lunes, 28 de junio de 2010

La novela de la Revolución

Por Jorge Castañares
Junio 2010

La novela de la revolución incluyó varios géneros crónica, biografías y alguna mezcla de ellas. Los autores fueron algunos protagonistas directos o en otros indirectos de lo acontecimientos. En muchos casos, son de origen norteño, donde la revolución tuvo su huella más profunda.

El grupo es numeroso, aunque, por ahora me he interesado por cinco de éstos: Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Francisco L. Urquizo, Andrés Iduarte y Rafael F. Muñoz. Sin embargo, son también escritores importantes del género Mauricio Magdaleno, Nellie Campobello y muchos otros. Andrés Iduarte, sería el único no nacido en el norte del país.


De los autores que se comentan a continuación podemos señalar algunas diferencias. Mariano Azulea se inclinó en su vasta producción por los héroes anónimos, mientras que, Martín Luis Guzmán escribió sobre los caudillos y el poder. Rafael F. Muñoz, escribió sobre la épica del villismo y su personaje principal, Francisco Villa, el más famoso de los caudillos de las novelas de la revolución. Francisco L. Urquizo, hizo varias novelas donde los protagonistas eran los combatientes de la revolución. Iduarte, introduce una imagen más intimista y personal de la revolución desde la lejana provincia tabasqueña.

Mariano Azuela (1873-1952), estudió medicina, tuvo algunos cargos durante el gobierno de Madero y a su caída ingresó a las fuerzas revolucionarias de Juan Medina. Fue derrotado, perseguido y huyó a los Estados Unidos, donde comenzó su prolífica carrera de escritor. “Los de abajo (1915)”, ha sido la novela clásica de la revolución, a pesar de su vasta producción.

Demetrio Macías, el principal personaje del relato de Azuela, huye de su pueblo, debido a una injusticia:

“Cuando después de muchas horas de ascenso volvió los ojos, en el fondo del cañón, cerca del río, se levantaban grandes llamaradas. Su casa ardía. (Pág. 8)


El personaje, aunque ignorante tanto en la historia como en la política, mantiene hasta el final una voluntad de hierro para luchar contra las adversidades.

Se escapa a la sierra, donde encuentra a otros compañeros y que integran un pequeño grupo, con los que se enfrenta a las tropas federales.

La llamada “bola”, se integraba a partir de una decisión personal, la cual se extendía luego a otros conjuntos más numerosos y la misma mantenía rasgos anónimos.

Luis Cervantes, médico y periodista, se une a Demetrio Macías, convencido que comparte las mismas motivaciones de los revolucionarios. El diálogo es revelador de las razones detrás de los protagonistas:

-Yo he procurado hacerme entender, convencerlos de que soy un verdadero correligionario...

-¿Corre...que? inquirió Demetrio, tendiendo una oreja

-Correligionario, mi jefe es decir, que persigo los mismos ideales y defiendo la misma causa que ustedes defienden.

Demetrio sonrió:
-¿pos cuál causa defendemos nosotros?



Azuela externa en estos y otros comentarios muchos juicios severos sobre los seguidores de la revolución: ignorantes, salvajes, violentos, hipócritas, oportunistas, cobardes, etcétera.

Demetrio Macías, recorre el país y conoce a otros personajes importantes. El General Natera, previo a la toma de Zacatecas, lo acoge cordialmente, reconociendo sus logros:

-Ya se quien es usted y qué gente trae. Ya tengo noticias de la cuereada que han dado a los federales desde Tepic hasta Durango.



Villa representa el héroe principal, sus triunfos y derrotas son compartidos por todos:

¡Ah, Villa! La palabra mágica. El gran hombre que se esboza; el guerrero invicto que ejerce a distancia, su gran fascinación de boa. (Pág. 67)

En sus andanzas se van enterando de los momentos importantes de la revolución: la Convención de Aguascalientes, las diferencias entre villistas y carrancistas, el desconocimiento de Carranza y la más triste de todas, la derrotas de Villa a manos de los carrancistas:

Villa es derrotado en Celaya por Obregón. Carranza triunfando por todas partes. !Nosotros arruinados¡

El autor concluye lapidariamente:

Villa derrotado era un dios caído. Y los dioses caídos ni son dioses ni son nada. (Pág.129)

Demetrio regresa a su pueblo y su mujer le demanda

-¿Por qué pelean ya, Demetrio?

Demetrio, las cejas muy juntas, toma distraído una piedrecilla y la arroja al fondo del cañón. Se mantiene pensativo viendo el desfiladero, y dice:
-Mira esa piedra cómo ya no se para

Demetrio abandona el pueblo ante la amenaza de los carrancistas y se esconde en la sierra. Allí les hace frente hasta la última descarga:


Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa como pórtico de vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil. (Pág.140)

La prosa es a veces escueta, directa, se escucha el lenguaje de los campesinos, aunque, en ocasiones nos encontramos con descripciones un tanto poéticas de las acciones, de los paisajes, de los personajes.

La obra nos ofrece una mirada lúcida y crítica de la revolución a través de sus personajes anónimos y de las referencias a algunos hechos históricos importantes.


El autor, es un escritor prolífico, ya que su obra cubre medio siglo. En la etapa de la prerrevolución: Mala yerba (1909); en la revolución, tiene varias obras como Andrés Pérez, maderista (1911), Las moscas (1918), Domitilo quiere se diputado (1918) y las Tribulaciones de una familia decente (1918); y en la posrevolución: La Malhora (1923), La Luciérnaga (1932), Nueva Burguesía (1941) y Esa sangre (1956), que tocan este álgido periodo de la historia nacional.

El escritor Martín Luis Guzmán (1887-1976), es el autor de “El Águila y la Serpiente “(1928), otra de las obras significativas incluidas en este género. En esta hace una mezcla de la crónica, la memoria autobiográfica, mientras que, desarrolla elementos novelescos para describir algunas de sus vivencias.

El escritor, hijo de familia acomodada, termina la carrera de leyes y abandona la capital con la usurpación huertista. Se embarca en Veracruz, entra por los Estados Unidos al norte del país, conoce a los personajes centrales de la revolución, por un momento lo captura el desafío de Carranza, cae después bajo el magnetismo de Villa, sirve al gobierno emanado de la Convención y huye , después de rechazar una oferta en el gobierno de Roque González, bajo la protección de Villa, hacia los Estados Unidos.

Las descripciones que hace en su obra de los personajes principales de la revolución son ricas en detalles:





De Francisco Villa:

Los rayos de la lámpara venían a darle de lleno y a sacar de sus facciones brillos de cobre en torno de los fulgores claros del blanco de los ojos y del esmalte de la dentadura. El pelo rizoso, se le encrespaba entre el sombrero y la frente, grande y comba; el bigote, de guías cortas, azafranadas, le movía, al hablar, sombras en los labios. (Pág. 53)


De Venustiano Carranza (antes del rompimiento):

En aquella primera entrevista se me apareció sencillo y sereno, inteligente, honrado, apto. El modo como se peinaba las barbas...-acusaba tranquilos hábitos de reflexión, hábitos de que no podría esperarse nada violento, nada cruel. (Pág. 60)

De Felipe Ángeles:

“La sombra era de un hombre gallardo. Un rayo de luz, al darle en la orilla del ala del sombrero, mordía en su silueta un punto de gris. Tenía doblado sobre el corazón uno de los brazos, apoyado en el puño la barbilla, y el antebrazo derecho cruzado encima del otro”

El hombre salió poco a poco de su contemplación; bajó la mano en que apoyaba la cabeza; se irguió, y dijo con voz dulce y humilde, en raro contraste con la energía y rapidez de sus movimientos, cabalmente militares. (Pág.62)

-Buenas noches. ¿Quién es?

-Un viejo conocido, general ¿O me engaño acaso? ¿No hablo con el general Felipe Ángeles? (Pág. 62)

De Álvaro Obregón:


“De sus ojos –de reflejos dorados, evocadores de gato-brotaba una sonrisa continua que le invadía el rostro. Tenía una manera personalísima de mirar de sesgo, como si la mirada riente tendiese a converger, en un punto lateral situado en el plano de la cara, con la sonrisa de las comisuras de la boca. (Pág. 84)

Obregón no vivía sobre la tierra de las sinceridades cotidianas, sino sobre un tablado; no era un hombre en funciones, sino un actor. Sus ideas, sus creencias, sus sentimientos, eran como los del mundo del teatro, para brillar frente a un público: carecían de toda raíz personal, de toda realidad interior con atributos propios. Era, en sentido directo de la palabra, un farsante.” (Pág.85)

El autor detalle las barbaridades perpetradas por algunos de los seguidores de Villa, como la matanza realizada por su lugarteniente Rodolfo Fierro, de un grupo de prisioneros orozquistas, ordenada por el mismo revolucionario, donde se percibe la sangre fría y la bestialidad del mencionado personaje.


De Eulalio Gutiérrez, Presidente emanado de la Convención:

“... más valiente que Eulalio, y más sereno, y más zorro, ninguno. Eulalio realizaba en aquellos días, pese a su risita irónica y a su voz dulce-de timbre agudos, de modulaciones silbadoras, el ideal del revolucionario mexicano que piensa en todo, menos en salvarse. (Pág.362)

De Eufemio Zapata:

“Con su pantalón ajustado, con su blusa de dril y con su desmesurado sombrero ancho, parecía simbolizar, conforme ascendía de escalón en escalón, los históricos días que estábamos viviendo: los simbolizaba por el contraste de su figura no humilde, sino zafia, con el refinamiento y la cultura de que la escalera era como un anuncio. Eufemio subía como un caballerango que se cree de súbito presidente. (Pág.384)

Los esbozos anteriores son recogidos a lo largo de sus andanzas con el ejército constitucionalista por el norte del país, hasta su distanciamiento con el Primer Jefe, que lo lleva de nuevo a la capital. El autor hace el retrato de los principales caudillos aunque capta con maestría sus enormes debilidades: sus contradicciones, su ambición, su ignorancia, su brutalidad, su corrupción.

Adicionalmente, hace la crónica de la representación villista en la Convención de Aguascalientes, de su colaboración con el Presidente Eulalio Gutiérrez, del rompimiento del gobierno provisional con los villistas, de la improvisada proclamación de González Garza como presidente, de su huída a Aguascalientes, de la protección del mismo Francisco Villa y de su salida a los Estados Unidos.



Martín Luis Guzmán escribió otra de las piezas clásicas de la revolución: “La sombra del Caudillo” (1929) La novela está considerada como la mejor de sus novelas políticas: “la crítica más brutal y profunda a la política mexicana de los veinte...” dominada por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, a través de incondicionales, dispuestos a todo.

“La Sombra del Caudillo” está basada en hechos reales que giran en torno a la sucesión de Plutarco Elías Calles, disputada entre, Francisco Serrano, viejo seguidor de Elías Calles, Secretario de Guerra y Gobernador del Distrito Federal y candidato presidencial en oposición a la reelección de Álvaro Obregón, el cual es asesinado en Huitzilac, Morelos, en 1927, con algunos de sus partidarios, por órdenes del caudillismo posrevolucionario. Un crimen de Estado donde no hubo causa, proceso, ni culpables, ni juzgados. Martín Luis Guzmán retrata con maestría, en el México “bronco” de entonces, el juego de poder, con todo su despliegue de intrigas, calumnias, amenazas, represión, asesinatos, que se establece entre los personajes políticos y militares en víspera de la sucesión presidencial. Claro, todo ello como “empresa salvadora de los supremos ideales de la revolución y de la patria.”

En la novela los personajes son Ignacio Aguirre, secretario de Guerra y su opositor, es el general Hilario Jiménez, secretario de Gobernación, el favorito del Caudillo. Las fuerzas políticas y militares se dividen entre ambos candidatos. Ante la insistencia de Aguirre, se inicia una campaña de desprestigio, persecución y asesinato selectivo de simpatizantes. Conforme la disputa crece, se comienza a propalar la idea de que Aguirre se alzará en armas contra el gobierno. El general Aguirre, para su propia seguridad, se desplaza a Toluca, en búsqueda de la protección de uno de sus supuestos seguidores. Este después de ofrecerles su apoyo, los traiciona, los arresta y escoltados por tropa, los conduce de regreso a la ciudad de México, hasta un paraje del camino, donde son entregados a otro militar, que tiene ya las órdenes para asesinarlos. Un solo periódico, la mañana siguiente, dio espacio a un escueto comunicado del Estado Mayor Presidencial con la lista de los implicados en la sublevación, los cuales habían sido ejecutados por un consejo de guerra y en la sección correspondiente, a las esquelas mortuorias de los sublevados.


Francisco L. Urquizo (1891-1969), nació en San Pedro de las Colonias, Coahuila. Fue seguidor de Madero, luego de Venustiano Carranza; después del asesinato de este, salió del país, vivió en Europa y regresó años después. Escribió varios libros pero destaca por su calidad la novela Tropa Vieja (1943), considerada por algunos autores una de las mejores de la revolución.

La obra describe la vida Esperidón Sifuentes, campesino que es levantado de su terruño por su carácter rebelde, por la guardia rural y condenado a servir por cinco años en el ejército. Su vida va transcurrir en los cuarteles, en los movimientos de la tropa que se desplaza para combatir en Coahuila, Durango, Veracruz, Morelos y la Ciudad de México, en medio de privaciones y de muchos muertos.

En cuanto estalla la revuelta maderista, se levantan las esperanzas de algunos, pero otros se muestran ajenos a los motivos que la impulsaban:

¿ Tu crees que toda esa indiada, que apenas saben hablar en nuestro idioma, son capaces de pensar en algo más que el rancho y en sus viejas? Esos no entienden de nada ni les importa nada. (Pág. 374)


Para muchos, el sacrificio resultaba mayor a lo que se había logrado:

“Estábamos en guerra los pobres desamparados y hambrientos de los campos, contra otros pobres también..pero apergollados por la disciplina militar: la misma necesidad teníamos todos de justicia,,..peléabamos hasta matarnos, con toda nuestra alma, para acabar de una vez no con los opresores de arriba, sino con nosotros mismos...” (Pág. 408)


Su paso coincide con la caída de Porfirio Díaz, la rebelión y el triunfo de Madero y su caída por la traición de Huerta. Del ejército porfirista pasa a ser constitucionalista y posteriormente, federal.

Al encontrarse de nuevo en otro agrupamiento, Sifuentes se percata de que a los maderistas los han licenciado, de que la guerra ha transformado a muchos hombres, que habían muerto muchos conocidos y que muchas cosas en los ranchos seguían igual.

“La revolución no había sido nada más que una matanza de gente, sin provecho alguno; una explosión de odios acumulados y vuelta otra vez a lo mismo de antes.” (Pág. 437)

Al término de la revuelta contra Madero, se oyen a lo lejos las campanas y los tambores:

-¿ Ganaron los nuestros ?
-Ganaron unos y otros.


El soldado Sifuentes, herido en la Decena Trágica, pierde un brazo y pronostica el inicio de una larga lucha.

Todo está tranquilo ya se acabaron los combates, le dice la mujer:
-¿ Se acabaron ? ¡ quién sabe si sea ahora cuando van a comenzar de veras! (Pág. 474)

La vida militar del autor provee de información, incidentes y detalles que enriquecen el entorno de los protagonistas. Estos hablan en su lengua; se conforman a la disciplina que le dictan sus superiores; y salen a combatir al enemigo, cualquiera que esté en la línea de enfrente. No hay ideología sino una férrea disciplina de servicio.

El militar es autor además de: ¡ Viva Madero! (1954), Fui soldado de levita de esos de caballería (1967) y de Subteniente a general (1969).


Andrés Iduarte ( 1907-1984), estudió derecho y filosofía en México, España y los Estados Unidos, lugar donde fue docente de literatura hispanoamericana en la Universidad de Columbia...Escribió “Un niño en la revolución mexicana” (1951) una crónica fresca de la revolución a través de los ojos de un niño, una familia y desde la provincia distante.

El cronista niño relata sus primeras impresiones con la revolución:

“Fue el 31 de agosto de 1914. Pasaron por la calle varios batallones, pero no en plan alegre. Los soldados venían cansados, muy tristes y muy sucios...La corneta sonaba de otra manera que no había oído yo nunca.” (Pág. 32)

“Antes de que cayera la noche oímos los primeros tiroteos. Sí recuerdo que miré con tristeza la casita en que nací. Volví mil veces la cabeza. No quería perderla.” (Pág. 33)

En la huída recolecta varias impresiones:

“En el barco tuvimos desgraciados encuentros. El gobierno huertista huía de Tabasco y se embarcaba con nosotros. Ir junto con él era, sencillamente, jugarse la vida; pero ya no era posible retorcer. Salimos a media tarde.


Más adelante, habla de la lucha por el poder entre dos facciones posrevolucionarias y las divisiones familiares:

“Por ejemplo, mi familia materna-incluso mis hermanas, eran “azules”. Una pariente mía usaba, al mismo tiempo el lazo celeste y el retrato de Félix Díaz, el sobrino de don Porfirio...Otra pariente mía se ponía blusas azules y zapatos rojos para ir pisoteando a cada paso el símbolo del mando enemigo Y no fui ni una ni otra cosa, o fui las dos: unos días era rojo, otros azul; pero sobre todo, azul.

El partido “azul” estaba encabezado por el General Luis Felipe Domínguez y el “rojo” por el general Carlos Greene.


La revolución comenzó a ser vista de distinta manera por el pueblo:


-No son revolucionarios, sino robolucionarios-oí decir a un vendedor de frutas, un día que fui al mercado a comer nances.

Mi antigua nana Paula, levantisca y deslenguada, insultó en mi presencia a unos oficiales que pasaban por mi casa:

-Siquiera antes comíamos...Ustedes sólo se ocupan de sus “avances”...Ay juelagranpuc-.... (Pág. 99)

El autor tiene otras obras conocidas: “El mundo sonriente” (1968), “México en la nostalgia” (1964) y “Preparatoria” (1983).


La obra de Rafael F. Muñoz establece una continuidad con las otras novelas de la revolución, en particular, con las historias de Mariano Azuela.

Vámonos con Pancho Villa (1931), se puede considerar una novela épica, cuya trama gira en torno a un grupo villista denominado Los Leones de San Pablo: el viejo, Tiburcio, Máximo Rodrigo, Melitón, Martín y el joven, Miguel Ángel

La lucha es contra el usurpador, los ejércitos federales, mientras que, el personaje aglutinador y de relevancia histórica es Francisco Villa:

“Su mirada parece desnudar las almas: sin interrogar averigua y comprende. Es cruel hasta la brutalidad, dominante hasta la posesión absoluta. Su personalidad es como proa de un barco, divide el oleaje de las pasiones: o se le odia o se le entrega la voluntad para no recobrarla nunca” (Pág. 56)

Los motivos para entrar en la revuelta son varios, sin embargo, confiesa el autor:

“Ellos mismos no sabían a punto cierto que quería la Revolución, pero cada cual tenía su motivo de queja y de una situación mejor” (Pág.57)

Los Leones son probados en el ataque a Torreón muere, primero, el más joven, cuya hazaña fue volar el puente donde pasaría el ejército enemigo y lleva a enterrar justo en la base del arco del puente que había dinamitado.

Después, el autor no lleva a nuevas escenas de batalla donde cae Rodrigo Perea y posteriormente, el manco Martín, privado de un brazo por el dictador Huerta, pero con la habilidad intacta para arrojar sus bombas y hacer terribles bajas a los enemigos.

Los tres restantes sobreviven a la toma de Torreón pero Melitón no supera el llamado Círculo de la Muerte, donde es mal herido por la bala de un revólver tirado al azar, que le perfora los intestinos. Como quiere mostrar su valentía y la sus compañeros, resuelve darse el tiro final.

A Máximo Perea, la muerte lo alcanzó en los trenes que lo llevan a Zacatecas. La viruela lo acaba ante la impotencia del viejo Tiburcio y el aislamiento de sus compañeros. Urbina, el lugarteniente villista, le indica perentoriamente que debe ser eliminado para salvar a los demás. Una fogata más, alimentada con el cuerpo de Perea, ilumina el campamento donde descansa la tropa.

Tiburcio abandona el grupo después de que Villa lo ignora y regresa a su tierra a cultivar su parcela. Allí, comenzará otra fase, que lo llevará: a seguir a Villa, participar en al ataque a Columbus, huir de la persecución estadounidense, ocultar a Villa herido y a morir negando su escondite.

En el gran final, Tiburcio deberá enfrentar su destino con serenidad:

-¿Para que te trajeron?

-Para que ustedes me maten...

En el relato se entrecruzan las referencias históricas: los grandes triunfos de Villa, el rompimiento con Carranza, las derrotas villistas, el bandidaje, el ataque a Columbus, la expedición punitiva estadounidense, etcétera.

En la novela abundan los extremos de barbarie, en algunos casos, parecen escenas poco verosímiles a pesar del cínico razonamiento que las explica: el asesinato a sangre fría de la mujer y la hija de Tiburcio (pág. 135) y del muchacho, que por cansancio, se rezaga al final de la caravana villista. (Pág.144)



El eje integrador es la fidelidad de Tiburcio y de los demás a la persona de Villa: Se tiene una fe, que va más allá de la moral, de las ideas, es algo que se podría llamar sanguínea.

La reacción de Tiburcio después del asesinato de la mujer y la hija parece sustentarse en esta afinidad sanguínea:

“Con los ojos enrojecidos y la mandíbula inferior suelta y temblorosa, las manos convulsas, sudorosa la frente, sobre la que caían como espuma de jabón los cabellos blancos del hombre, tomó a su hijo de la mano y avanzó hacia la puerta.” (Pág. 135)

Los pinceles de este cuadro épico alcanzan sus momentos magistrales en la huida de Villa herido por la sierra, cruzando las lineas carrancistas, en medio de múltiples obstáculos y su ocultamiento en una cueva, donde sobrevivirá milagrosamente (Cantiles, Pág. 223).

Se rescatan en el relato ideales morales que son difíciles de alcanzar y de compartir. Por ejemplo, Tiburcio deja perplejos a los estadounidenses al confesarles que Villa mató a su esposa e hija pero que aún así lo defiende: “Yo sí”.

En esas dos palabras estaba su triunfo moral. Incurable, condenado a no estar en pie nunca más, preso, viejo, oyendo cavar su tumba, tuvo la certeza de su superioridad...” (Pág. 252)

En medio de los hechos heroicos se tiene una dimensión humana: Tiburcio salva a Villa en Columbus, le cuida sus heridas en la cueva, comparte el espacio con sus semejantes. Villa se convierte en el hombre, lejos del héroe distante de otros tiempos.

En esta novela se integran de manera ejemplar la épica, el heroísmo y las más amplias manifestaciones de la condición humana.

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