Por Jorge Castañares
Ante la inmensa popularidad que disfruta Francisco Villa, llama la atención que Emiliano Zapata, sea un líder de menor estima en el imaginario popular, quizás, en razón de que su personalidad fue más reservada que la del norteño, desenfado y parlanchín, y sus contactos externos fueron más esporádicos.
La apertura de la exposición Zapata en Morelos en el Museo Nacional de Historia, en el marco de los Festejos del Centenario, revalora la dimensión de este personaje en la historia nacional a través de la exhibición de varios objetos personales, fotografías y pinturas vinculados a este personaje.
La exposición está curada por Salvador Rueda Smithers, un destacado estudioso del personaje, el cual ha entrevistado varios de los veteranos del movimiento. El propósito es vincular a Zapata con el estado donde llevó a cabo la mayor parte de su lucha. Además, a través de fotografías se recrea el paisaje rural de las haciendas azucareras y de los objetos el medio donde vivió y combatió Zapata. Esta se complementa con pinturas de Zapata y otros personajes de la revolución.
En el pasado, la lectura de la obra de John Womack Jr. Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXI Editores, 1969, ha sido para mí una importante referencia para conocer y valorar al personaje y su movimiento. Sin embargo, nuevos estudios se han realizado sobre este personaje que aportan elementos adicionales sobre el mismo y su movimiento.
Su pueblo natal
En el pueblito de Anenecuilco, nació Emiliano Zapata el 8 de agosto de 1879; éste actualmente forma parte de la periferia de Cuautla, habiendo sido absorbido por el rápido crecimiento urbano de esta ciudad. Sus padres fueron Gabriel Zapata, un pequeño agricultor y hombre tranquilo y su madre Cleofás Salazar. Ambos procrearon una familia de diez hijos, de los cuales sólo cuatro alcanzaron la edad adulta.
En la actualidad existe un moderno museo donde se tienen los restos de la casa natal, una modesta construcción de muros de adobe, algunos objetos personales y fotografías de la época incluyendo una de Zapata en la escuela en medio de otros niños de su edad.
En base a sus mismas palabras, Emiliano Zapata había heredado tierras y ganado al morir sus padres, las cuales cultivaba, además de que era aparcero en otras que rentaba a una hacienda vecina, cuidador de una cuadra de caballos y cuando el trabajo en el campo aflojaba, llevaba una recua de mulas por los pueblos ubicados a lo largo del río Cuautla.
El historiador Womack, retoma en su obra las palabras del personaje con respecto a sus orígenes:
“De mí no puede decirse...-le advirtió al periodista- que me lancé a los campos de batalla empujados por la miseria...tengo mis tierras de labor y un establo, producto no de campaña políticas, sino de largos años de trabajo honrado y que me producen lo suficiente para vivir desahogadamente con mi familia... (Pág. 125)
Las haciendas azucareras
Las haciendas azucareras morelenses registraron un salto cualitativo entre 1880 a 1900, con la introducción de nuevas técnicas de producción, maquinaria y personal capacitado para su administración, algunos de origen extranjero, como: españoles, cubanos o canarios. Este auge se manifestó en sus poblaciones que pasaron de entre 250 a hasta tres mil personas de acuerdo al tamaño de las mismas. Sin embargo, su crecimiento se hizo a costa de los pueblos vecinos, que registraron pérdida importante de tierras, de tal manera que hacia 1890, habían dejado de crecer.
El aumento de la producción pronto superó la demanda del mercado interno, por lo que, desde 1905, comenzaron a buscar salidas a su producción a través de la exportación de sus excedentes, lo cual los hizo depender de los altibajos de los mercados internacionales.
De tal manera, como anota Womack, hacia 1908, los 17 dueños de 36 haciendas del estado, controlaban el 25% de la superficie total, la mayor pare de sus tierras cultivables y casi todas sus tierras buenas. (Pág. 48). El poder de sus propietarios se extendía al gobierno con su determinante influencia en los nombramientos de los cargos públicos más importantes incluyendo a los mismos hacendados. El último gobernador porfirista fue Pablo Escandón, dueño de la hacienda azucarera de Atlihuayán.
El movimiento zapatista afectó la producción de las haciendas azucareras, de tal manera, que muchas de ellas se hallaban en completa ruina en 1915 pero Zapata estaba interesado en su recuperación incluyendo los cultivos de caña de azúcar, al contrario de muchos de sus seguidores, que se inclinaban por una producción agrícola dictada más en razón de las necesidades de las comunidades. A partir de ello, muchos ingenios comenzaron a operar bajo la dirección de los jefes zapatistas: El Puente, Cuautlixco, Cuahixtla y Santa Clara.
Durante el gobierno de Carranza, las fuerzas de ocupación al mando del general Pablo González, se preocuparon también por reactivar la producción de las haciendas azucareras, de tal manera que en 1919, dicho militar se jactaba de que “la mayoría de las haciendas del estado están ya en actividad y dan trabajo a mucha gente”
En la actualidad, la mayoría de las haciendas azucareras morelenses se han convertido en hoteles o residencias de descanso como San Gabriel, Temixco, Santa Cruz, Cuahixtla, Santa Clara, Santa Ana Tenango o están abandonadas como Oacalco, Calderón, Hospital o las menos, en producción: Casasano, Zacatepec, aunque lejos de sus pasadas glorias.
El hombre
Emiliano Zapata era de mediana altura, delgado, de tez morena, ojos negros penetrantes y abundante bigote. Recibió alguna educación elemental como lo testimonia una antigua fotografía en medio de otros niños. Se vestía con el traje charro, con adornos y hebillas de plata, a la usanza de los antiguos administradores de las haciendas azucareras, portaba gaznes de seda y se cubría con un gran sombrero fino, ya sea de palma o de fieltro; nunca usó uniforme militar al igual que sus tropas para remarcar que era una revuelta civil. Solía usar anillos en sus dedos. Todo lo anterior, lo definiría como un hombre cuidadoso de su figura y hasta elegante. Se casó con Josefa Espejo, hija de un comerciante de ganado, pero tuvo otras mujeres y procreó varios hijos.
Acerca de sus gustos se conoce que disfrutaba las cartas, los gallos, los jaripeos y las corridas de toros, donde en ocasiones participaba. Se dice que le faltaba un dedo meñique y que tenía una herida provocada por un toro durante una corrida. Además, participaba de la buena comida, los alcoholes y los puros. Tal parece, que le gustaba poseer armas, ya que entre los regalos que recibía se mencionan las pistolas pero también los caballos. Estos fueron, sin duda, su principal medio de transporte como los muestran las fotografías que se conservan. Era supersticioso, ya que portaba como amuleto una piedra ágata consigo y de costumbres religiosas. En algunos combates los zapatistas portaron escapularios, estandartes y banderas con imágenes religiosas. En su estadía en la ciudad de México, prefirió ocupar el cuarto de un modesto hotel, que hospedarse en las casonas incautadas a los antiguos porfiristas y huertitas.
La lucha zapatista
El movimiento encabezado por Francisco I. Madero, prestó escasa atención al estado de Morelos, en la medida en que su principal interés eran las poblaciones de los centros urbanos del norte y de la capital del país. Por otro lado, los políticos locales de mayor peso se acercaron a Madero, pero no organizaron a su gente para darle un apoyo efectivo. Sin embargo, la rebelión maderista ejerció una influencia en las actitudes de muchos de los protagonistas de la vida morelenses.
A partir de que Madero regresa al país, después de su exilio en Texas, los grupos maderistas comenzaron a mostrarse más abiertamente en el estado, organizándose en pequeños grupos, uno de los cuales al mando de Pablo Torres Burgos, del cual formó parte el mismo Emiliano Zapata, toma de poblaciones como Tlalquitenango y Jojutla. A la muerte del primero, Zapata, de 32 años, asumirá la cabeza del grupo, el cual llevará a cabo, más tarde la toma de Cuautla, el 19 de mayo de 1911, consolidando su presencia en el estado.
A pesar de los consejos en contra de muchos de sus allegados, Zapata tenía una gran confianza en que Madero se comprometería en cumplir algunos de los principales “principios” y “promesas” que estaban detrás de la revuelta morelense. Este reclamo fue aceptado por Madero pero también comenzó a ejercer presión para que liberase a su tropa, a lo que Zapata se opuso, considerando que el ejército federal no era confiable y que terminaría por traicionar a Madero.
Zapata trató de llegar a un acuerdo con Madero poniendo una serie de condiciones: promulgación de una ley agraria, retiro de las fuerzas federales, indulto general y la salida del gobernador local. Sin embargo, Madero se mostró renuente y pospuso cualquier arreglo.
Womack señala en su obra el resentimiento de Zapata ante las actitudes asumidas por Madero frente a sus reclamaciones de garantías de amnistía y de perdón en el caso de deponer las armas:
“Yo he sido el más fiel partidario del señor Madero-les dijo a enviados de este; le he dado prueba infinitas de ello; pero ya en este momento he dejado de serlo. Madero me ha traicionado así como a mi ejército, al pueblo de Morelos y a la Nación entera” (Pág. 124)
Al paso del tiempo, se ahondaron las diferencias con Madero, a pesar de las frecuentes comunicaciones que se dieron entre ambos o sus allegados, las cuales llevarían a la promulgación del Plan de Ayala, el 25 de diciembre de 1911, el cual desconoce a Madero.
Madero acabaría optando por la vía de la intervención militar a través de varios de sus generales: Arnoldo Casso López, Juvencio Robles y Felipe Ángeles. Los zapatistas pudieron hacerle frente en la medida en que”atacaban en terrenos que conocían de sobra; contaban con la simpatía de los pobladores y además empezaron a desbordarse a los estados vecinos desde diciembre de 1911”. Además, algunas de las acciones de represalia como el incendio de los poblados, las ejecuciones sumarias y las deportaciones brindaron nuevas fuerzas a los zapatistas para continuar la lucha. Estas se prolongarían, a pesar de varios intentos de negociación, hasta finales de 1912. (Ver Berta Ulloa, La lucha armada (1911-1920) en Historia General de México Tomo 2 El Colegio de México, 1976)
A la caída de Madero, Victoriano Huerta amenaza, para obtener el apoyo de los porfiristas, de regresar a Morelos y acabar con los zapatistas. Esto provocará que, de acuerdo a Womack, la población rural del estado engrosara las filas de los rebeldes, se unificara la posición anteriormente fragmentada y las fuerzas de la resistencia eligieran una sola cabeza, Zapata.
El 30 de mayo, Zapata publica un manifiesto que enmienda al plan de Ayala declarando de paso a Huerta ...”usurpador...cuya presencia en la Presidencia de la República acentúa cada día más y más su carácter contrastable con todo lo que significa la ley, la justicia, el derecho y la moral, hasta el grado de reputársele mucho peor que Madero.” (Pág. 168)
Ante la amenaza de Huerta, en enero de 1914, se constituye el Ejército Insurgente Libertador del Sur, que bajo el mando de Emiliano Zapata hace frente a las fuerzas federales bajo las órdenes de Robles y Jiménez de Castro, el cual extiende sus controles a prácticamente todo el estado y algunas zonas limítrofes de Puebla, Guerrero y a mediados de julio, llegan hasta Milpa Alta en el Distrito Federal.
A la caída de Huerta, el 14 de agosto de 1914, los carrancistas avanzan sobre la ciudad de México, después de la firma de la rendición en Teoloyucan, frenando la intención de los zapatistas, que esperaban en sus campamentos en Milpa Alta, poder hacer también su entrada triunfal en la ciudad.
Desde mayo de 1913, a pesar de varios intentos de captación por algunos carrancistas, Emiliano Zapata había manifestado su independencia de Venustiano Carranza, al cual junto a otros jefes llamó dirigentes del “movimiento armado” del Norte.
Womack cita una conversación entre Zapata y el general Lucio Blanco, un alto militar de filiación carrancista, donde le manifiesta:
“Yo le diré a usted con toda franqueza que este señor Carranza no me inspira mucha confianza, lo veo muchas ambiciones y dispuesto a burlar la obra del pueblo “(Pág. 192)
Por otra parte, como señala Enrique Krauze en Venustiano Carranza, Puente entre siglos, FCE, 1987 con relación a la opinión del Primer Jefe, frente a los zapatistas:
“Carranza creí que los zapatistas eran “hordas de bandidos” y Zapata el nuevo Manuel Lozada, aquel temible tigre de Alica, el cacique indígena de la sierra nayarita, que había asolado el occidente de México con sus “hordas salvajes”. (pág. 54)
En buena parte este distanciamiento entre ambos personajes era resultado de diferencias profundas que involucraban “la clase social, la cultura y hasta la civilización...” señala el mismo autor.
Por último, para Carranza, según Womack, “los zapatistas no eran sino forajidos del campo, peones advenedizos que nada sabían de cómo gobernar”.
Aunque, algunos carrancistas buscaron a mediados de 1914 un acuerdo con Zapata, las condiciones que impuso, fueron rechazadas por el mismo Carranza, por considerarlas humillantes.
A partir de los desacuerdos sobre la autoridad del Primer Jefe entre las diversas facciones del movimiento constitucionalista, los villistas y zapatistas establecen una alianza, que en la Convención de Aguascalientes, convocada para definir la dirección del país después de la derrota de los huertistas, nombra un Presidente Provisional, desconociendo las pretensiones solicitadas por Carranza, entre ellas la rendición y el exilio de ambos cabecillas. Sin embargo, nunca existió entre Francisco Villa y Emiliano Zapata una relación fluida, ya que había profundas diferencias en cuestiones tan fundamentales para los zapatistas como la tenencia de la tierra y su escasa participación en la lucha contra los carrancistas en el resto del país. El 26 de noviembre de 1914, ambas fuerzas entran en la ciudad de México, pero dos días después, Zapata se regresa a Morelos. El 4 de diciembre conferenció con Villa en Xochimilco. Se dio un intercambio de promesas y regalos, como una famosa pistola, que les permitió entrar juntos, dos días después, a la ciudad de México y tomarse en Palacio Nacional la famosa fotografía. Sin embargo, esta unión fue muy temporal, ya que pronto resurgió la desconfianza entre ambos: Zapata tuvo que esperar la artillería prometida en los alrededores de Puebla y luego ver la manera de trasladarla. Después de esto, el líder suriano abandonó la ciudad y regreso a Morelos, sin importarle más la suerte de los villistas.
Durante 1915, muchas de las propuestas de los zapatistas serán ejecutadas en el estado, gracias a la pasión de Manuel Palafox, lugarteniente de Zapata, en particular, la medición de las tierras, el establecimiento de los límites y la entrega de las mismas a las comunidades. Además, canalizó crédito a los campesinos para la compra de semillas y herramientas. Por otro lado, Palafox se encargaría de confiscar los ingenios y destilerías, que habían sido ya saqueadas por las tropas y los mismos campesinos. Este pretendió volverlos a operar no como empresas sino como servicios públicos donde los campesinos pudieran llevar sus cosechas y emplearse como obreros. Todos estos avances, fueron seguidos con atención por Zapata desde Tlaltizapan, pequeño poblado al sur del estado, donde en un marco de grandes laureles, arrozales y corrientes de agua, estableció su cuartel general y logró llevar una modesta vida.
El Primer Jefe consideró que las actividades de Emiliano Zapata en Morelos eran un desafío a su autoridad, por lo que envió a un poderoso ejército al mando del general Pablo González, el cual cometió múltiples atropellos y asesinatos colectivos, bajo el pretexto de llevar el orden y la paz al estado, recuperando las ciudades más importantes. Muchos de los prisioneros fueron enviados a la ciudad de México y deportados a Yucatán. Desde Tlaltizapan, Zapata, buscó reorganizar a una fuerza local que garantizara el orden, sin éxito, teniendo el mismo que huir ante la llegada de las fuerzas de González. A pesar de todo, los zapatistas mantuvieron sus ataques sorpresivos, que junto al paludismo diezmaron a las fuerzas federales, las que salen finalmente del estado en diciembre de 1916. A su vez, los zapatistas las siguen de cerca, y van retomando las ciudades que abandonan.
Durante 1917, los zapatistas retoman las principales ciudades del estado. Sin embargo, comenzaron a surgir diferencias entre los principales seguidores del cuadillo suriano, lo cual produciría la desaparición física, bajo la acusación de intentos de rebelión, intrigas y rencillas personales, de varios de ellos: Lorenzo Velásquez, Otilio Montaño, Eufemio Zapata y otros. Por último, en 1918, se producirá el rompimiento con Manuel Palafox, quien había asumido una actitud de cada vez mayor aislamiento y de intransigencia con respecto a las opiniones que no coincidieran con las suyas. Este se refugiará en Puebla y llamará desde allí a desconocer al jefe de la revolución del sur. Sin embargo, se incorporarían al zapatismo nuevos personajes como Gildardo Magaña y los hermanos Díaz Soto y Gama, Conrado, Ignacio y Antonio.
Por otro lado, a partir de la elección de Venustiano Carranza a la Presidencia, en marzo de 1917, realizada en todo el país con excepción de Morelos, y de alguna manera el regreso, con su toma de posesión, el primero de mayo de ese año, a la vida institucional, se extendió el desconcierto entre los zapatistas, en la medida en que la presencia de éste, ya no sería algo temporal como muchos suponían: varios jefes, incluso los más leales, comenzaron a preocuparse por el futuro del movimiento.
Aunque hubo aproximaciones al gobierno carrancista y a sus seguidores por parte de varios agentes, abundaban las dudas sobre las verdades intenciones de Zapata. Su propuesta de reconocimiento mutuo fu rechazada, ya que, según Womack “...reconocer a Zapata era dar la oportunidad de que se hiciesen las reformas que podrían comprometer al pueblo.” (pág. 293). Al mismo tiempo, buscó el apoyo a través de una frenética actividad, de otros grupos desafectos con el carrancismo, en particular, los villistas, con el propósito de darla a su movimiento un alcance nacional. Por todo ello, el gobierno mantuvo la amenaza de la fuerza, la cual finalmente comenzaría a usar, recurriendo al militar de siempre, el general Pablo González, ocupando las principales poblaciones del estado. Emiliano Zapata y su gente huyen a la montaña de donde sale para esporádicas visitas a Tlaltizapan, aunque cada vez más hostigado por las fuerzas del gobierno. El primer día del nuevo año lanzaría otro manifiesto donde acusaba a Carranza de todos los problemas internos y externos del país. Para Carranza, la permanencia de Zapata y lo suyos significaba cada vez un riesgo mayor para la conservación de su autoridad, en particular en vista de la sucesión presidencial.
Muerte de Zapata
Emiliano Zapata fue muerto el 10 de abril de 1919, unos meses antes de cumplir los 40 años y a diez años del inicio de su movimiento, en la Hacienda de Chinameca, donde el coronel Jesús Guajardo, fingiendo un rompimiento con el general Pablo González, le habría preparado el atentado de donde ya no saldría vivo. Su cuerpo fue llevado a Cuautla y expuesto ante la gente durante varios días para testimonio de la muerte del caudillo suriano. González le informaría al Presidente Carranza y le recomendaría el ascenso de Guajardo. A pesar de que en Tlaltizapan, Zapata había ordenado la construcción de un mausoleo para sus generales caídos, e incluso para él mismo, sus restos permanecerían en Cuautla. En la actualidad, éstos se encuentran en la Plazuela Revolución del Sur, en una urna depositada a los pies de su estatua. En fechas más recientes, las iniciativas para moverlos al Monumento a la Revolución, fueron rechazadas por sus familiares, ya que allí se encontraban también las del enemigo e instigador de su asesinato, Venustiano Carranza. En Tlaltizapan, a 31 kilómetros de Cuautla, en su cuartel general, se levantó un museo donde se conservan varios objetos personales, documentos, fotografías y la ropa que vestía el caudillo el día de su muerte.
El ideario político y social
El ideario político y social de Emiliano Zapata, se encuentra en el Plan de Ayala, documento preparado por su seguidor el maestro Otilio Montaño, publicado el 28 de noviembre de 1911. Este contenía entre otras proposiciones, las siguientes: la toma de las tierras usurpadas a los pueblos con títulos legítimos sobre las mismas, la expropiación previa indemnización de un tercio de las mismas a sus propietarios para dárselas a los pueblos, la nacionalización en caso de oposición, la aplicación de las leyes de desamortización y nacionalización, la designación de un Presidente Interino, el cual convocaría a elecciones y la designación de nuevos gobernadores, por parte de los jefes revolucionarios, el cual convocaría a elecciones, los que se opusieran serían considerados como traidores. El documento resumía las aspiraciones que estaban detrás de la lucha de los zapatitas y repercutiría en el resto del país, ya que fue adoptado por los rebeldes de varios estados.
A pesar de las rivalidades entre Carranza y Zapata, la influencia zapatista se hizo sentir el discurso y en los hechos. En efecto, después de fracasar el acuerdo con Zapata, Carranza, a su manera, acepta la necesidad de las reformas agrarias planteadas por los zapatistas:
“Considero innecesaria la sumisión al Plan de Ayala supuesto que (...) estoy dispuesto a que se lleven a cabo y se legalicen las reformas agrarias que pretende el Plan de Ayala, no sólo en el estado de Morelos sino en todos los que necesitan esas medidas.” (Citado por Krauze en Biografías del Poder Venustiano Carranza, pág. 78)
Del discurso pasaría a los hechos, con la expedición el 6 de enero de 1915, de la Ley Agraria, obra de Luis Cabrera, la cual incorporaba muchos de los reclamos zapatistas: resucitaba el ejido, restablecía el patrimonio de los pueblos y creaba nuevas unidades con terrenos colindantes que serían expropiados. Este proceso quedaba a cargo de un mecanismo que se crearía para recibir las solicitudes, y dictaminarlas. Los afectados podrían reclamar. Sin embargo, se la operación se encontraron con muchas indefiniciones, demoras y pobres resultados.
En contraste, en Morelos, a partir de 1915, la aplicación de las disposiciones agrarias del Plan de Ayala, como ya se mencionó, fue realizada de manera ordenada por Manuel Palafox, uno de los principales consejeros intelectuales de Zapata con el auxilio de egresados de las escuelas de agricultura del país. El documento sería reformado a la caída de Madero. Sin embargo, con los años lo único que quedaría del plan en los últimos manifiestos zapatistas, según Womack, fue el lema que aparecía al final del mismo: “Reforma, libertad, justicia y ley”.
Por otro lado, en 1917, la situación de anarquía que imperaba en las comunidades, conformadas muchas veces por poblaciones de refugiados, y donde se carecían de autoridades, hizo necesario la organización por parte de Conrado Díaz Soto y Gama, otro seguidor de Zapata, de un centro dedicado a la orientación de los pueblos: sus obligaciones, la explicación de las diversas disposiciones que los afectaban, la mediación de las disputas entre ellos, y la formación de juntas locales. El autor del plan, Montaño, será acusado más tarde de traición y fusilado por los seguidores de Zapata, tal como sucedería con otros de los viejos combatientes.
Las propuestas zapatistas en materia agraria se incorporarían en el texto de la nueva constitución que se promulgó el 5 febrero de 1917 en particular en el artículo 27, que entre otras disposiciones establece la soberanía nacional sobre las tierras y aguas, el derecho a transmitir la propiedad privada y de poder establecer sobre la misma las modalidades que dicte el interés público. Autoriza las expropiaciones mediante indemnización para crear pequeñas propiedades; faculta a los pueblos y comunidades para solicitar y recibir tierras por restitución y dotación; y fijó las extensiones de la pequeña propiedad y de las parcelas.
La Ruta Zapatista
El Museo de Anenecuilco, pueblo donde nació y se hizo adulto; el Museo Cuartel de Tlaltizapan, lugar donde se refugió y vivió durante los años de lucha; y la Hacienda de Chinameca, lugar donde murió, expropiada recientemente y en proceso de restauración, son parte de la actual Ruta Zapatista, que con propósitos turísticos promueve el Gobierno de Morelos.
Ante la inmensa popularidad que disfruta Francisco Villa, llama la atención que Emiliano Zapata, sea un líder de menor estima en el imaginario popular, quizás, en razón de que su personalidad fue más reservada que la del norteño, desenfado y parlanchín, y sus contactos externos fueron más esporádicos.
La apertura de la exposición Zapata en Morelos en el Museo Nacional de Historia, en el marco de los Festejos del Centenario, revalora la dimensión de este personaje en la historia nacional a través de la exhibición de varios objetos personales, fotografías y pinturas vinculados a este personaje.
La exposición está curada por Salvador Rueda Smithers, un destacado estudioso del personaje, el cual ha entrevistado varios de los veteranos del movimiento. El propósito es vincular a Zapata con el estado donde llevó a cabo la mayor parte de su lucha. Además, a través de fotografías se recrea el paisaje rural de las haciendas azucareras y de los objetos el medio donde vivió y combatió Zapata. Esta se complementa con pinturas de Zapata y otros personajes de la revolución.
En el pasado, la lectura de la obra de John Womack Jr. Zapata y la Revolución mexicana, Siglo XXI Editores, 1969, ha sido para mí una importante referencia para conocer y valorar al personaje y su movimiento. Sin embargo, nuevos estudios se han realizado sobre este personaje que aportan elementos adicionales sobre el mismo y su movimiento.
Su pueblo natal
En el pueblito de Anenecuilco, nació Emiliano Zapata el 8 de agosto de 1879; éste actualmente forma parte de la periferia de Cuautla, habiendo sido absorbido por el rápido crecimiento urbano de esta ciudad. Sus padres fueron Gabriel Zapata, un pequeño agricultor y hombre tranquilo y su madre Cleofás Salazar. Ambos procrearon una familia de diez hijos, de los cuales sólo cuatro alcanzaron la edad adulta.
En la actualidad existe un moderno museo donde se tienen los restos de la casa natal, una modesta construcción de muros de adobe, algunos objetos personales y fotografías de la época incluyendo una de Zapata en la escuela en medio de otros niños de su edad.
En base a sus mismas palabras, Emiliano Zapata había heredado tierras y ganado al morir sus padres, las cuales cultivaba, además de que era aparcero en otras que rentaba a una hacienda vecina, cuidador de una cuadra de caballos y cuando el trabajo en el campo aflojaba, llevaba una recua de mulas por los pueblos ubicados a lo largo del río Cuautla.
El historiador Womack, retoma en su obra las palabras del personaje con respecto a sus orígenes:
“De mí no puede decirse...-le advirtió al periodista- que me lancé a los campos de batalla empujados por la miseria...tengo mis tierras de labor y un establo, producto no de campaña políticas, sino de largos años de trabajo honrado y que me producen lo suficiente para vivir desahogadamente con mi familia... (Pág. 125)
Las haciendas azucareras
Las haciendas azucareras morelenses registraron un salto cualitativo entre 1880 a 1900, con la introducción de nuevas técnicas de producción, maquinaria y personal capacitado para su administración, algunos de origen extranjero, como: españoles, cubanos o canarios. Este auge se manifestó en sus poblaciones que pasaron de entre 250 a hasta tres mil personas de acuerdo al tamaño de las mismas. Sin embargo, su crecimiento se hizo a costa de los pueblos vecinos, que registraron pérdida importante de tierras, de tal manera que hacia 1890, habían dejado de crecer.
El aumento de la producción pronto superó la demanda del mercado interno, por lo que, desde 1905, comenzaron a buscar salidas a su producción a través de la exportación de sus excedentes, lo cual los hizo depender de los altibajos de los mercados internacionales.
De tal manera, como anota Womack, hacia 1908, los 17 dueños de 36 haciendas del estado, controlaban el 25% de la superficie total, la mayor pare de sus tierras cultivables y casi todas sus tierras buenas. (Pág. 48). El poder de sus propietarios se extendía al gobierno con su determinante influencia en los nombramientos de los cargos públicos más importantes incluyendo a los mismos hacendados. El último gobernador porfirista fue Pablo Escandón, dueño de la hacienda azucarera de Atlihuayán.
El movimiento zapatista afectó la producción de las haciendas azucareras, de tal manera, que muchas de ellas se hallaban en completa ruina en 1915 pero Zapata estaba interesado en su recuperación incluyendo los cultivos de caña de azúcar, al contrario de muchos de sus seguidores, que se inclinaban por una producción agrícola dictada más en razón de las necesidades de las comunidades. A partir de ello, muchos ingenios comenzaron a operar bajo la dirección de los jefes zapatistas: El Puente, Cuautlixco, Cuahixtla y Santa Clara.
Durante el gobierno de Carranza, las fuerzas de ocupación al mando del general Pablo González, se preocuparon también por reactivar la producción de las haciendas azucareras, de tal manera que en 1919, dicho militar se jactaba de que “la mayoría de las haciendas del estado están ya en actividad y dan trabajo a mucha gente”
En la actualidad, la mayoría de las haciendas azucareras morelenses se han convertido en hoteles o residencias de descanso como San Gabriel, Temixco, Santa Cruz, Cuahixtla, Santa Clara, Santa Ana Tenango o están abandonadas como Oacalco, Calderón, Hospital o las menos, en producción: Casasano, Zacatepec, aunque lejos de sus pasadas glorias.
El hombre
Emiliano Zapata era de mediana altura, delgado, de tez morena, ojos negros penetrantes y abundante bigote. Recibió alguna educación elemental como lo testimonia una antigua fotografía en medio de otros niños. Se vestía con el traje charro, con adornos y hebillas de plata, a la usanza de los antiguos administradores de las haciendas azucareras, portaba gaznes de seda y se cubría con un gran sombrero fino, ya sea de palma o de fieltro; nunca usó uniforme militar al igual que sus tropas para remarcar que era una revuelta civil. Solía usar anillos en sus dedos. Todo lo anterior, lo definiría como un hombre cuidadoso de su figura y hasta elegante. Se casó con Josefa Espejo, hija de un comerciante de ganado, pero tuvo otras mujeres y procreó varios hijos.
Acerca de sus gustos se conoce que disfrutaba las cartas, los gallos, los jaripeos y las corridas de toros, donde en ocasiones participaba. Se dice que le faltaba un dedo meñique y que tenía una herida provocada por un toro durante una corrida. Además, participaba de la buena comida, los alcoholes y los puros. Tal parece, que le gustaba poseer armas, ya que entre los regalos que recibía se mencionan las pistolas pero también los caballos. Estos fueron, sin duda, su principal medio de transporte como los muestran las fotografías que se conservan. Era supersticioso, ya que portaba como amuleto una piedra ágata consigo y de costumbres religiosas. En algunos combates los zapatistas portaron escapularios, estandartes y banderas con imágenes religiosas. En su estadía en la ciudad de México, prefirió ocupar el cuarto de un modesto hotel, que hospedarse en las casonas incautadas a los antiguos porfiristas y huertitas.
La lucha zapatista
El movimiento encabezado por Francisco I. Madero, prestó escasa atención al estado de Morelos, en la medida en que su principal interés eran las poblaciones de los centros urbanos del norte y de la capital del país. Por otro lado, los políticos locales de mayor peso se acercaron a Madero, pero no organizaron a su gente para darle un apoyo efectivo. Sin embargo, la rebelión maderista ejerció una influencia en las actitudes de muchos de los protagonistas de la vida morelenses.
A partir de que Madero regresa al país, después de su exilio en Texas, los grupos maderistas comenzaron a mostrarse más abiertamente en el estado, organizándose en pequeños grupos, uno de los cuales al mando de Pablo Torres Burgos, del cual formó parte el mismo Emiliano Zapata, toma de poblaciones como Tlalquitenango y Jojutla. A la muerte del primero, Zapata, de 32 años, asumirá la cabeza del grupo, el cual llevará a cabo, más tarde la toma de Cuautla, el 19 de mayo de 1911, consolidando su presencia en el estado.
A pesar de los consejos en contra de muchos de sus allegados, Zapata tenía una gran confianza en que Madero se comprometería en cumplir algunos de los principales “principios” y “promesas” que estaban detrás de la revuelta morelense. Este reclamo fue aceptado por Madero pero también comenzó a ejercer presión para que liberase a su tropa, a lo que Zapata se opuso, considerando que el ejército federal no era confiable y que terminaría por traicionar a Madero.
Zapata trató de llegar a un acuerdo con Madero poniendo una serie de condiciones: promulgación de una ley agraria, retiro de las fuerzas federales, indulto general y la salida del gobernador local. Sin embargo, Madero se mostró renuente y pospuso cualquier arreglo.
Womack señala en su obra el resentimiento de Zapata ante las actitudes asumidas por Madero frente a sus reclamaciones de garantías de amnistía y de perdón en el caso de deponer las armas:
“Yo he sido el más fiel partidario del señor Madero-les dijo a enviados de este; le he dado prueba infinitas de ello; pero ya en este momento he dejado de serlo. Madero me ha traicionado así como a mi ejército, al pueblo de Morelos y a la Nación entera” (Pág. 124)
Al paso del tiempo, se ahondaron las diferencias con Madero, a pesar de las frecuentes comunicaciones que se dieron entre ambos o sus allegados, las cuales llevarían a la promulgación del Plan de Ayala, el 25 de diciembre de 1911, el cual desconoce a Madero.
Madero acabaría optando por la vía de la intervención militar a través de varios de sus generales: Arnoldo Casso López, Juvencio Robles y Felipe Ángeles. Los zapatistas pudieron hacerle frente en la medida en que”atacaban en terrenos que conocían de sobra; contaban con la simpatía de los pobladores y además empezaron a desbordarse a los estados vecinos desde diciembre de 1911”. Además, algunas de las acciones de represalia como el incendio de los poblados, las ejecuciones sumarias y las deportaciones brindaron nuevas fuerzas a los zapatistas para continuar la lucha. Estas se prolongarían, a pesar de varios intentos de negociación, hasta finales de 1912. (Ver Berta Ulloa, La lucha armada (1911-1920) en Historia General de México Tomo 2 El Colegio de México, 1976)
A la caída de Madero, Victoriano Huerta amenaza, para obtener el apoyo de los porfiristas, de regresar a Morelos y acabar con los zapatistas. Esto provocará que, de acuerdo a Womack, la población rural del estado engrosara las filas de los rebeldes, se unificara la posición anteriormente fragmentada y las fuerzas de la resistencia eligieran una sola cabeza, Zapata.
El 30 de mayo, Zapata publica un manifiesto que enmienda al plan de Ayala declarando de paso a Huerta ...”usurpador...cuya presencia en la Presidencia de la República acentúa cada día más y más su carácter contrastable con todo lo que significa la ley, la justicia, el derecho y la moral, hasta el grado de reputársele mucho peor que Madero.” (Pág. 168)
Ante la amenaza de Huerta, en enero de 1914, se constituye el Ejército Insurgente Libertador del Sur, que bajo el mando de Emiliano Zapata hace frente a las fuerzas federales bajo las órdenes de Robles y Jiménez de Castro, el cual extiende sus controles a prácticamente todo el estado y algunas zonas limítrofes de Puebla, Guerrero y a mediados de julio, llegan hasta Milpa Alta en el Distrito Federal.
A la caída de Huerta, el 14 de agosto de 1914, los carrancistas avanzan sobre la ciudad de México, después de la firma de la rendición en Teoloyucan, frenando la intención de los zapatistas, que esperaban en sus campamentos en Milpa Alta, poder hacer también su entrada triunfal en la ciudad.
Desde mayo de 1913, a pesar de varios intentos de captación por algunos carrancistas, Emiliano Zapata había manifestado su independencia de Venustiano Carranza, al cual junto a otros jefes llamó dirigentes del “movimiento armado” del Norte.
Womack cita una conversación entre Zapata y el general Lucio Blanco, un alto militar de filiación carrancista, donde le manifiesta:
“Yo le diré a usted con toda franqueza que este señor Carranza no me inspira mucha confianza, lo veo muchas ambiciones y dispuesto a burlar la obra del pueblo “(Pág. 192)
Por otra parte, como señala Enrique Krauze en Venustiano Carranza, Puente entre siglos, FCE, 1987 con relación a la opinión del Primer Jefe, frente a los zapatistas:
“Carranza creí que los zapatistas eran “hordas de bandidos” y Zapata el nuevo Manuel Lozada, aquel temible tigre de Alica, el cacique indígena de la sierra nayarita, que había asolado el occidente de México con sus “hordas salvajes”. (pág. 54)
En buena parte este distanciamiento entre ambos personajes era resultado de diferencias profundas que involucraban “la clase social, la cultura y hasta la civilización...” señala el mismo autor.
Por último, para Carranza, según Womack, “los zapatistas no eran sino forajidos del campo, peones advenedizos que nada sabían de cómo gobernar”.
Aunque, algunos carrancistas buscaron a mediados de 1914 un acuerdo con Zapata, las condiciones que impuso, fueron rechazadas por el mismo Carranza, por considerarlas humillantes.
A partir de los desacuerdos sobre la autoridad del Primer Jefe entre las diversas facciones del movimiento constitucionalista, los villistas y zapatistas establecen una alianza, que en la Convención de Aguascalientes, convocada para definir la dirección del país después de la derrota de los huertistas, nombra un Presidente Provisional, desconociendo las pretensiones solicitadas por Carranza, entre ellas la rendición y el exilio de ambos cabecillas. Sin embargo, nunca existió entre Francisco Villa y Emiliano Zapata una relación fluida, ya que había profundas diferencias en cuestiones tan fundamentales para los zapatistas como la tenencia de la tierra y su escasa participación en la lucha contra los carrancistas en el resto del país. El 26 de noviembre de 1914, ambas fuerzas entran en la ciudad de México, pero dos días después, Zapata se regresa a Morelos. El 4 de diciembre conferenció con Villa en Xochimilco. Se dio un intercambio de promesas y regalos, como una famosa pistola, que les permitió entrar juntos, dos días después, a la ciudad de México y tomarse en Palacio Nacional la famosa fotografía. Sin embargo, esta unión fue muy temporal, ya que pronto resurgió la desconfianza entre ambos: Zapata tuvo que esperar la artillería prometida en los alrededores de Puebla y luego ver la manera de trasladarla. Después de esto, el líder suriano abandonó la ciudad y regreso a Morelos, sin importarle más la suerte de los villistas.
Durante 1915, muchas de las propuestas de los zapatistas serán ejecutadas en el estado, gracias a la pasión de Manuel Palafox, lugarteniente de Zapata, en particular, la medición de las tierras, el establecimiento de los límites y la entrega de las mismas a las comunidades. Además, canalizó crédito a los campesinos para la compra de semillas y herramientas. Por otro lado, Palafox se encargaría de confiscar los ingenios y destilerías, que habían sido ya saqueadas por las tropas y los mismos campesinos. Este pretendió volverlos a operar no como empresas sino como servicios públicos donde los campesinos pudieran llevar sus cosechas y emplearse como obreros. Todos estos avances, fueron seguidos con atención por Zapata desde Tlaltizapan, pequeño poblado al sur del estado, donde en un marco de grandes laureles, arrozales y corrientes de agua, estableció su cuartel general y logró llevar una modesta vida.
El Primer Jefe consideró que las actividades de Emiliano Zapata en Morelos eran un desafío a su autoridad, por lo que envió a un poderoso ejército al mando del general Pablo González, el cual cometió múltiples atropellos y asesinatos colectivos, bajo el pretexto de llevar el orden y la paz al estado, recuperando las ciudades más importantes. Muchos de los prisioneros fueron enviados a la ciudad de México y deportados a Yucatán. Desde Tlaltizapan, Zapata, buscó reorganizar a una fuerza local que garantizara el orden, sin éxito, teniendo el mismo que huir ante la llegada de las fuerzas de González. A pesar de todo, los zapatistas mantuvieron sus ataques sorpresivos, que junto al paludismo diezmaron a las fuerzas federales, las que salen finalmente del estado en diciembre de 1916. A su vez, los zapatistas las siguen de cerca, y van retomando las ciudades que abandonan.
Durante 1917, los zapatistas retoman las principales ciudades del estado. Sin embargo, comenzaron a surgir diferencias entre los principales seguidores del cuadillo suriano, lo cual produciría la desaparición física, bajo la acusación de intentos de rebelión, intrigas y rencillas personales, de varios de ellos: Lorenzo Velásquez, Otilio Montaño, Eufemio Zapata y otros. Por último, en 1918, se producirá el rompimiento con Manuel Palafox, quien había asumido una actitud de cada vez mayor aislamiento y de intransigencia con respecto a las opiniones que no coincidieran con las suyas. Este se refugiará en Puebla y llamará desde allí a desconocer al jefe de la revolución del sur. Sin embargo, se incorporarían al zapatismo nuevos personajes como Gildardo Magaña y los hermanos Díaz Soto y Gama, Conrado, Ignacio y Antonio.
Por otro lado, a partir de la elección de Venustiano Carranza a la Presidencia, en marzo de 1917, realizada en todo el país con excepción de Morelos, y de alguna manera el regreso, con su toma de posesión, el primero de mayo de ese año, a la vida institucional, se extendió el desconcierto entre los zapatistas, en la medida en que la presencia de éste, ya no sería algo temporal como muchos suponían: varios jefes, incluso los más leales, comenzaron a preocuparse por el futuro del movimiento.
Aunque hubo aproximaciones al gobierno carrancista y a sus seguidores por parte de varios agentes, abundaban las dudas sobre las verdades intenciones de Zapata. Su propuesta de reconocimiento mutuo fu rechazada, ya que, según Womack “...reconocer a Zapata era dar la oportunidad de que se hiciesen las reformas que podrían comprometer al pueblo.” (pág. 293). Al mismo tiempo, buscó el apoyo a través de una frenética actividad, de otros grupos desafectos con el carrancismo, en particular, los villistas, con el propósito de darla a su movimiento un alcance nacional. Por todo ello, el gobierno mantuvo la amenaza de la fuerza, la cual finalmente comenzaría a usar, recurriendo al militar de siempre, el general Pablo González, ocupando las principales poblaciones del estado. Emiliano Zapata y su gente huyen a la montaña de donde sale para esporádicas visitas a Tlaltizapan, aunque cada vez más hostigado por las fuerzas del gobierno. El primer día del nuevo año lanzaría otro manifiesto donde acusaba a Carranza de todos los problemas internos y externos del país. Para Carranza, la permanencia de Zapata y lo suyos significaba cada vez un riesgo mayor para la conservación de su autoridad, en particular en vista de la sucesión presidencial.
Muerte de Zapata
Emiliano Zapata fue muerto el 10 de abril de 1919, unos meses antes de cumplir los 40 años y a diez años del inicio de su movimiento, en la Hacienda de Chinameca, donde el coronel Jesús Guajardo, fingiendo un rompimiento con el general Pablo González, le habría preparado el atentado de donde ya no saldría vivo. Su cuerpo fue llevado a Cuautla y expuesto ante la gente durante varios días para testimonio de la muerte del caudillo suriano. González le informaría al Presidente Carranza y le recomendaría el ascenso de Guajardo. A pesar de que en Tlaltizapan, Zapata había ordenado la construcción de un mausoleo para sus generales caídos, e incluso para él mismo, sus restos permanecerían en Cuautla. En la actualidad, éstos se encuentran en la Plazuela Revolución del Sur, en una urna depositada a los pies de su estatua. En fechas más recientes, las iniciativas para moverlos al Monumento a la Revolución, fueron rechazadas por sus familiares, ya que allí se encontraban también las del enemigo e instigador de su asesinato, Venustiano Carranza. En Tlaltizapan, a 31 kilómetros de Cuautla, en su cuartel general, se levantó un museo donde se conservan varios objetos personales, documentos, fotografías y la ropa que vestía el caudillo el día de su muerte.
El ideario político y social
El ideario político y social de Emiliano Zapata, se encuentra en el Plan de Ayala, documento preparado por su seguidor el maestro Otilio Montaño, publicado el 28 de noviembre de 1911. Este contenía entre otras proposiciones, las siguientes: la toma de las tierras usurpadas a los pueblos con títulos legítimos sobre las mismas, la expropiación previa indemnización de un tercio de las mismas a sus propietarios para dárselas a los pueblos, la nacionalización en caso de oposición, la aplicación de las leyes de desamortización y nacionalización, la designación de un Presidente Interino, el cual convocaría a elecciones y la designación de nuevos gobernadores, por parte de los jefes revolucionarios, el cual convocaría a elecciones, los que se opusieran serían considerados como traidores. El documento resumía las aspiraciones que estaban detrás de la lucha de los zapatitas y repercutiría en el resto del país, ya que fue adoptado por los rebeldes de varios estados.
A pesar de las rivalidades entre Carranza y Zapata, la influencia zapatista se hizo sentir el discurso y en los hechos. En efecto, después de fracasar el acuerdo con Zapata, Carranza, a su manera, acepta la necesidad de las reformas agrarias planteadas por los zapatistas:
“Considero innecesaria la sumisión al Plan de Ayala supuesto que (...) estoy dispuesto a que se lleven a cabo y se legalicen las reformas agrarias que pretende el Plan de Ayala, no sólo en el estado de Morelos sino en todos los que necesitan esas medidas.” (Citado por Krauze en Biografías del Poder Venustiano Carranza, pág. 78)
Del discurso pasaría a los hechos, con la expedición el 6 de enero de 1915, de la Ley Agraria, obra de Luis Cabrera, la cual incorporaba muchos de los reclamos zapatistas: resucitaba el ejido, restablecía el patrimonio de los pueblos y creaba nuevas unidades con terrenos colindantes que serían expropiados. Este proceso quedaba a cargo de un mecanismo que se crearía para recibir las solicitudes, y dictaminarlas. Los afectados podrían reclamar. Sin embargo, se la operación se encontraron con muchas indefiniciones, demoras y pobres resultados.
En contraste, en Morelos, a partir de 1915, la aplicación de las disposiciones agrarias del Plan de Ayala, como ya se mencionó, fue realizada de manera ordenada por Manuel Palafox, uno de los principales consejeros intelectuales de Zapata con el auxilio de egresados de las escuelas de agricultura del país. El documento sería reformado a la caída de Madero. Sin embargo, con los años lo único que quedaría del plan en los últimos manifiestos zapatistas, según Womack, fue el lema que aparecía al final del mismo: “Reforma, libertad, justicia y ley”.
Por otro lado, en 1917, la situación de anarquía que imperaba en las comunidades, conformadas muchas veces por poblaciones de refugiados, y donde se carecían de autoridades, hizo necesario la organización por parte de Conrado Díaz Soto y Gama, otro seguidor de Zapata, de un centro dedicado a la orientación de los pueblos: sus obligaciones, la explicación de las diversas disposiciones que los afectaban, la mediación de las disputas entre ellos, y la formación de juntas locales. El autor del plan, Montaño, será acusado más tarde de traición y fusilado por los seguidores de Zapata, tal como sucedería con otros de los viejos combatientes.
Las propuestas zapatistas en materia agraria se incorporarían en el texto de la nueva constitución que se promulgó el 5 febrero de 1917 en particular en el artículo 27, que entre otras disposiciones establece la soberanía nacional sobre las tierras y aguas, el derecho a transmitir la propiedad privada y de poder establecer sobre la misma las modalidades que dicte el interés público. Autoriza las expropiaciones mediante indemnización para crear pequeñas propiedades; faculta a los pueblos y comunidades para solicitar y recibir tierras por restitución y dotación; y fijó las extensiones de la pequeña propiedad y de las parcelas.
La Ruta Zapatista
El Museo de Anenecuilco, pueblo donde nació y se hizo adulto; el Museo Cuartel de Tlaltizapan, lugar donde se refugió y vivió durante los años de lucha; y la Hacienda de Chinameca, lugar donde murió, expropiada recientemente y en proceso de restauración, son parte de la actual Ruta Zapatista, que con propósitos turísticos promueve el Gobierno de Morelos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario