en un país de América Latina-, que se comenzaron a transmitir vía la señal televisiva, la cual por primera vez llegaba a Tabasco, desplazarían gradualmente hasta el olvido momentáneo, los sucesos negativos que los habían precedido.
A finales de septiembre de 1968, terminé la secundaria y comencé a persuadir a mis progenitores para apoyarme en realizar mis estudios posteriores en la capital del país. El medio se había hecho de alguna manera asfixiante, las pláticas, los lugares, la gente, etcétera, todo lo cual resultaba cada vez más superficial. En casa la situación económica se mantenía estable, pero un gasto de este tipo, sin duda impondría una carga adicional. Por ello, mi madre recurrió a mi abuelo, quien aceptó darme el apoyo para estudiar en la capital. En su ánimo debe haber contado el hecho de que sus hijos habían estudiado fuera y, de que de alguna manera, ello les había permitido defenderse mejor en la vida. Por último, me dijo que cuidara más adelante por la situación de mi madre, la cual le preocupaba, por el deterioro de la economía familiar.
12.- La Prepa
De esta manera, me pude trasladar a la Ciudad de México, para comenzar los trámites de ingreso en una preparatoria privada, dado que después del movimiento estudiantil había temores sobre la seguridad de todo lo relacionado con la UNAM. Por primera vez, tomé el servicio de los ADO, como lo haría repetidas veces durantes los próximos años, que con sus modernas unidades DINA, cubrían la ruta incluyendo varias escalas, entre Villahermosa y la capital: era un viaje largo que te permitía conocer la geografía y a la gente de una parte del país. Llegué a la casa de unos familiares políticos de la hermana de mi madre en el entonces distante Pedregal de San Ángel, un área fría y húmeda en el sur de la ciudad. Los bosques se veían próximos y la sierra del Ajusco se divisaba sin problemas en los días límpidos.
Como mis primos estudiaban en el CUM, la primera intención fue hacer los trámites allí. Sin embargo, después de realizar los exámenes no tuve la calificación aprobatoria y comencé a buscar otras opciones. Por sugerencia de un sobrino político de mi tía, hice los trámites en la Preparatoria La Salle, donde finalmente fui aceptado. Allí estudiaría entre 1969 y agosto de 1971.
Previamente, realicé el peregrinaje de los estudiantes de provincia para hospedarse en la ciudad: las pensiones de la Roma, de algunas damas tabasqueñas de apellido Padrón vestidas de riguroso negro; las casas de los alrededores de la preparatoria; y finalmente, a través de los primos del CUM, una casa en la avenida División del Norte y Eugenia. En esta viviría por algunos meses, para mudarme después a otra, ubicada en González de Cossío y Torres Adalid, donde permanecería durante los siguientes años. Era la casa de una respetable dama originaria del Estado de México, pero que había residido mucho tiempo en Pachuca y cocinaba deliciosos pastes, entre otras maravillas de la cocina regional del país. En este lugar permanecería hasta mi salida a Europa, conviviendo con estudiantes de Tabasco y otras partes del país: Eduardo Alday, “El Pollo” García, Armando Quintero, Edén Castillo, Sergio Castillo, Martín Pons y Enrique Caballero, a quienes he visto esporádicamente durante mis breves visitas a Tabasco. El paisanaje establecía una vinculación, pero diferíamos en muchos otros aspectos, que hicieron distante la relación con el paso del tiempo y la separación geográfica.
A pesar del relativo aturdimiento, de la nueva dinámica que me impuso la escuela preparatoria y los atractivos que tenía la ciudad para un provinciano ayuno de todo, continúe con la vieja costumbre de seguir con interés lo que pasaba en nuestro país y en el exterior a través de los medios. El primero de enero de 1969, la prensa traía la noticia de la llegada a la presidencia de Estados Unidos del exvicepresidente y político conservador Richard Nixon, el cual prometía acabar con la Guerra de Vietnam, cada vez más rechazada por la mayoría de los estadounidenses y el mundo. Por desgracia, este político reelecto para un segundo mandato en 1972, después de poner fin a la funesta guerra en 1973, terminaría con una triste salida del poder en 1974, al cabo del famoso escándalo de “Watergate”, en el que estuvo involucrado junto con sus más cercanos colaboradores.
El panorama político se ensombrecería a mediados del año, con el accidente aéreo donde murió Carlos A. Madrazo y su esposa, el 4 de julio, el cual levantó rumores de una desaparición planeada por la misma clase política a la que pertenecía, lo cual nunca ha sido totalmente descartada; el mundo se maravilló, el 20 de julio con la transmisión televisiva del viaje a la Luna de los astronautas estadounidenses Neil Amstrong, Michael Collins, y Buzz Aldrin y de la primera caminata del hombre sobre su superficie; y las grande manifestaciones de protesta que se dieron en Estados Unidos con motivo de la Guerra de Vietnam que concluyeron con el llamado movimiento por la Moratoria y la resistencia al servicio militar.
La ciudad que conocí a finales de los sesenta, era todavía una metrópolis que podías recorrer sin problemas a cualquier hora de la noche (6.8 millones de habitantes); como siempre he sido un gran caminante, recorría Insurgentes desde la Zona Rosa hasta la Colonia Del Valle o de la Prepa, en La Condesa hasta la mencionada colonia. El clima era más húmedo y el aire más respirable, la región ya no era la más transparente pero se podían divisar los volcanes desde diversos puntos de la ciudad; el tráfico todavía no rebasaba a la infraestructura vial de la ciudad provocando las pesadillas de los embotellamientos de años más tarde.
En mis recorridos habituales usaba el transporte público: los tranvías color beige que circulaban por Insurgentes y Benjamín Franklin y los autobuses que lo hacían del Centro Histórico (calle de Palma) hasta Avenida Coyoacán en cuya esquina con Torres Adalid, descendía. Nunca me sentí agredido por los usuarios de alguno de estos transportes, lo cual me permitía leer y organizar mis ideas durante los trayectos. Además, me interesó muy poco tener vehículo propio, aprendí a manejar años más tarde por presión social y con el tiempo me he independizado del uso del auto.
En general, tengo un buen recuerdo de mis años preparatorianos. El primer año, dados mis antecedentes provincianos, me sentí un poco desubicado tanto con los compañeros como con el profesorado además de que mantenía una actitud distante hacia muchos actos de corte religiosa que promovían los hermanos lasallistas como parte de su misión pastoral; pero en los dos años siguientes logré integrarme y hacer grupo para tareas colectivas y muchas otras actividades de tipo comunitario excluyendo las religiosas. En particular, con el apoyo de los hermanos lasallistas, creamos un órgano de difusión, Revista La Salle, “síntesis del lasallismo trascendente”, que aglutinó a estudiantes y profesores, la cual me brindó muchas satisfacciones personales. Su contenido incluía principalmente temas vinculados con la cultura, la religión, la filosofía y la ciencia, principalmente.
Del periodo preparatoriano recuerdo algunos nombres como Arturo Alcázar, ahora mi compadre; Horacio Andrade, Rafael Castro, Jorge Aramburu, Luis Trigos, Héctor Lugo, entre otros. A lo largo de los años, he podido ubicar a algunos, a otros los he perdido totalmente. Fueron años de mucha lectura, aprendizaje, convivencia con nuevos amigos y de logros en muchas actividades. Sin embargo, mis vínculos se limitaron a la gente de la Prepa y a los paisanos de la casa de huéspedes, ya que no tuve contacto con otros ámbitos. Ello, a pesar de que La Salle estaba rodeada de otras instituciones educativas como el colegio Luis Vives, fundado por republicanos españoles, que se localizaba cruzando la calle de Benjamín Franklin y el Colegio Alemán, que estaba a un costado, sobre Avenida Patriotismo.
Hace poco he regresado a las instalaciones de la Prepa, ya que me hija estudia allí, ahora es mixta, pero el vínculo sentimental se ha roto con la ausencia de los rostros conocidos.
En medio de todo ello, pude adaptarme a vivir en una ciudad para mi desconocida y superar el círculo de la familia, que fue el principal ámbito de convivencia durante los años previos. Sin embargo, no hubo un rompimiento total, ya que en los periodos vacacionales regresé varias veces a mi ciudad natal aunque me comencé a sentir como rechazado por el medio, distante de las viejas amistades y de las costumbres cotidianas. Sólo con el paso de los años he vuelto a revalorar y apreciar mis raíces tabasqueñas. A ello contribuyeron algunos de los amigos tabasqueños que conocí o que reencontré años más tarde en la capital del país: Manuel Diego, María Diego, Mabel Zurita, Celia García, el poeta Ramón Bolívar Zapata, entre otros. Esto confirma lo que dice Orhan Pamuk, que muchas veces son otras personas las que nos permiten conocer el significado de los lugares.
Por esos años la sexualidad fue congelada, la relación con el otro sexo, se hizo más distante, a partir de que la Prepa no era mixta y mi convivencia era con los compañeros de clase. Por otro lado, mis intereses del momento no incluían el tema de mi desarrollo sexual, el cual continúo teniendo para mí el trámite expedito de la solitaria masturbación, liberadora de tensiones y carga hormonal. La relación con el otro sexo sufrió un repliegue físico y emotivo que se prolongaría por muchos años. La mujer sería una amiga, compañera de estudio o confidente pero no pasaría al plano sentimental o sexual, cuando menos, como comenzaba a ser frecuente entre el resto de mis compañeros.
Durante los últimos años he leído historia de Tabasco, literatura escrita por tabasqueños en particular poesía, he comprado pintura de autores tabasqueños y en mis contadas visitas, logró disfrutar de lugares que antes me eran indiferentes. Además, escribí dos pequeñas novelas de carácter histórico biográfico ambientadas en el escenario local.
13.- El “boom” latinoamericano, el cine y la música
A mi llegada a la ciudad de México, descubrí y comencé a leer a los escritores del llamado “boom” latinoamericano a cuya cabeza se encontraba el colombiano Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, publicada en 1967 y escrita en México, se había convertido en un gran éxito de librería, y era comentada en todas partes. Su lectura provocaría que se buscaran sus obras anteriores, que comenzaron a ser demandas por los lectores: La hojarasca (1955) y El coronel no tiene quien le escriba (1961), las cuales resultaron ser también excelentes obras, aunque desconocidas por la falta de renombre del escritor. Después de recibir el Nobel, se convertiría en uno de los autores latinoamericanos más citados y leídos. Sin lugar a dudas, para los habitantes de las tierras bajas de Tabasco era una obra de obligada referencia dada las similitudes de contexto, usos idiomáticos y la idiosincrasia de los personajes.
En cuanto a Cien años, en la edición conmemorativa de Alfaguara, Álvaro Mutis, colombiano y gran amigo de García Márquez confiesa que para el la obra más acabada y perfecta es El coronel pero sobre la primera se expresa en los términos siguientes:
“... no puedo leerla sin cierto sordo pánico. Toca vetas muy profundas de nuestro inconsciente colectivo americano. Hay en ella una sustancia mítica, una carga adivinatoria tan honda, que pierdo siempre la necesaria serenidad para juzgarla”.
En la misma edición, Vargas Llosa anota:
“...Se trata de una novela total por su materia, en la medida en que describe un mundo cerrado, desde su nacimiento hasta su muerte y en todos los órdenes que lo componen-el individual y el colectivo, el legendario y el histórico, el cotidiano y el mítico-, y por su forma, ya que la escritura y la estructura tienen, como la materia que cuaja en ellas, una naturaleza exclusiva, irrepetible y autosuficiente.”
Dentro de esta misma corriente, descubriría al gran escritor peruano ganador del Nobel de Literatura en 2010, Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros (1962); La casa verde (1967) y Conversación en la catedral (1969). En un reciente ensayo en la revista Letras Libres (octubre 2010), el laureado autor ha formulado interesantes reflexiones sobre algunos de los elementos subyacentes en su extensa producción literaria:
“Todo lo que he inventado, como escritor, tiene unas raíces en lo vivido; fue, en sus orígenes, algo que hice, vi, oí, pero también leí, y que mi memoria retuvo con una terquedad singular y misteriosa, algunas imágenes que, más pronto o más tarde, y también por razones que son para mí muy difíciles de desentrañar, se convirtieron en un desasosiego fantasioso, en el punto de partida de toda una construcción imaginaria. No hubiera escrito La ciudad y los perros si no hubiera sido, por dos años, un cadete del Colegio Militar Leoncio Prado, donde ocurre la acción de la novela, ni hubiera podido inventar las peripecias de Fushia y Aquilino, Lalita y la Selvática, las misioneras de Santa María de Nieva y el infeliz cacique aguaruna Jum, sin aquel viaje al Alto Marañón que realicé en 1958, con el antropólogo mexicano Juan Comas, organizado por la Universidad de San Marcos y el Instituto Lingüístico de Verano. …También en Piura viví o experimenté de algún modo los hechos que, convertidos en recuerdos, fueron la materia prima de la mayor parte de los relatos de mi primer libro, Los jefes: aquel intento de huelga escolar, las disputas a puñetazos en el cauce seco del río, los abusos de los hacendados en sus tierras, de las que eran entonces, todavía, señores de horca y cuchilla”.
“Pero, en verdad, tanto como lo vivido, lo leído, que es otra manera, y a veces más noble y suntuosa, de vivir, ha tenido también una influencia decisiva en la gestación de todas mis historias, aunque, en este caso, titubeo a la hora de hacer afirmaciones y dar nombres y títulos. Seguro que las ideas de Sartre sobre la literatura comprometida, en las que en los años cincuenta y parte de los sesenta creí a ciegas, tienen mucho que ver con lo que hay en mis primeras novelas de intencionalidad crítica y preocupaciones éticas, y, también, que el estilo épico y la mitología romántica de André Malraux, a quien leí con pasión en mis años universitarios, dejaron, en mis primeros relatos, una huella tan importante como la de mis ídolos de entonces, los novelistas norteamericanos: Hemingway, Dos Passos, Caldwell, Steinbeck, Scott Fitzgerald y algunos más jóvenes como Truman Capote y Paul Bowles.”
“Pero la influencia mayor fue, tuvo que ser, la del maestro supremo de tantos novelistas de mi generación (y también de las inmediatamente anterior y posterior) en el mundo entero: William Faulkner. Sin el maravillamiento que me produjo descubrir la riqueza de matices y alusiones, perspectivas, sintonías, ambigüedades de su prosa y de su originalísimo sistema de organización de las historias, jamás hubiera osado disociar en las mías la cronología “real” de su exposición narrativa, ni presentar un episodio desde puntos de vista y niveles de realidad diferentes, como lo hice en La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y el resto de mis novelas, ni hubiera escrito un libro como La casa verde, en el que las palabras son una presencia tanto o más visible que la de los personajes –un paisaje para la anécdota y en la que la construcción –las perspectivas, el curso del tiempo, el relevo de los narradores– adopta una complejidad laberíntica. Porque fue gracias a la saga de Yoknapatawpha que descubrí la importancia capital de la forma en la ficción y las infinitas posibilidades que, a la hora de escribir una historia, tenían en ella los puntos de vista y el diseño del orden temporal”.
Fui un gran admirador del escritor cubano Alejo Carpentier, con su espléndida novela El siglo de las luces (1962), la cual muestra el poder de convocatoria visual de su autor, en la que presenta personajes y ambientes lejanos en la historia y los acerca al lector, en medio de un delirante tejido verbal, que muestra su gran cultura y calidad estilística. Además, comencé a leer al argentino Julio Cortázar con Los premios (1960) y su mayor obra, Rayuela (1963), objeto de múltiples interpretaciones, y que de acuerdo a sus palabras:
“De alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura”.
Cabe destacar, que en Rayuela, lo que resulta relevante es el vasto universo psicológico de los personajes y la relación que establecen con varios temas como el amor, el arte, la muerte, la vida, etcétera. Los personajes del lado de allá (Paris) como Maga, Oliveira, Gregorovius, Ronald, Babs o los del lado de acá (Buenos Aires), Traveler, Talita, Gekrepten o el mismo Morelli (de otros lados o capítulos prescindibles), considerado su alter ego, son el medio a través de los cuales Cortázar nos ofrece su visión de la vida, de las relaciones humanas y del arte en la misma.
En la obra Cortázar, innova ya que “ve de otra manera el contacto entre la novela y el lector”, incitando a que éste modifique su papel pasivo y tome parte activa y crítica. De esta manera se crea “una polémica en ausencia…Una especie de polémica entre un autor y un lector”
De nuestros escritores me identificaría con Carlos Fuentes a través de: La región más transparente (1958), La muerte de Artemio Cruz (1962), Aura (1962) y Cambio de piel (1967). En esos años, era con seguridad el escritor mexicano más leído por los jóvenes, lo cual no sucede en nuestros días, a pesar de que publica novela por año, a la usanza de los escritores comerciales estadounidenses. De la primera, el famoso autor ha comentado al conmemorar los cincuenta años de su aparición:
“Desde que leí La Celestina, me fascinó la idea de la ciudad como lugar de libertad de artificio, lugar imaginario pero real cuyo movimiento es animado por el dinero, por la pasión, la crueldad y la fantasía. No trataba, simplemente de decir: Miren ustedes, la ciudad de México es una ciudad enorme, burguesa, proletaria, moderna pero con sótanos prehispánicos. Me interesaba el lenguaje, la ciudad como lugar donde las cosas pueden decirse de más de una manera, donde la poesía es un híbrido estratificado por los lenguajes de clases e individuos…necesitaba un gran maestro de ceremonia para este juego. Todas las ciudades de papel lo tienen: Los tres jóvenes del Satyricon, el Fagyn de Dickens, el Vautrin de Balzac, el diablo Cojuelo…el mío se llamó Ixca Cienfuegos”
De sus otras dos grandes novelas, La muerte de Artemio Cruz y Aura, el novelista ha comentado la existencia de hilos conductores muy similares:
“ Aura es una novela sobre la vida de la muerte. Artemio Cruz sobre la muerte de la vida. He escrito en otra parte la génesis de Aura. Es mi novela emblemática del tiempo y del deseo; no sólo de la posibilidad de convocar el deseo, obtener el objeto del deseo y descubrir que no hay deseo inocente. No lo hay tampoco para Artemio Cruz, que en sus doce horas agónicas le permite a sus tres personajes y a sus tres tiempos recrear no sólo una biografía personal, no sólo una historia del México posrevolucionario sino sobre todo, vivir el dilema de la libertad: qué camino escojo ahora, qué decisión tomo hoy. Unen a Artemio y a Aura el uso del tú como punto de vista a la vez propio y ajeno –es decir, poético- que le permite a la persona moverse con gran facilidad en todos los tiempos, aún más allá de la muerte, a esa premonición de libertad que Montaigne le atribuye a la muerte…”
Por otro lado, el guanajuatense Jorge Ibargüengoitia se convertiría en uno de mis autores favoritos, por su notable sentido del humor, con dos de sus obras sesenteras: Los relámpagos de agosto (1964) y Maten al león. La primera es una farsa sobre la vida de nuestros héroes revolucionarios y la segunda, un retrato irónico de algún tirano latinoamericano en la tradición de El señor presidente de Miguel Ángel Asturias. Además, fui fiel lector de sus artículos periodísticos en Excélsior, donde hacía el seguimiento de la vida cotidiana del país a través de su agudo sentido del humor, raro en nuestro solemne ámbito cultural y periodístico. Su prematura muerte, en un accidente aéreo en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid, privó a la cultura nacional de una extraordinaria figura.
Además, después del otorgamiento del premio Nobel, en 1967, al guatemalteco Miguel Ángel Asturias leería algunas de sus tempranas obras: El señor presidente (1946) y Hombres de maíz (1949). La primera obra es reconocida como una novela pionera en la lista de las muchas que luego se escribieron sobre el tema del dictador latinoamericano como El recurso del método, de Alejo Carpentier, su contemporáneo, Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos, y El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez. La segunda, considerada por muchos su mejor obra, es un novela ambientada en el mundo indígena-ladino de la Guatemala del siglo XX, donde el laureada escritor despliega una gran invención verbal.
Como producto de mis clases de literatura mexicana e iberoaméricana llegaría a conocer la magnífica y breve obra de Juan Rulfo: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), dos de las obras mayores de la literatura mexicana; de su paisano Juan José Arreola, sus obras más conocidas Confabulario (1953), La feria (1963); y de Rosario Castellanos: Balum Canam (1955) y Oficio de Tinieblas (1962), cuyos temas y personajes están en la tradición de la mejor novela de contenido indigenista. Sobre Juan Rulfo, tengo una breve anécdota, en ocasión de una entrevista que le hicimos en el Instituto Indigenista, donde al comentarle sobre mis origines geográficos, me recordó que en Tabasco existían los chontales, lo cual fue para mí una sorpresa. Sin duda, ellos eran los trabajadores de las fincas de mis familiares, que hablaban una lengua extraña y tenían costumbres diferentes a las nuestras.
Por último, una importante contribución de mis clases de ética y sociología sería la lectura de Erich Fromm, El miedo a la libertad (1941) y El arte de amar (1956), dos libros muy leídos y comentados en los sesentas aunque editados muchos años antes.
El primero se consideró como una obra de reinterpretación de la obra freudiana bajo un enfoque que se denominaría psicología social. En el prólogo de la obra, en la edición de Paidos, el sociólogo argentino Gino Germani, ofrece las consideraciones siguientes:
“El aporte de Erich Fromm a esta psicología social surgida del psicoanálisis es muy valioso, tanto desde el punto de vista de los instrumentos conceptuales como —y sobre todo— por haber demostrado su eficiencia en la interpretación de determinados desarrollos históricos. Entre los conceptos que Fromm emplea debemos señalar, en primer lugar, las nociones de adaptación dinámica y de carácter social, que se vuelven los elementos centrales de su análisis. Él primero se funda sobre los descubrimientos básicos de Freud, pero es mérito de Fromm no solamente haberlo definido y precisado, sino también haber mostrado de manera efectiva su potencialidad en el análisis de los procesos psicológicos de orden colectivo. El concepto de carácter social tiene lejanos antecedentes en la vieja "psicología de los pueblos", pero su utilización sobre bases científicas se fue desarrollando en el último treintenio, particularmente por obra de antropólogos de la corriente juncionalista, y más recientemente por la de algunos sociólogos.
El análisis de Fromm confirma —sobre el plano psicológico— lo que otros estudiosos han afirmado una y otra vez: el fascismo, esa expresión política del miedo a la libertad, no es un fenómeno accidental de un momento de un país determinado, sino que es la manifestación de una crisis profunda que abarca los cimientos mismos de nuestra civilización. Es el resultado de contradicciones que amenazan destruir no solamente la cultura occidental, sino al hombre mismo. Eliminar el peligro del fascismo significa fundamentalmente suprimir aquellas contradicciones en su doble aspecto: estructural y psicológico. El fin de la guerra no ha terminado con este peligro: tan sólo ha abierto un paréntesis que puede ser aprovechado para llevar a cabo esta obra, pero hasta tanto la estructura social y sus aspectos psicológicos correlativos permanezcan invariados, la amenaza de nuevas servidumbres no habrá desaparecido.”
El mismo Fromm, en el prefacio de la segunda obra El arte de amar, que fue un best seller mundial, manifiesta sus propósitos principales:
“La lectura de este libro defraudará a quien espere fáciles enseñanzas en el arte de amar. Por el contrario, la finalidad del libro es demostrar que el amor no es un sentimiento fácil para nadie, sea cual fuere el grado de madurez alcanzado. Su finalidad es convencer al lector de que todos sus intentos de amar están condenados al fracaso, a menos que procure, del modo más activo, desarrollar su personalidad total, en forma de alcanzar una orientación productiva; y de que la satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina. En una cultura en la cual esas cualidades son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar. Quien no lo crea, que se pregunte a sí mismo a cuántas personas verdaderamente capaces de amar ha conocido.
Pero la dificultad de la empresa no debe inducir a que se abstenga uno de tratar de conocer las dificultades y las condiciones de su consecución.”
Fromm, nacido y educado en Alemania, había impartido clases en su país natal hasta el ascenso del nazismo, después lo hizo en la Universidad de Columbia en Nueva York y posteriormente, a partir de 1949, en la UNAM, donde fundó el departamento de psicoanálisis. Vivió en el país hasta 1974 y después se retiró a Suiza, donde murió. Su influencia creció a través de muchos de sus antiguos alumnos radicados en varias partes del mundo.
Además, de la literatura me mantenía al día en el tema de las noticias con la lectura de Excélsior, entonces el más importante periódico del país a pesar de que nuevos medios, con una mejor tecnología de impresión como El Heraldo comenzaban a restarle el auditorio de la llamada clase media acomodada de la ciudad, que se retrataba en sus páginas sociales y se entretenía en su larga sección deportiva. No recuerdo, en particular, alguna revista que leyera de manera regular durantes dichos años aunque el suplemento de Siempre¡ México en la cultura bajo la dirección de Fernando Benítez, primero, y de Carlos Monsiváis, después, reunía a las más importantes figuras literarias del país y de otras latitudes.
En lo personal, fueron años, de intensa lectura, aprendizaje y de nuevas relaciones, que a distancia puedo considerarlos como plenos. Tanto la lectura como el cine serían un refugio, que me permitieron adaptarme con mayor seguridad al nuevo medio social donde me desenvolvía.
Adicionalmente, la llegada a la capital me brindó la oportunidad de acceso a una amplia cartelera cinematográfica donde había del cine estadounidense, francés e italiano, que eran los más vistos por los aficionados. Sin embargo, tengo la impresión que el cine estadounidense todavía no desplazaba de manera tan apabullante, como ahora, al europeo en la cartelera de la ciudad: de 20 estrenos 5 son sólo de otros países incluyendo el nuestro. Por el cine, conocí buena parte de la ciudad, lo cual todavía no registraba los congestionamientos de tráfico de años posteriores y te permitía desplazarte con relativa rapidez. Fui a los cines de Lindavista, del Paseo de la Reforma, de la Avenida Insurgentes y de Polanco, siguiendo a la cartelera semanal. En ocasiones sólo, otras en compañía de amigos. El cine, en mi opinión, ha representado un medio para salir de las circunstancias inmediatas, para reflexionar sobre temas o realidades diversas, para adquirir “una cultura”, vivir las experiencias de otros o proyectar tus propias inquietudes o emociones en los personajes cinematográficas.
Del cine italiano, entre los directores de mayor prestigio destacaban Michelangelo Antonioni con películas como La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse 1962) y Blow up (1966), obras de gran reflexión sobre las relaciones humanas; Federico Fellini con sus grandes éxitos de La dolce vita (1960), Ocho y medio (1963) y Satyricon, donde el humor y la comedia se combinaban de manera magistral; el veterano director milanés Luchino Visconti, con sus logradas películas de Rocco y sus hermanos (1960) y la excelente adaptación de la novela homónima El gatopardo(1963), que daban cuenta de una enorme sensibilidad artística; y finalmente, el controvertido Pier Paolo Pasolini con sus obras provocadoras de Accatone(1961), El evangelio según san Mateo(1964), Edipo Rey (1967) y Teorema (1968). La obra de los grandes directores italianos la volvería a repasar pero en una versión sin subtítulos durante mis años en Italia.
Del cine francés, los más reconocidos eran los directores de la corriente denominada la “nouvelle vague”, con los nombres de Jean Luc Godard, autor de dos cintas exitosas: Sin aliento (1960) y Pierrot le fou (1965); y Francois Truffaut, con sus grandes cintas: Los cuatrocientos golpes (1959), Jules et Jim (1962) y Fahrenheit 451(1966), consideradas obras maestras de la cinematografía universal.
Otro de los grandes directores de estos años era el prolijo sueco Ingmar Bergman con su notable serie de películas consideradas de “culto”, que daban cabida a un sin número de interpretaciones: El Silencio (1962), Persona (1966), Vergüenza (1968), El rito (1969) y Pasión (1969). El cine de Bergman nutrió ampliamente las conversaciones que tuve con mis compañeros cinéfilos durante la década de los sesenta y principios de los setenta.
Por último, incluyo entre mis favoritos al gran director polaco, luego nacionalizado francés, Roman Polanski, que realizó durante esos años algunas de su grandes obras: Cuchillo en el agua (1962), Repulsión (1965), La semilla del diablo (1968), y Macbeth (1971).Todavía, este director continúa dando gratas sorpresas como su reciente película El escritor fantasma (2010) nos ha revelado.
El director español, naturalizado mexicano y residente en la ciudad, Luis Buñuel continuaba su notable producción de lo que se conocería como lo mejor del cine español, con: El Ángel Exterminador (1962) con la presencia de una joven Silvia Pinal; Bella de día, filmada en Francia, con la bella e inteligente Catherine Deneuve; y Tristana (1970) también con la misma gran actriz francesa. Su cine era también motivo de amplias conversaciones con mis compañeros cinéfilos.
Adicionalmente, en el amplio circuito comercial se presentaban algunos de las grandes películas del cine estadounidense de la segunda mitad de los sesenta, que incluían temáticas diversas y entre otras las cuales destacaban: Bonie y Clayde (Arthur Penn, 1967), El Graduado (Mike Nichols, 1967), 2001: Odisea en el Espacio (Stanley Kubric, 1968), Vaquero de Medianoche (John Schlesinger, 1969) y Easy Rider (Dennis Hopper, 1969). Se trataba de directores y artistas que saltarían a la fama después de estas películas: Faye Dunaway, Dustin Hoffmann, John Voigt, Peter Fonda, etcétera.
Durante la década se daría la revalorización del western estadounidense gracias a la intervención de varios directores italianos, motivo por el que se le conocería a la corriente como “Spaghetti western”. El más connotado sería Sergio Leone que produciría: Por un puñado de dólares (1964), Por unos dólares más (1965), El bueno, el malo y el feo (1966) y Había una vez en el Oeste (1969). Varios de estas películas tuvieron como principal actor protagonista al joven Clint Eastwood, quien luego saltaría a la fama como actor y finalmente, como un consumado director.
Por desgracia, mi cultura musical era muy modesta, por lo cual no pude disfrutar el gran auge musical que se produjo con los Beatles (la famosa “beatlemanía”) el rock, el folk, el soul, el pop, el reggae y el blues, que se dio asociado al movimiento conocido como “Revolución Contracultural”, que comenzó en Estados Unidos y se extendió al resto del mundo. Los exponentes musicales más importantes fueron Joan Baez, Janis Joplin, Bob Daylan, Jimi Hendrix y grupos como los Rolling Stones y The Doors. Su música se extendió rápidamente por el mundo, ganando públicos y continúa siendo escuchada a pesar de la desaparición de los artistas y de los grupos.
El Festival Woodstock, cerca de Nueva York, en 1969, reuniría a un auditorio de 400 mil personas, con los mayores líderes de la música de la década. En 1971, en Avándaro, cerca de Valle de Bravo, en el Estado de México, se daría una réplica local del mismo, con la presencia de grandes músicos y sus bandas y la asistencia de miles de sus seguidores.
Por último, la llamada “Revolución Contracultural” integraría a muchos jóvenes que estaban contra la autoridad, buscaban mayor libertad sexual, derechos para las mujeres y minorías y por la aceptación social del consumo de estupefacientes como la marihuana y el LSD (una nueva droga cuyo consumo se extendió rápidamente). Además, tanto en Estados Unidos como en Europa, se registraría una gran influencia de la religión y la filosofía hindú, lo cual modificó patrones de comportamiento y vestimenta. El término “Sicodélico”, acuñado durante esos años, se extendería a la música, las obras de arte, el cine y la literatura. Tengo que confesar que fui lejano a la música, a las drogas, a las corrientes filosóficas en boga y muchas otras de las manifestaciones culturales asociadas a estos años. Fui un conservador frente a los cambios que se estaban presentando en el mundo.
14.- La Ciudad de México de los sesenta
La Ciudad de México, ofrecía muchos otros atractivos para un estudiante llegado de la lejana provincia, cuyo interés se extendía más allá de la asistencia a las clases a la literatura, el cine y las actividades culturales.
La mayoría de la actividad comercial se daba todavía en el centro, donde estaban las principales tiendas y almacenes de departamentos sin competencia de las modernas plazas comerciales; la Avenida Juárez, como señaló Octavio Paz en su crónica “Ciudad del fuego y del agua”, publicada en 1962 en la revista Life se destacaba por “...sus altos edificios, hoteles suntuosos, tiendas de antigüedades y curiosidades para los turistas, cines, bares elegantes y multitud abigarrada y cosmopolita.” Los nombres de alguno de estos hoteles como el Alameda, Regis, Prado, Bamer, hoy son fantasmas de aquellos tiempos. Esta avenida desembocaba en San Juan de Letrán, que el mencionado autor le recordaba “...la calle 42 de Nueva York: avalancha de la multitud moderna, brutal, inesperada, poderosa. Lo grotesco maravilloso.” Por último, la crónica de Paz, destacaba el Paseo de la Reforma, donde según sus líneas “... la geometría (excepto Nueva York) no me parece un ideal de la arquitectura; pero aquí no es ella, sino el espacio, el aire libre, lo que triunfa. Transparencia: dan ganas de echar a volar un pájaro, un globo de colores, un cohete, la imaginación, río verde...”. Allí estaban las grandes y elegantes salas o más bien palacios de cine: Robles, Latino, Chapultepec, Paseo y París, demolidas durante los últimos años; y algunos hoteles como el Paseo, María Isabel (1963) y el Hotel Reforma (1936), de los cuales sólo el segundo continúa operando.
En la Avenida Insurgentes, en su tramo entre Reforma y Viaducto se encontraba una gran variedad de reconocidos establecimientos, que la hacía un recorrido atractivo a los paseantes y visitantes. Se tenían librerías como Zaplana, Hamburgo, De Cristal; comercios, como Sears, Woolworth, El Palacio de Hierro (a unos pasos de la misma) y algunas tiendas de calzado y ropa de prestigio; cafés como Las Américas, El Molino, Sanborns (Conjunto Aristos) y cines como Insurgentes y Las Américas, los dos cerrados desde hace muchos años. El primero está habitado por las ratas y los vagabundos y el segundo, se ha convertido en plaza comercial y casino. Su tranquilo entorno de antaño, ha dado paso al bullicio de cientos de vendedores ambulantes, que venden mercancía “pirata” y generan montañas de basura.
La vida cultural se hacía en la entonces de moda Zona Rosa en la colonia Juárez, donde se tenían cafés, restaurantes, librerías y galerías de arte. En ella podías encontrar a artistas como el joven José Luis Cuevas, con sus protestas pictóricas en la vía pública, que serían el trampolín para su gran éxito comercial posterior; a poetas y escritores que convocan a sus públicos en los cafés de moda como Konditori, Kineret, El Tirol , Café Viena y otros; al polémico artista chileno Alejandro Jorodowski, quien montaría obras y filmaría películas que serían objeto de controversia; las galerías de renombre que exponían a los artistas más cotizados del momento incluyendo los imitadores locales del llamado Pop Art; y de lejos ver a los nuevos ricos que hacían su entrada a los restaurantes de moda: Rivoli, Bellinghausen, La Calesa de Londres, El Estoril, Continental, etcétera. La oferta se completaba con mucho de los mejores centros nocturnos de la ciudad: El Patio, El Señorial, La cueva de Amparo Montes, etcétera. Allí se presentaban los artistas o los grupos más cotizados del momento.
La mayor parte del área urbana era accesible a través de trolebuses, tranvías, y autobuses, que comunicaban el centro con las principales colonias. El taxi era una opción más limitada por su mayor costo. Los tiempos de desplazamiento eran más cortos y había mayores oportunidades para la convivencia. La disponibilidad del auto individual era más limitada, por los costos de las unidades y los bajos ingresos de la mayoría de la población, a pesar del auge económico experimentado durante esos años.
La incorporación de la ciudad a las grandes capitales del mundo, se daría con la construcción de las primeras tres líneas del metro, entre 1967 y 1970, lo que además sería una gran muestra de la arquitectura y del arte mexicano.
15.- La Universidad
Al momento de tomar la decisión sobre la orientación profesional que seguiría hubo dos carreras que me llamaron la atención: arquitectura y economía. En el primer caso, existían varios elementos que estaban activados en mi mente: un interés estético, cierta facilidad para el dibujo y la capacidad de modificar los contextos urbanos. Sin embargo, el proceso físico de construcción no me interesaba; me parecía rutinario y rudimentario tener que ver con ladrillos, varillas, cemento, cal y arena. En el segundo, el interés de conocer la realidad económica y social de mi país, para poder hacer los cambios necesarios, que redundaran en el desarrollo del mismo. Era más un reto intelectual que físico. Esta fue la que finalmente se impuso. Al finalizar la preparatoria conservaría la relación con muy pocos amigos, ya que la mayoría se fueron a otras carreras y a instituciones privadas.
Una vez tomada esta decisión, debía de elegir escuela. Desde el principio me atraía la UNAM, pero sabía que debía esperar algunos meses para ingresar debido al retraso que había originado por el paro universitario con respecto al calendario de las demás instituciones. Por ello, comencé a informarme sobre los planes de estudio y a visitar otras opciones: el ITAM, que se encontraba sobre Marina Nacional; la Universidad Anáhuac, que se ubicaba en unas lomas distantes de la ciudad rodeada aún por milpas y vacas lecheras; y hasta investigué sobre la Universidad Autónoma de Guadalajara, que me pareció aún más alejada del mundo. Por fin, decidí que sería la UNAM; los meses que estaría libre los ocuparía en estudiar inglés.
Dado que era externo, tuve que pasar el multitudinario examen y después de ser aprobado, me inscribí en la Escuela de Economía de la UNAM. En esta estudiaría, de mediados de 1972 hasta finales de 1973, cuando por azares del destino, obtendría una beca para estudiar en Italia, a partir de febrero de 1974.
El ingreso a la carrera significó un gran cambió tanto con relación al ambiente como a los compañeros que había tenido precedentemente. En primer lugar, la procedencia social de los estudiantes era muy diversa y en segundo, el orden de La Salle contrastaba con el medio más complejo y, a veces conflictivo, que ahora vivía.
Además, los jóvenes, bajo la influencia externa, comenzaron a cambiar mucho en cuanto a su arreglo físico dejándose las barbas y el pelo largo; se comenzaron a usar los pantalones de campana; se hizo presente la minifalda entre las mujeres; y se incorporaron algunos aditamentos indígenas a las vestimentas diarias: huaraches, morrales, bandas en la cabeza, etcétera. En alguna medida, este nuevo ambiente reflejaba más la realidad de nuestra sociedad desigual y las diversas visiones que la integraban.
En este periodo, cursaría 19 materias que incluían las asignaturas básicas: introducción a la economía, teorías económicas, matemáticas, historia económica, contabilidad social y los llamados centros de economía aplicada, que tenían que ver con el uso del instrumental económico. Por interés personal, hice un curso para un grado más avanzado de teoría económica y social del marxismo y de doctrinas económicas. El marxismo era la teoría económica en boga en la facultad aunque era más un dogma que una lectura crítica. Era una bandera política que se enarbolaba contra el gobierno, los ricos y los Estados Unidos.
El profesorado de la escuela tenía una preparación desigual: algunos eran maestros con muy buena formación y experiencia, otros eran jóvenes con una formación menos sólida aunque con pocos años en la cátedra. Sin embargo, nuestra generación se benefició de un grupo de profesores, que había salido a estudiar a buenas universidades del exterior Carlos Roces, Adrián Lajous, Jorge Contreras, Jaime Ross, los cuales estaban apenas de regreso y con nuevas ideas para interpretar las viejas teorías económicas y su aplicación a los problemas del mundo cambiante. Por mi parte, me interesaba saber de economía clásica; no rechazaba conocer el marxismo; y consideraba necesario el conocimiento de las matemáticas, de las estadísticas y del instrumental económico para hacer un análisis más objetivo de la realidad. En cuanto a la selección de los profesores lo hice en función de sus antecedentes académicos y de la información que obtenía de otros colegas que iban más adelante que nosotros.
El breve tiempo que estuve en la UNAM fue creativo; de intenso aprendizaje; de hacer nuevas relaciones con profesores conocedores de sus temas y comprometidos con la escuela; y estrechar mis vínculos con la cultura a través de la amplia oferta que brindaba la universidad: cine, música, teatro, literatura, etcétera. Por lo general, estudiaba en las bibliotecas que se tenían en la UNAM, lo cual me permitió valor su importante función pública, desconocida para muchos estudiantes que veníamos de la provincia donde las bibliotecas son edificios que se usan para depositar libros viejos. Además, mi presupuesto limitado me impedía la compra de todos los libros que se incluían en las lecturas básicas de las materias que se cursaban. Mi modesta biblioteca la donaría a mis compañeros de clase cuando viajé al exterior a continuar mis estudios.
Me acuerdo de mi profesor de historia económica Solón Zabre Morel, quien me provocaba a intervenir en sus clases, que se impartían en el auditorio dado el gran interés entre los estudiantes. En este mismo espacio se daba introducción a la economía por el profesor Eliézar Morales Aragón, quien fue director de la escuela años más tarde. Fueron también parte del grupo de profesores: Elba Bañuelos (economía aplicada), Hernán Calónico (matemáticas), René Barbosa (Historia económica), Ángel Bassols (geografía económica), Gerardo Fujii (matemáticas), Enrique Semo (historia económica de México), Gil Padilla (Cuentas Nacionales), Edmundo Flores (historia de las doctrinas económicas), Robert Bruce Wallace (economía aplicada), Arturo Ortiz (metodología de las ciencias sociales), Julio Moguel (marxismo), entre otros. Por desgracia, con la mayoría de los profesores universitarios perdería la relación como resultado de la salida del país y de mi experiencia laboral que se desarrolló en el ámbito público y privado.
El trabajo escolar intenso, que implicaba investigación, lecturas y la redacción de ensayos, no me apartó de mi afición a las novelas producidas por los escritores del mencionado “boom” latinoamericano aunque sin duda hubo un sacrificio de ellas a favor de los libros de economía: Julio Cortázar publicaría, La vuelta al mundo en 80 días (1970) y 62 modelo para armar (1968); Mario Vargas Llosa, lo haría con otro gran éxito La casa verde (1969); Carlos Fuentes, escribió Cumpleaños (1969); el cubano Alejo Carpentier, publicó El recurso del método(1974); y salió a la luz la extraordinaria novela de su paisano José Lezama Lima, Paradiso (1966).
El poeta Eliseo Alberto Diego, cubano y gran conocedor de su obra describe al libro, en un reciente artículo en homenaje a los cien años de nacimiento del autor en el periódico Mileno (18 de diciembre de 2010), en los siguientes términos:
...” aquel libro era demasiado fatigoso, casi incomprensible para las autoridades culturales y la élite política de la Revolución que prefería el elogio y el triunfalismo, un proceso atropellado que desconfiaba “por razones de clase” de una novela de 600 páginas donde se homenajeaba críticamente el andamiaje republicano de la familia cubana, centro de todas nuestras epifanías y cansancios.”
La UNAM con sus muchos cine clubes reafirmó mi vieja afición a este arte. Se tenía acceso tanto al viejo como al nuevo cine europeo. En el circuito comercial continuaban los grandes éxitos de Federico Fellini con Roma (1972) y Amarcord (1973); de Pier Paolo Pasolini con El decamerón (1971); Luchino Visconti con otra gran película Muerte en Venecia (1970) actuada por una etérea y elegante Silvana Mangano y el gran actor británico Dirk Bogarde; y la comedia ligera de Francois Trauffuat La noche americana (1973). Por otro lado, Ingmar Bergman seguiría produciendo grandes obras para el público amante del cine de “culto” como la aclamada Gritos y susurros (1972), La carcoma (1971), y Secretos de un matrimonio (1974). El genial Luis Buñuel, filmaría El discreto encanto de la burguesía (1973) a principios de la década.
A pesar de que me enfoqué al estudio de la economía, nunca fui un economista de tiempo completo, ya que mantuve otros intereses, principalmente de carácter cultural, como son la literatura, el cine, la música y las artes plásticas.
Los años universitarios reconcentraron mucho mis actividades en torno a la UNAM, sus instalaciones y a estrechar los vínculos con los colegas que frecuentaban economía. Sin embargo, en la pensión de la colonia del Valle, tenía oportunidad de tener contacto con gente que estudiaba en otras áreas y con visiones distintas de la vida cotidiana. Esto, sin duda, me permitía tener contrastes y evitar asumir posiciones cerradas sobre temas polémicos. Esto, siempre lo había cuestionado en el caso de muchos de mis compañeros.
A partir del sesenta y ocho, la Universidad, mantendría una actitud atenta a los acontecimientos del país y del mundo; se tenían asambleas continuas para informar sobre una enorme diversidad de temas; había un gran cantidad de desplegados, boletines e información impresa que mostraba la opinión de múltiples grupos políticos; y se participaba en marchas, convocadas por amplios conglomerados, para protestar contra temas como la guerra en Vietnam o alguna otra amenaza del imperialismo estadounidense. Me viene a la memoria las continuas asambleas en el auditorio de la escuela, donde intervenían los líderes estudiantiles, que se habían formado durante el 68: Pablo Gómez, Salvador Martínez alias “El Pino”, Eduardo Valle, Pedro López, entre otros.
Debo reconocer, que este ambiente fue determinante en cuanto a la formación de una actitud de antipatía hacia los Estados Unidos o cuando menos a algunas de sus manifestaciones culturales que se reproducían con gran similitud en nuestro mismo medio: el consumismo, el culto al auto, al dinero, la comida rápida, el “bestseller” y al tamaño “extralarge”. Esto me ocultaba muchas otras cosas positivas: su sentido práctico, su gran capacidad innovadora y su envidiable sistema de educación universitaria. Sin embargo, mi orientación política se mantuvo de izquierda moderada, ya que despreciaba lo que representaba el PRI pero no coincidía con los planteamientos radicales de la izquierda universitaria ni tampoco con el discurso dogmático de la izquierda oficial.
Un acontecimiento que despertaría una gran indignación fue, en septiembre de 1973, el golpe de estado contra Salvador Allende, cuya figura había sido previamente aclamada por todos los partidos políticos cuando visitó la capital del país. Esto desencadenaría una serie de protestas públicas donde participarían fuerzas políticas antagónicas en el reciente pasado. Las protestas contra el dictador Pinochet, las continuaría durante mis años en Europa participando en numerosas marchas que pedirían el regreso de la vida democrática a dicho país.
En la escuela me encontraría con varios colegas con los que luego coincidiría en Italia: Jorge Carreto, Eduardo Mapes, Francisco Báez, Consuelo Ceceña, hija del entonces Director de la Facultad, con los cuales mantengo una cercana relación. Cada uno con una fuerte personalidad, la cual se manifestaba en una opinión y comportamiento independiente, a veces con tintes de soberbia, frente a los demás. De los tiempos preparatorianos, me encontraría nuevamente con Jonathan Davis, muy conocido por su flamante Ford Mustang, que también había egresado de La Salle y ha sido un exitoso profesionista. Además, encontraría a nuevos amigos como Oscar Ortiz, Elizabeth Fourtull, Ricardo Padilla, Julián Tonda (muerto prematuramente), entre otros. Con la mayoría la relación concluyó cuando dejé la escuela; otros los he visto después de manera esporádica; y sólo, con los menos, he mantenido un contacto más permanente.
En una mirada al pasado, esta etapa correspondió a los mejores años de mi vida, quizás producto de que mis lecturas, amistades y noveles experiencias, se combinaba con las ilimitadas fronteras que te ofrecen la generación de las ilusiones.
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