miércoles, 16 de junio de 2010

A propósito del Centenario de la Revolución: una visión crítica de Porfirio Díaz

Por Jorge Castañares
Junio 2010



El régimen y la personalidad de Porfirio Díaz siempre han provocado gran polémica entre los estudiosos. Sin lugar dudas, después de la Revolución el antiporfirismo prendió con mayor fuerza, haciendo de cualquier concesión una traición a la patria.

A Porfirio Díaz se le ha acusado de todo: tirano, cínico, despiadado, brutal, cruel, sádico y asesino, entre otros. Estos adjetivos hicieron que la imagen negativa de Porfirio Díaz impidiera cualquier intento de juicio sereno, fundamentado y apegado a los hechos, causando una gran distorsión sobre la verdadera historia del personaje y de su régimen. Sin embargo, importantes contribuciones de estudiosos contemporáneos han comenzado a mostrar la existencia de matices en mucho de los juicios formulados en el pasado. En mi opinión, no lo llamaría neoporfirismo, ya que persiste, más que nada, una actitud crítica a la larga gestión de Porfirio Díaz. Por el contrario, el porfirismo, alabó sin matices al personaje y sus obras.


Algunos historiadores han dado muestras de revalorar la imagen del personaje. Por ejemplo, Enrique Krauze, desde su Biografía Místico de Poder, Porfirio Díaz, publicada en 1988, por el FCE, manifestó varias concesiones a la polémica gestión del personaje: “Una mirada generosa, que siempre ha hecho falta en México-concedería sin menoscabo de la verdad, que Porfirio Díaz contribuyó decisivamente a la integración material y a la consolidación nacional de su patria.” En el mismo sentido, una obra más reciente, Paul Garner, Porfirio Díaz, Del Héroe al dictador, una biografía política, Planeta 2001, aporta nuevos elementos importantes para una interpretación más precisa de este periodo histórico. Por último, en cuanto a la palabra dictador había que hacer dos precisiones. En su acepción gramatical, la palabra califica al jefe supremo, al que concentra el poder absoluto, lo cual Díaz alcanzó en los hechos prácticos en algunos momentos de su larga gestión pero también hay que tomar en cuenta que llegó al poder a través del voto, aunque este haya sido manipulado, no por la vieja usanza del golpe militar.


Por otro lado, se tiene la impresión por parte de algunos investigadores, que el régimen y su principal cabeza han sido juzgados, más que nada, por los acontecimientos que se precipitaron a partir de 1906, cuando las medidas autoritarias comenzaron a ser más frecuentes y las famosas “riendas” con que el caudillo guiaba al país se tensaron peligrosamente. Garner, al respecto comenta, que...” la adopción de crecientes prácticas autoritarias a partir de 1906 mostró la desesperación cada vez más evidente del régimen.” (Obra citada, pág. 194)

Ante ello, he buscado identificar en el trabajo de Krauze y en la obra de Garner, algunas facetas que nos permiten tener una idea más cabal y justa de la personalidad del prominente militar y político mexicano. Por útlimo, consulté la obra de Ralph Roeder, Hacia el México Moderno: Porfirio Díaz, FCE, 1973, una biografía previa, la cual se basa principalmente en fuentes periodísticas de época pero que como extranjero tiene una postura más distante sobre el personaje.

Porfirio Díaz gobernó el país por alrededor de 30 años, primero de 1876 a 1880 y después de 1884 a 1911. Sin embargo, habría que considerar que entre 1880-84, la presidencia fue ejercida por su fiel compadre y compañero de armas, el general Manuel González, quien contó con su indiscutible apoyo para llegar al poder. En este largo periodo, fue reelecto siete veces al cargo a través de elecciones cada vez más manipuladas y cuestionadas por la oposición. Estuvo en exilio cuatro años, del 31 de mayo de 1911, cuando se embarca en Veracruz en al vapor Ypiranga, hasta su muerte el 2 de julio de 1915 en Paris, Francia.


Porfirio Díaz era sin duda un militar, en primer lugar, con un gran amor por su país. Su larga carrera militar, de alrededor de 20 años, incluye las guerras de reforma, la lucha contra el invasor francés y las de la república restaurada. Entró en 1855, en defensa de la Revolución de Ayutla; peleó contra los conservadores por la instauración de los principios liberales; combatió a los invasores franceses, considerando a sus colaborados locales como traidores a la patria; y formó parte de la facción radical y popular del Partido Liberal: se alzó contra Juárez (Rebelión de La Noria, 1872) y contra Sebastián Lerdo (rebelión de Tuxtepec, 1876), contra los abusos cometidos por estos y en defensa de sufragio efectivo y no reelección.

Porfirio Díaz, como lo señala, Paúl Garner reunía una capacidad de negociación y de convencimiento, que le permitió ejercer el poder a través de una “vasta red de relaciones personales formales e informales...basada en el intercambio, más negociado que impuesto, de deferencias y lealtades.” (Garner, obra citada, pág.223). En otra parte de su investigación el mismo autor afirma que Porfirio Díaz ejerció en todos los niveles la negociación, la conciliación y los arreglos en lugar de los enfrentamientos (Obra citada, pág.79). Su abultada correspondencia con sus subalternos, autoridades y particulares en todo el país, lo confirma. El estudioso Ralph Roeder, en la obra previa mencionada reconoció que: " La política de conciliación era la columna vertebral de su ciencia de gobierno, y por su misma naturaleza era flexible." (pág. 341)


Aunque en apariencia, como lo demuestra su amplia correspondencia, buscaba la opinión de los gobernadores en la toma de decisiones importantes, en particular, durante sus primeros gobiernos, en la práctica fue gradualmente estableciendo una subordinación, que fue imponiendo la voluntad del gobierno del centro sobre sus contrapartes locales. Esto si bien ayudó a la desaparición de muchos cacicazgos nocivos provocó fricciones con la clase política locales, en particular, la que tenía que ceder, sin recibir a cambio alguna retribución.






Porfirio Díaz logró mantener el ejército disciplinado, alejado de las amenazas de sus frecuentes intervenciones en la vida de las instituciones políticas del país como reconoce Garner (Obra citada, pág. 223). Sin embargo, esto se facilitó gracias a la desaparición física de muchos de sus antiguos compañeros de armas aunque también se acompañó de su capacidad para neutralizar los intentos de los potenciales enemigos. El caudillaje, que ejerció sobre los rangos y filas del ejército fue quizás decisivo en este aspecto.

Porfirio Díaz estaba convencido en la necesidad del progreso económico y social del país, como el medio para convertirlo en una nación más próspera y de respeto en el ámbito internacional. Sin embargo, estos se enmarcaban en el contexto del orden y la paz, que sólo su gobierno sabía cómo garantizar.

Al contrario de la trayectoria de muchos otros dictadores, que llegaron al poder para proteger los intereses de los grupos más reaccionarios de la sociedad, en el caso de Porfirio Díaz se tiene a un militar cuya formación política se había hecho en las luchas por la instauración de una república bajo los principios liberales de la época: gobierno laico, representativo, con división de poderes, respeto al voto y a las libertades individuales. Principios que estaban incorporados en la Constitución de 1857. El historiador Garner, va aún más lejos cuando afirma que la entrada a la vida militar en 1854, lo hizo más por la defensa de los principios liberales.

Al ejercer el poder no buscó el beneficio pecuniario, ya que su fortuna personal nunca mostró los excesos de otros hombres de poder de su época incluyendo los gobernantes de la etapa posrevolucionaria. Sus propiedades conocidas, la Hacienda de La Noria, en Oaxaca, fue un regalo de la Legislatura de su estado natal; la Hacienda de la Candelaria, en Tlacotalpan, Veracruz; su casa en la Calle de la Cadena (hoy Venustiano Carranza). Su forma de vida tanto en México como en los años de exilio, se caracterizó por su discreción y modestia, sin derroches ofensivos. Tal parece que sus principales ingresos provenían de las ganancias de bonos emitidos por algunas empresas extranjeras con intereses en el país.Sin embargo, si utilizó los recursos públicos mantener fidelidades, acallar protestas y eliminar potenciales enemigos.

Ante el proceso natural de envejecimiento, Porfirio Díaz contaba con 80 años en 1910, las intrigas envolventes entre su círculo cercano, hicieron que el viejo caudillo encontrara razones para posponer el proceso que por la vía constitucional le hubiera permitido tener un sucesor. En su dilema entre el general Bernardo Reyes y su ministro José Ives Limantour, que resolvió alejándolos temporalmente del país, acabó por fortalecer al movimiento antirreleccionista y las posibilidades de Francisco Madero. El arresto de este último, previo a la convención nacional antirrelecionista, convocada en abril de 1910, precipitó la caída del régimen.


Aunque en materia económica fue proclive a promover la inversión extranjera en los sectores claves de la economía: ferrocarriles, minería, petróleo, electricidad, buscó orientarlos cuando sintió que peligraba la soberanía nacional. El historiador Daniel Cosió Villegas, un duro crítico del sistema, afirmó: “No puede ser más grotescamente inexacto la conseja de que Porfirio Díaz fue un simple lacayo de los intereses extranjeros y sobre todo norteamericanos... (En general) entendió los intereses nacionales y los defendió con eficacia (Citado en el libro mencionado de Enrique Krauze, pág. 113). Este mismo manifiesta que: “Casi sin excepción su desempeño entre los vecinos fue gallarda”. (pág. 49)


El régimen porfirista a través de sus hábiles ministros Manuel Dublán y José Ives Limantour, desarrolló la economía de manera notable, gracias a la inversión extranjera, que se canalizó a la explotación de los recursos naturales, el transporte ferroviario, la generación de energía eléctrica y la creación de un sistema bancario, fundamental para contar con un mercado de capital interno. Los regímenes posrevolucionarios mantuvieron continuidad con dicho tratamiento a los inversionistas extranjeros, ya que su intervención fue selectiva en algunas áreas donde se consideró que el control del estado era importante para la soberanía del país. Sin embargo, en el campo fue donde se dieron las mayores diferencias, ya que los nuevos gobiernos introdujeron, en particular, a partir de la Constitución de 1917, varias reformas encaminadas a responder a las demandas de tierra del campesinado. Por otra parte, el régimen de la hacienda, donde se combinaban características de producción capitalista con otras feudales, se había mostrado inviable para incorporar a la creciente masa del campesinado al progreso que experimentaban otros sectores de la economía del país.

A pesar de lo anterior, Porfirio Díaz cometió errores sobre todo en la última parte de su gobierno, que de una manera u otra, prepararon el camino para una transición, que pacífica en un primer momento (Gobierno Provisional de Francisco León de la Barra y Constitucional de Francisco I. Madero) desembocó en la traición de Victoriano Huerta y en la larga lucha, a partir de 1913, de Venustiano Carranza por la constitución de un nuevo gobierno legítimo.

Con el paso del tiempo, Porfirio Díaz, comenzó a percibir su presencia en la Presidencia, como la única garantía de la estabilidad política del país, que le había dado paz, orden y progreso, los tres lemas sagrados de su largo régimen.

A partir de la consolidación del poder, Porfirio Díaz fue gradualmente imponiendo su autoridad y su criterio personal sobre las instituciones de la vida política (las cámaras, los gobernadores, el poder legislativo, el poder judicial) y sobre otras como el ejército y la prensa, que habían sido por mucho tiempo factores condicionantes de las otras como señala el investigador Garner (Obra citada, pág. 104). Esto eliminó los necesarios contrapesos de un estado democrático, haciendo depender su existencia de la voluntad y deseos del caudillo. Además, concluye el citado Ralph Roeder: "Todos los puestos de elección popular se llenaban con nombramientos del presidente-diputados, senadores, gobernadores, magistrados y, por supuesto, el de presidente de la República." (pág 393)




En la última etapa del régimen, de 1893 a 1910, fue un convencido, bajo la influencia de un grupo de sus cercanos colaborados a los que se les llamó los Científicos, que el progreso económico y social, sólo se podía dar a través del aval de una élite tecnocrática, respaldada por un gobierno autoritario.

A pesar de que se reconoce que el gobierno de Porfirio Díaz, no tenía cuando menos hasta principios de siglo XX una oposición organizada capaz de contrastar su poder, a ello había contribuido las prácticas instrumentas contra ellas: represión, intimidación y en algunos casos la desaparición de los opositores. Mantuvo a raya a la prensa de oposición, mandó a la cárcel y al exilio a muchos periodistas que defendían una línea crítica frente al gobierno. Durante la última etapa de su gobierno, se presentaron dos movimientos obreros importantes: Cananea (1906), y Río Blanco (1907). Siguió con atención su desarrollo, incluso arbitró el segundo conflicto, pero al final, se impusieron las viejas prácticas de represión e imposición. Adicionalmente, como afirma Garner (Obra citada, pág. 211) ... “ el manejo de los conflictos laborales y las críticas que de ello derivaron contribuyeron a debilitar la confianza pública en la supremacía del régimen y en su habilidad para cumplir con sus propias promesas de estabilidad, orden y progreso.”


A pesar de la mano dura que se ejerció contra muchos opositores, Porfirio Díaz se valió más de su astucia, de la maniobra y la negociación para destrabar los problemas diarios. Como afirma Enrique Krauze, no puede decirse que la dictadura porfiriana haya sido especialmente violenta. (Obra citada, pág. 34). El incidente conocido más grave fue el asesinato, en 1879, de un grupo de militares sublevados acusados de lerdistas, realizado por el iracundo gobernador de Veracruz Luis Mier y Terán, con la anuncia que se podía desprender de un telegrama cifrado que consistía en tres palabras: "Mátalos en caliente". El político local dejó el cargo y fue juzgado pero el Congreso lo absolvió. Luego recibió otra responsabilidad en su natal Oaxaca. Roeder confirma que: "Porfiro Díaz era, en realidad , hombre de círculos, pero hombre que no se daba por vencido, hombre de circulos viciosos, hombre de extraña, de inevitable persistencia".(pág. 67)

Anteriormente, se comentó que Porfirio Díaz entró en la lucha en defensa del ideario liberal; encabezó los pronunciamientos contra Benito Juárez y de su sucesor Lerdo de Tejada, bajo el lema del respeto a estos principios que se habían incluido en la Constitución de 1857; y durante su gobierno ya sea en sus intervenciones públicas, en sus discursos, entrevistas y correspondencia se manifestó por el pleno respeto del marco constitucional. Sin embargo, uno de los defectos que Garner comenta del régimen, es precisamente “... su indiferencia a la implantación del contenido, más que a la preservación de la forma del constitucionalismo liberal.” (Obra citada, pág. 207). La actitud presidencial con respecto al principio de la no reelección ilustra de manera clara las adecuaciones prácticas de su largo gobierno, que privaron cada vez más de contenido al marco constitucional.En su primera toma de posesión, el 2 de abril de 1877, Díaz solicitó al Congreso la incoproración de este principio en la Constitución. Sin embargo, diez años después el Congreso, bajo su control, autorizó la reelección limitada a un sólo periodo y posteriormente, en 1890, de manera indefinida.


Al final de su vida, Porfirio Díaz manifestó una gran preocupación por el juicio de sus compatriotas sobre su gobierno. En su carta de renuncia ante el Congreso el 25 de mayo de 1911, afirmaba lo siguiente:“Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas”

Por otro lado, ya en exilio en Paris, confesó al escritor Federico Gamboa: “Me siento herido; una parte del país se alzó en armas para derribarme y la otra se cruzó de brazos para verme caer. Las dos eran deudoras de una porción e cosas”. (Enrique Krauze, Obra citada, Pág.146)

Para su desgracia, el juicio ha sido severo aunque algunas concesiones se han comenzado hacer en la historiografía, en la opinión externada por los políticos de varios partidos y en algunos reconocimientos recientes incluyendo, el hecho sin precedente, que el nuevo centro administrativo de gobierno de su amada Oaxaca, lleve el nombre del personaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario